Júlia Gaitano (L’Alternativa)

Una de las primeras voces que escuchamos en De los nombres de las cabras –que compite en la Sección Oficial Nacional del festival L’Alternativa– es la del investigador Luis Diego Cuscoy, quién rehúsa ser considerado un arqueólogo y prefiere definirse como un “aprovechado de la arqueología”. Cuscoy argumenta su condición parasitaria añadiendo que la ciencia social nunca fue para él una finalidad, sino un medio para explorar el pasado prehispánico de las Islas Canarias, cuestión que ocupó gran parte de su labor antropológica a mediados del siglo pasado. En este sentido, cabría considerar a Sílvia Navarro Martín y Miguel G. Morales, los directores de De los nombres de las cabras, como sendos “aprovechadores de imágenes”, en particular, del legado fílmico que dejó tras de sí Cuscoy relacionado con la vida de los guanches, los aborígenes de Tenerife que, a finales del siglo XV, en pleno estallido colonizador español, fueron forzados a abandonar su hogar. Los vestigios que los guanches dejaron en el interior de cuevas de roca volcánica sobrevivieron en el imaginario tinerfeño en forma de leyenda, como un estrato enterrado en lo hondo de una mitología propia.

Al revisar las grabaciones del antropólogo y escritor gerundense, Navarro Martín y G. Morales, con la ayuda del montador y coguionista Ivó Vinuesa, hacen hablar tanto el pasado precolonial tinerfeño como la propia realidad contemporánea de Cuscoy. Escuchar las declaraciones de los habitantes de los pueblos del Tenerife de mediados del siglo XX deviene un descubrimiento arqueológico en sí mismo. Sin embargo, alejándose de toda sistematización cientifista, renegando del didactismo, De los nombres de las cabras apuesta por la abstracción visual. Un trabajo de sugestión atmosférica que trae a la memoria el cortometraje De una isla, en el que José Luis Guerin –con Miguel G. Morales como ayudante de dirección– construyó un onírico homenaje fílmico a Lanzarote. Ambas piezas comparten esa aura misteriosa que tienen los álbumes de fotografías antiguas.

De las cuevas habitadas por los aborígenes tinerfeños del siglo XV, surgen objetos del pasado, desde restos cadavéricos hasta fragmentos cerámicos de añejos recipientes. Mientras, en las imágenes de archivo de mediados del siglo pasado, una mujer se afana a producir un cuenco de barro con una habilidad que hoy nos resulta extraordinaria, exótica. Uno de los pastores entrevistados por Cuscoy recita, en lo que parece una lista interminable, las distintas formas de referirse a los chivos (de ahí el título de este hipnótica película). En lo que podría parecer una curiosidad, una anecdótica, resuena en realidad una cuestión fundamental: ¿quedarán olvidados por la Historia, así como ocurrió con los santos y dioses guanches, los nombres de las cabras?