Víctor Esquirol (Festival de Berlín)

La nueva película de Isabel Coixet busca la reafirmación en cada decisión, en cada gesto. Lo primero que se ve en pantalla son unos títulos explicativos que dejan clara la dimensión verídica del relato. Y así es, Elisa y Marcela es un drama romántico de época inspirado en el sonado affair de Marcela García Ibeas y Elisa Sánchez Loriga, dos maestras gallegas que lograron casarse por la Iglesia a principios del siglo pasado. El suceso, convenientemente rescatado por la prensa, adquiere en el cine un poso reivindicativo muy acorde a los tiempos de sensibilización para con la comunidad LGTBI, así como con sus causas. En toda la película hay, de hecho, un sentimiento constante de oportunismo que en ocasiones alcanza picos insostenibles. Del principio saltamos al final: los títulos de crédito de cierre desfilan sorteando las fotografías de las protagonistas reales. Pero no solo de ellas, sino también de un sinfín de parejas lésbicas exultantes en el día de su matrimonio. Este risueño legado, que epidérmicamente se justifica como una prueba irrefutable de que el sufrimiento de Elisa y Marcela no fue en vano, funciona en realidad como un escudo humano: tomarla con la película sería, al fin y al cabo, tomarla con esta gente.

Esta medida disuasoria contra las muestras de disgusto al final de la proyección (muy efectiva, a juzgar por la reacción del Berlinale Palast), no deja de ser un complemento que deriva de la lógica del film. A nivel visual, llama la atención la elección de un blanco y negro que podría jugar en contra de los intereses del conjunto (la iluminación natural resta nitidez a las imágenes), pero que en realidad ilustra a la perfección, aunque de forma involuntaria, la inteligencia emocional de la propuesta. En esta historia de amores trágicos, no existe la posibilidad del gris, mucho menos la de que el espectador llegue a sus propias conclusiones. En Elisa y Marcela sólo hay buenas y malos. Se distingue a un bando del otro por simple caracterización y por repetición de poses exageradamente definitorias. El padre es un represor y reprime; la madre es una reprimida y se reprime. Y así con todos. Por si todavía quedaban dudas por el camino, no hay ningún gesto, ni una mirada, ni una frase “relevante” que se quede sin su correspondiente nota de piano o violín.

Fiel a su estilo, Isabel Coixet interpreta que su labor como directora consistir en elevar artificiosamente el pulso sentimental del relato. La psicología de los personajes o los entresijos de la historia son víctimas colaterales de dicha política: las formas devoran una vez más el contenido. Lo hacen primero a través de unos efectismos que son pura arqueología telenovelesca, y después mediante la literalidad de las imágenes: el primer encuentro amoroso entre las protagonistas, por ejemplo, se consuma con la intervención estelar de un pulpo, que en gallego se dice “polbo”.

El poco esmero a la hora de insuflar realismo al relato, así como la precaria ambientación histórica, se justifican con el eximente esgrimido al principio. El “basado en hechos reales” como carta blanca para una producción que se siente a gusto con los tics cinematográficos más ridículos. Las únicas concesiones a la lengua gallega son para subrayar la bárbara intolerancia sufrida por las protagonistas, y cuando la acción llega a Portugal, descubrimos que en el reparto de actores lusos se han colado Manolo Solo y Lluís Homar. El primero habla su lengua nativa con el acento que José Mourinho nos enseñó en sus legendarias ruedas de prensa; el segundo se limita a opinar sobre la calidad de… bingo, el bacalao. Y así.

A la salida del pase de prensa en el Berlinale Palast, una imagen atípica: la horda de mozos que hablaban en un perfecto inglés americano, y que abordaban a los miembros de la prensa para iniciar así los estudios de mercado que, de algún modo u otro, seguro que darán más consistencia a los famosos algoritmos de Netflix. Al fin y al cabo, produce y presenta “la gran N” del VOD, cuya mano se nota en lo estirado del montaje (engorroso rasgo distintivo de la mayoría de sus películas) y en la tosquedad con la que se entra en las temáticas abordadas. De nuevo, la denuncia de brocha gorda se justifica por las aparentes buenas intenciones del producto… o por querer fidelizar a la clientela atacando su fibra más atacable. Una Isabel Coixet entre lo naïf y lo perverso, o sea, en blanco y negro.