Júlia Gaitano (D’A Film Festival Barcelona)

Tras el monumental rascacielos de la ballardiana High Rise, y la abstracta nave industrial de la más reciente Free Fire, en Happy New Year, Colin Burstead, el director británico Ben Wheatley reduce perceptiblemente la escala del escenario en el que aprisionar a sus incautos personajes. La arquitectura que los contiene es, en esta ocasión, una señorial mansión de campo, que el Colin Burstead del título alquila para hospedar a su bulliciosa familia durante una Nochevieja. El film narra el transcurso de dicha celebración con esa corrosiva sensibilidad tan propia de la comedia británica. Para ello, el realizador se sirve de un impresionante plantel de actores y actrices que dan vida a los arquetípicos Burstead (y amigos). Un catálogo de figuras disfuncionales entre las que destaca el propio Colin, un brillante Neil Maskell que Wheatley recupera de su thriller Kill List; unos padres encarnados por Doon Mackichan (la matriarca melodramática) y Bill Paterson (el patriarca arruinado); y la oveja negra del clan, interpretada por Sam Riley, que se reúne con su familia seis años después de una ruptura insalvable y repentina. Con estos ingredientes, Wheatley satiriza sin contemplaciones el ideal de familia bien avenida y próspera.

Happy New Year… cuenta con un guion ácido y barroco, pero termina de escribirse en el intrusivo montaje, ambos a cargo del propio director. El conglomerado de palabras, interjecciones y gestos que Wheatley disemina por el fraccionado espacio de la mansión dibuja un in crescendo de roces y tensiones intrafamiliares. La cámara, proclive a la inquietud, se acerca desde la ironía a las formas documentales, persiguiendo a los personajes-peones en su discordante diálogo colectivo. La acción se detiene para atender a la confrontación entre Colin y David, una pausa incómoda y tensa que le sirve a Wheatley para coger carrerilla y reprender el atropellado compás hacia el hiriente desenlace.

En este caldo de frentes abiertos, el film no puede mantener a todos sus personajes al mismo nivel de complejidad y desarrollo. Nos quedan las geniales Hayley Squires (la alborotadora y escapista hermana de Colin) y Sinéad Matthews (la histérica asistente de la casa alquilada), pero las apariciones de Charles Dance (como el excéntrico no-binario tío Bert), Joe Cole o Peter Ferdinando arrastran el aroma del talento desaprovechado. Intérpretes y personajes con mucho potencial que quedan ahogados por la saturación y amontonamiento de los que se nutre la película.

Happy New Year… prolonga el interés de Ben Wheatley por el estudio de la cara más hipócrita y autodestructiva del orden social burgués-capitalista. Mientras, en High Rise, la férrea estructura jerárquico-económica de un rascacielos se desmoronaba a manos una combinación de instintos básicos y avaricia, en Happy New Year… la aparente armonía de un núcleo familiar se desvela como la tapadera de una flagrante colección de engaños, donde el supuesto causante de las rupturas podría ser la única tabla de salvación del clan, y donde el hijo pródigo estaría, en realidad, de más. La institución familiar como un puro espejismo, uno más en el festín de falsas apariencias del cine de Wheatley.