Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Hace cinco años, la actriz danesa Paprika Steen obtuvo la Concha de Plata en San Sebastián por su papel en Corazón silencioso, que firmaba su compatriota Bille August, el veterano realizador de Pelle el conquistador (1988). El guionista de aquel film, Christian Torpe, adapta ahora la misma historia en la producción estadounidense La decisión, encargada de inaugurar la Sección Oficial a concurso de la 67ª edición del certamen donostiarra. Estamos, por lo tanto, ante un remake que lleva la firma del autor original y que respeta de manera férrea la historia y el dilema moral que allí ya se planteaba como punto de partida. Se trata de la reunión de una familia en torno a una madre (Susan Sarandon) que, afectada por una enfermedad degenerativa, comunica a los suyos la decisión de acabar con su vida, asistida por su marido. El tono y las intenciones son las mismas, aunque esta vez el reparto se completa con estrellas internacionales como Kate Winslet, Mia Wasikowska o Sam Neill, entregadas a la labor de hacer creíbles sus papeles. Y como director aparece la firma del sudafricano Roger Michell, un cineasta errático, acostumbrado, eso sí, a trabajar con buenos materiales literarios.

La carrera de Michell comenzó con la adaptación de la novela del escritor británico de origen paquistaní Hanif Kureishi El buda de los suburbios (1993), una notable serie de televisión para la cadena BBC con una excepcional banda sonora de David Bowie. En ese trabajo se encontraban las claves de lo que luego sería su cine. Un sentido de la puesta en escena heredero de las asépticas y encorsetadas formas de la televisión pública británica, y un gran respeto por el texto de origen. Después de su debut, Michell –conocido, sobre todo, por el éxito comercial de la comedia romántica Nothing Hill (1999)– ha vuelto a trabajar en varias ocasiones a partir de libretos de Kureishi y adaptó a Ian McEwan en El intruso (2004). Así, un guion tan literario como el de La decisión (Blackbird en su título original) se antoja perfecto para sus cualidades. Sobre todo por su capacidad para convertir la forma cinematográfica en tinta invisible frente a las situaciones que se plantean sobre el papel. Una estrategia expresiva que permite al espectador paladear la intensidad de los diálogos y la calidad del trabajo actoral. En este sentido, resulta especialmente emotiva la cena de Navidad que la madre, decidida a abandonar la vida, propone celebrar en una fecha alternativa. Una escena cuya significación se canaliza a través de una canción del grupo de art-pop The Magnetic Fields.

Curiosamente, la película funciona como un campo magnético donde una serie de cuerpos familiares están condenados a atraerse y repelerse dentro de un mismo espacio (la casa de familiar a orillas del mar) y durante un corto período de tiempo (el fin de semana en el que se desarrolla la acción). La decisión apuntala esa idea de la escritora Remedios Zafra de que la familia “nos limita a una parte de lo que somos”. Es decir, que existe una presión ajena que nos impide mostrarnos como realmente somos. Sobre esa idea gira el inteligente guion de Torpe y la funcional dirección de Michell. Sin embargo, la apuesta por una teatralidad que resulta carente de fuerza escénica, autoral, empuja la película a discurrir de manera perezosa y lineal por su propio campo magnético, y hacia el arquetipo de drama made in Hollywood.