Gonzalo de Pedro Amatria (Festival de Berlín)

“Estaba en casa, pero”. La forma abrupta del título de la nueva película de Angela Schanelec, presentada en la Competición Oficial de la Berlinale, viene determinada por ese “pero” final que anuncia un problema y que no llega a concretarse. Esa conjunción adversativa, que une dos conceptos para oponerlos, o matizarlos, y que aquí no llega a oponer, ni tan siquiera a unir, abre un vacío, una incógnita que es la que la película trabajará con mimo, pero. Un ritmo sincopado, un paso roto, un pie cambiado, un pequeño salto, una interrupción que todo lo trastoca. Un vinculo que no llega a establecerse, o uno que existía y se rompe. Pero. Ese vacío abre un enorme interrogante: ¿qué vendría después? Estaba en casa, pero… Y no hay puntos suspensivos, sino un corte abrupto. Casi una negación. Estaba en casa, refugiada, a salvo, en el hogar, pero. Hay otro elemento importante en el título, que encontrará su eco justo en la película: la idea de casa, siendo esta el hogar, el espacio de lo íntimo, de las relaciones familiares, del que uno se marcha para no volver jamás. Porque la película entera, filmada con un rigor extremo, se construye sobre esos dos elementos simples: un hogar, una familia, y unos vínculos rotos, o a punto de hacerlo. Conjunciones copulativas que devienen en adversativas, uniones que tropiezan. Procesos que ratifican el posible vínculo entre el film de Schalenec y el universo del maestro japonés Yasujirō Ozu, cuyo imaginario hogareño y familiar alberga como una de sus cumbres esa obra maestra muda titulada He nacido, pero…

Enmarcada por dos secuencias de animales en estado salvaje, un conejo cazado por un perro en el campo, un burro que entra en plano y resiste inmóvil, la película retrata unos días en la vida de una familia, una madre y sus dos hijos, tras el regreso del mayor, desaparecido durante una semana. Sin decir una palabra, el hijo regresa, y todo es distinto, todo ha cambiado. Hay una tensión, y un dolor compartido que nadie enuncia, pero. Hay una herida, física, y hay muchas heridas abiertas, sin enunciar, quizás relacionadas con la muerte del padre, que descubriremos más adelante, y los intentos por encontrar la nueva conjunción copulativa que otorgue sentido y unión a todos los elementos sintácticos que conforman la familia. Y es así también como funciona la propia estructura de la película: con elementos que parecen buscar los vínculos, escenas aparentemente dislocadas, inconexas, que van sumándose y otorgando sentido conforme se suceden.

En Ich war zuhause, aber, todo funciona de forma perfectamente orgánica. Bajo la aparente frialdad formal, se esconde una profunda humanidad y un respeto profundo hacia sus personajes, a los que retrata en sus contradicciones, en sus tensiones, en su dolor y complejidad. Una madre devastada en busca de sentido que se enfrenta a una familia que no se desintegra, sino que busca su nueva forma. Pero. Unos hijos que crecen y se alejan al tiempo que la abrazan, la entienden, la esperan pacientes, pero. Y algunas figuras dislocadas, solitarias, paralelas, que forman un universo de soledades y complicidades, elementos autónomos unidos por pequeñas conjunciones. Como el hombre de la bici rota y la voz eléctrica, como el amante esporádico, como el cineasta emigrante, brillantemente interpretado por el cineasta bosnio Dane Komljen. Sintagmas de una frase que la película orquesta de forma aparentemente invisible, y que da forma a un dolor, que, parece apuntar la película, no desaparece, pero sí se transforma en algo con la ayuda de otros. En compañía, en familia, en casa, pero.