Manu Yáñez (Festival de Sevilla)

Si dejamos a un lado el ensimismamiento característico de la obra de Paolo Sorrentino, cabría afirmar que el cine italiano contemporáneo orbita, en su mayor parte, en torno a la crisis socioeconómica y política que afecta a la nación transalpina. Un compromiso con lo real que reverbera con fuera en la obra de Pietro Marcello, Francesco Munzi y Alice Rohrwacher. En obras como Bella y perdida o Martin Eden, Marcello ha dado cuenta del vacío moral y la decadencia cultural de una Italia desmemoriada. Por su parte, en ficciones como Calabria, mafia del sur o en un documental como Asalto al cielo, Munzi ha dirigido la mirada a un pasado de valores familiares e idealismo político que pone en evidencia el desaliento de la Italia actual. Por último, Rohrwacher, autora de un cine intimista y fabulístico, ha encontrado en el extravío de la Italia de Berlusconi el trasfondo perfecto para sus cuentos morales. Ahora, estos tres autores unen fuerzas en Futura, un documental itinerante que atraviesa la geografía italiana con la intención de construir una radiografía del estado de ánimo de la juventud actual.

Hacia el final de Futura, cuando la película se detiene a escuchar a unos jóvenes implicados en la defensa de los derechos de los estudiantes, un chico hace referencia a Encuesta sobre el amor, el documental de 1965 en el que Pier Paolo Pasolini reflejó, de la mano de un heterogéneo coro de voces, la mentalidad italiana con respecto a la sexualidad y las relaciones amorosas. Por supuesto, Pasolini no perdió ocasión de mostrar un país lastrado por las desigualdades económicas y la falta de oportunidades, dos de las cuestiones que sobrevuelan todo el film de Marcello, Munzi y Rohrwacher. Estructurado como un inclusivo y diverso catálogo de miradas, Futura intenta no dejar ninguna esfera social fuera de su radiografía del imaginario juvenil. Todo cabe en esta obra expansiva y esquiva, desde unas jóvenes practicantes de equitación a los habitantes de los barrios marginales de Nápoles, de los estudiantes de una prestigiosa escuela de música a los chicos de un centro de acogida de inmigrantes. Una transversalidad en la que, pese a la disparidad de miradas, termina imponiéndose una visión del porvenir marcada por la inquietud y la incertidumbre, ingredientes propios de la experiencia juvenil que aquí aparecen reforzados por una paupérrima coyuntura nacional (muchos testimonios apuntan al deseo de abandonar el país y buscar suerte en el extranjero) y por la difícil situación generada por la pandemia de Covid.

En su ir y venir por la geografía italiana, Futura da cuenta de las singularidades de cada uno de sus directores, pese a que, en lo referente a su textura visual, el film se presenta uniformizado por el empleo de película de 16mm (un formato habitual en la filmografía de Marcello y Rohrwacher). Así, por ejemplo, en los pasajes dirigidos por Marcello, los mejores del conjunto, se imponen unas formas inquisitivas: el director de La bocca del lupo pega la cámara a los rostros de sus interlocutores y, con un tono de voz que aúna la rudeza y el cariño, formula preguntas sobre el significado del porvenir, la cultura, el deseo de emancipación… En dos pasajes reveladores de la película, Marcello se reune con las estudiantes de un taller de esteticismo en Nápoles. Al inicio del film, vemos a las chicas enzarzadas en un debate entre posturas más arcaicas (el deseo de construir una familia en torno a una figura patriarcal) y otras más progresistas (vivir como mujeres libres). Más adelante, el cineasta decide reunirse con las jóvenes menos conservadoras y las llama por su nombre cuando les pregunta por su experiencia durante el confinamiento por la pandemia de Covid. Lo que antes eran anhelos, ahora es desesperación… por independizarse, por dejar atrás el pasado, por huir. Esta es una de las pocas ocasiones en que Futura permite reseguir el curso vital de sus protagonistas, un gesto de compromiso personal con el objeto de estudio que se hecha de menos en otros fragmentos del film.

En todo caso, Futura aparece dominada por el interés genuino de los cineastas por los jóvenes a los que entrevistan. Este empuje empático se hace evidente en los pasajes en que la voz de Rohrwacher celebra, en off, ese territorio de misterio y transformación que es la juventud. La directora de El país de las maravillassabe de lo que habla, ha retratado la pubertad en numerosas ocasiones. De hecho, en una secuencia particularmente luminosa, la directora se reúne con un grupo de amigas que pasan el día bañándose en un lago. Entre las chicas, que hablan del deseo de reconocimiento y del miedo a ser juzgadas, vemos aparecer a Agnese Graziani, una habitual de las películas de la autora de Lazzaro feliz. Además, es Rohrwacher la que hace más esfuerzos por ampliar el abasto del retrato social: entrevista a jóvenes procedentes de familias privilegiadas que expresan su absoluto desinterés por la transgresión, pero también a una familia de gitanos en que los hijos celebran la consecución de libertades respecto a la generación de sus padres (ya no están obligados a casarse en la adolescencia). Y luego, en una secuencia emocionante, Rohrwacher evoca los trágicos acontecimientos acaecidos en Génova durante la cumbre del G8 de 2001, cuando unos estudiantes que ocuparon un centro educativo fueron brutalmente desalojados por las fuerzas del orden. La cineasta, al igual que Marcello y Munzi, expresa, a través de su retrato de la juventud italiana, el deseo de ver un futuro de mayor equidad, de mayor responsabilidad y consciencia, unos anhelos que chocan con un mundo que, según la mayoría de testimonios que recoge el film, está dominado por adultos incapaces de ponerse en la piel del otro, ni siquiera de aquel otro que ellos mismos fueron. Tomamos nota.