Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Hay actores que son un género en sí mismos. Intérpretes que, cuando encuentran una película a su medida, la hacen suya y consiguen que tome un vuelo único e inesperado. Uno de estos actores es, por supuesto, Javier Bardem, que convierte El buen patrón, la nueva película escrita y dirigida por Fernando León de Aranoa, en un escaparate privilegiado para la exhibición de su talento. El film, que concursa en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián (donde León de Aranoa logró la Concha de Plata al mejor director en 1998 por Barrio) supone la entrada de lleno del cineasta madrileño en la comedia, aunque en Familia (1996), su ópera prima, ya estaba presente de alguna manera el género. Así, El buen patrón deviene una película de diálogos milimétricos y ritmo acertado, que además no elude la mirada crítica hacia el capitalismo y el mundo empresarial.

“Esfuerzo, equilibrio, fidelidad”. Este es el rótulo que preside la entrada de Básculas Blanco, la empresa donde se desarrolla gran parte de la acción de El buen patrón y que cuenta con un director (Javier Bardem) que considera a sus trabajadores como una gran familia. Un empresario paternalista, que presume de estar dispuesto siempre a escuchar los problemas de los que le rodean y que se implica en las relaciones personales, pero tampoco le tiembla la mano a la hora de firmar un ERE y no duda en utilizar su posición de poder para seducir a las becarias que cada año entran en la empresa. Es decir, un tipo con dos caras que León de Aranoa, en su película más inspirada en tiempo, perfila perfectamente en el guion y al que Javier Bardem le da una representación en pantalla que se encuentra ya entre sus grandes trabajos. Porque él, ciertamente bien respaldado por una nómina muy notable de secundarios, se encarga de transmitir los matices de la historia, a la vez que hace gala de una indudable vis cómica y de su ya conocida capacidad para la transformación física.

Una situación eminentemente berlanguiana –la visita de un comité para conceder un premio a la excelencia– es el desencadenante de la trama, que refleja la realidad de una semana de la vida dentro de Básculas Blanco. Un espacio imaginario dentro del que el cineasta instala un microcosmos en el que no falta ni un detalle y están personificados todos los arquetipos que se pueden rastrear dentro de un organigrama empresarial. La escritura de León de Aranoa intenta no abusar del trazo grueso, aunque la película esté instalada en el campo del humor; al revés, es incisiva, detallista y sencilla al mismo tiempo. Cada personaje está definido a partir del uso de muy pocos rasgos, casi con su sola presentación en escena el espectador ya es capaz de situarlo dentro de esa gran familia. Y todos orbitan en torno a la figura del ‘buen’ patrón que, aunque presume de humanidad (y la demuestra), acaba mostrando su ansia por el dinero y el éxito a toda costa. “A veces hay que trucar la balanza para conseguir la medida exacta”, asegura en un momento del film.

La llegada de una nueva becaria a la empresa, la crisis matrimonial de su mano derecha en la organización –excepcional Manolo Solo en todas las secuencias que comparte, mano a mano, con Bardem–, junto a la citada visita de las autoridades sirven al director de Los lunes al sol (2002) como punto de partida para su comedia y a la vez para encontrar las vetas entre el humor y abordar temas que le interesan. La conciencia de clase, las relaciones de vasallaje empresarial o las imposiciones de un sistema económico que no ve seres humanos sino piezas dentro de un engranaje se van mostrando entre risas, pero de forma eficaz. Como en todas las familias, en el interior de la que cree formar Blanco en la empresa que heredó de su padre (un detalle importante), también hay problemas que parecen ocultos hasta que se precipitan. Y de eso habla la película, que con su efectivo tono cómico consigue que el público la disfrute desde el punto de vista del género y a la vez sea en un testimonio crítico a propósito de nuestros días.