Víctor Esquirol (Festival de Gijón)

La calle del agua, primer largometraje de la cineasta asturiana Celia Viada Caso, se adentra sin miedo en un territorio que suele generar temores, escrúpulos, titubeos. Estamos ante un documental que, mediante el trabajo con material de archivo (found footage), vertebra un afilado discurso sobre la preservación de la memoria histórica. Es precisamente la voz en off de la directora la que invoca, al principio del film, esas “historias pequeñas, las que ya no se cuentan… las que nos llevan a los rincones a los que ya no podemos llegar”. Lo hace, por cierto, poco después de que la mirada de su cámara se haya perdido en las aguas de un río. Y en efecto, La calle del agua, que acaba de ganar la friolera de siete premios a su paso por el 58º Festival de Gijón, se comporta como una entidad fluvial que avanza con decisión, pero de forma zigzagueante, hacia su mar, en este caso, la figura esquiva de Benjamina Miyar. Trazando una serie de meandros, el film evoca el placer aventurero del descubrimiento, de una conquista de lo inexplorado en la que se reflejan pasado y presente.

El personaje de esta historia responde al nombre de Benjamina Miyar, mujer nacida y fallecida en el enclave asturiano de Cangas de Onís, y cuyo recorrido vital se extendió por los casi 73 años comprendidos entre 1888 y 1961. Su condición de pionera en los ámbitos de la fotografía y la relojería ilustran un talento y una fortaleza destinadas a abrirse camino en lo desconocido, o directamente en lo hostil, y esto, por supuesto, ya dota su testigo de un alto interés documental. Pero el trabajo de Viada Caso trasciende el ámbito de la pura observación distanciada y La calle del agua toma la forma de un diálogo artístico en el que Miyar pasa su testigo a la joven cineasta, no sin antes desvelar una aparatosa caída histórica, en la que resuenan los fatídicos ecos de la condición femenina en el siglo XIX, la Guerra Civil, el franquismo…

Si en Vaca mugiendo entre ruinas, Ramón Lluís Bande (cuya “sabiduría” es reconocida en los títulos de finales de La calle del agua) resucitaba la memoria reciente asturiana a partir de la voz de Antonio de Benito y de las imágenes estáticas servidas por los respectivos legados artísticos de Constancio Suárez y Nicanor Piñole, el film de Viada Caso se erige como réplica femenina y feminista de dicho aparato. Ahora toca contemplar, durante poco más de una hora, el archivo fotográfico de Benjamina Miyar… mientras escuchamos la voz de la cineasta, plenamente consciente de las implicaciones de este acto de resurrección. En sus manos, las imágenes adquieren un aura espectral, devienen una invocación de fantasmas de un pasado (íntimo y colectivo) que se niega a ser acallado por el tiránico peso de la Historia. Con ánimo subversivo, enhebrando una contra-historia, Viada Caso reivindica el trabajo artesanal, cotidiano, de Miyar, una labor ligada a la tierra que resuena como un acto de resistencia. He aquí el film de una cineasta que se niega a aceptar el relato oficial como algo inamovible, y que por esto decide navegar por un río vedado que reclama ser revelado.