Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

El universo del Peter Strickland se expande y se contrae según la propia voluntad del cineasta británico. No solo entre las distintas películas, sino dentro de ellas mismas, porque propone tantos estímulos, sensaciones, referencias e ideas en cada una que el espectador nunca cae en la indiferencia. Cuatro largometrajes que consolidan una filmografía que arrancó en 2009 con Katilin Varga y que ya se puede considerar como una de las más estimulantes de la última década. Con In Fabric, el director ha puesto la nota magistral de terror (en un profundo rojo) a la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, donde participa a concurso. Se trata de un cuento de inspiración gótica, acabado de película de terror de los años setenta y vocación absolutamente libre, lo que le permite pisar los terrenos de la comedia y el absurdo, el suspense psicológico, la crítica a la sociedad de consumo o redefinir el ‘slasher’ sangriento sin tener que justificarse en ningún momento.

Tras explorar una relación de dominación-sumisión en The Duke of Burgundy (2014), Strickland regresa de alguna manera al territorio de Berberian Sound Studio (2012) esta vez situándose al otro lado de la pantalla, para introducirse de lleno el mundo de ‘giallo’ que en aquella estaba sonorizando el personaje que interpretaba Toby Jones. In Fabric gira en torno a un vestido rojo y unos grandes almacenes de un pequeño pueblo inglés en plena temporada de rebajas. El establecimiento está dirigido por una mujer de aires siniestros y vocabulario decimonónico, interpretada por la actriz rumana Fatma Mohamed, habitual en todas las películas de este director, y es ella la que convence a Sheila (Marianne Jean-Baptiste) para que compre ese vestido rojo que, además de elegancia, lleva entre sus costuras una maldición diabólica para su dueño. Esta premisa sirve al director para dar forma a un relato en el que caben desde rituales sexuales con maniquíes hasta una mirada incisiva a las relaciones personales en nuestro tiempo, pasando por secuencias de transición plasmadas como si fueran un collage pop. Todo es posible y resulta creíble una vez que alguien pisa el territorio que propone descubrir Strickland. Un espacio libre de complejos.

Desde el punto de vista formal resulta complicado no caer en la tentación de hablar de referencias en In Fabric. Ahí estarían el humor desconcertante de David Lynch; el terror según David Cronenberg o John Carpenter; por supuesto, Dario Argento; y también el cine de Jesús Franco, director por el que Strickland ha declarado su rendida admiración. Y la lista podía seguir. Pero su propuesta no tiene tono de pastiche, ni mucho menos. Se revela como algo nuevo, a pesar de estar construida sobre materiales que ya tienen un tiempo, que tiene la capacidad de no dar pistas sobre hacia dónde quiere dirigirse, aunque su ruta este perfectamente trazada. En el aspecto narrativo la música vuelve a ser un elemento clave para encajar las piezas. Tras las colaboraciones con Cat’s Eye o Broadcast, el cineasta continúa teniendo puentes entre su cine y las texturas sonoras. En este caso, el encargado de poner banda sonora al film es Tim Gane (uno de los miembros fundadores de la banda británica Stereolab) a través de su proyecto Cavern of Anti-Matter, que se encuentra a mitad de camino entre la electrónica experimental y el post-rock, y que acompasa perfectamente el devenir de ese vestido rojo en busca de su víctima.