Mariona Borrull Zapata (L’Alternativa)

Cabaré Barba Azul: calle Gutiérrez Nájera 291, esquina con Bolivar, colonia Doctores (México DF). Un local afterhours de supervivencia improbable y espíritu genuinamente kitsch. En el Barba Azul, anuncia un artículo de 2015 de la guía de ocio nocturno MxCity, “se respiran aún todo un convoy de rezagos de la época revolucionaria”. Se apunta también que vale la pena adentrarse en sus recovecos decorados con llamaradas chillonas, aunque “en efecto, hay ficheras, mujeres que ‘hacen uno de los trabajos más difíciles de la ciudad’, como dice la señora que atiende los sanitarios”. Esta “señora que atiende los sanitarios” es la Mami, doña Olga. Qué ilusión encontrarla referenciada fuera de la película que ahora vemos en la Sección Oficial Nacional de L’Alternativa. Podemos entender por qué la directora del film, la toledana Laura Herrero Garvín (autora de múltiples cortometrajes y de El remolino, Mejor Largometraje Nacional en DocumentaMadrid 2017), considera que la cinta no estará acabada hasta que la regenta no la vea. A la Mami la recuperamos un poco más adelante en este texto, que antes bailará un rato por la pista de este excéntrico local.

En el Barba Azul pasan las horas, noche sí noche también, librando apenas un día a la semana, las “ficheras” que menciona el artículo: damas de compañía a las que la Mami describe como “trabajadoras sociales, porque aguantan desde a la persona más fina y educada hasta al más patán”. Las “ficheras” acompañan a aquel que paga por sus servicios, mayoritariamente viejos, y se detienen un buen rato cada día ante los espejos del baño del local, arreglándose para resultar atractivas a toda mirada masculina que tenga algo que ofrecer. Han venido a trabajar, y saben que, al bajar las escaleras que llevan de los servicios a la palestra, devienen puros objetos de deseo, similares a las mujeres desnudas de yeso que decoran las paredes del lugar. No es de extrañar que el establecimiento reciba su nombre de una de las leyendas más célebres de la opresión patriarcal. Sin embargo, allí está la Mami, la única mujer “empleada” por la casa, viviendo de las propinas que recibe por vigilar la guardarropía y mantener limpios los aseos. La Mami abre la cinta rezando por “sus niñas” mientras esgrime un puñado de incienso en un arraigado gesto ritualizado. Son “sus niñas” y las de nadie más, porque la Mami es la reina del tocador de los servicios femeninos, una suerte de refugio reconquistado que las chicas utilizan para maquillarse, hacer sus necesidades y alejarse de los hombres que las acosan. A su vez, es una guarida donde encontrarse con otras mujeres que han decidido independizarse económicamente de sus padres o maridos, aunque sea a costa de subyugarse a la mirada del Otro masculino. Por lo menos las miradas no pegan.

La Mami opera en torno a una división fundamental entre el espacio público masculino y el refugio femenino, un proceder binario que se extenderá a otros ámbitos de representación. Por un lado, la cámara de Herrero Garvín explora la sala del Barba Azul a través de planos-contraplanos entre los objetos y los sujetos observantes. El trabajo con una única cámara se desdobla en múltiples perspectivas gracias a un trabajo de edición que muestra a las chicas actuando “cual pirañas” (la Mami dixit), al acecho las unas de las otras. Luego, del espacio (de intereses) fragmentado por el montaje, pasamos a la observación cercana de la comunidad de cuerpos recortados que habita el estrecho tocador, resultado, quizá, de la condición impuesta por algunas mujeres de no aparecer en plano. Priman las pestañas postizas, los labios pintarrajeados y los quilos de maquillaje aplicado con los dedos, directamente, a la cara. Los diálogos discurren desde la intrascendencia hasta algún momento demoledor, privilegiando el intercambio rápido a la perorata individual. Por momentos, no hay forma de diferenciar quién dice qué, pero tampoco importa demasiado: el centro de gravedad de la imagen son la Mami y su joven compañera de confidencias, la “fichera” Priscila, que discuten sobre detalles mínimos que ellas rescatan del abarrotamiento humano y objetual. Siguiendo esta misma lógica visual, las revelaciones más íntimas y chocantes sobre el pasado de la Mami ocurren en segundo plano, casi sin revelarse. Agudizamos nuestros oídos y entrecerramos los ojos todo lo necesario para no perdernos detalle.

Más allá del verismo crudo del documento meramente observacional, Herrero Garvín orquesta su película sin hacerle ascos a un trabajo de corte ficcional que nace de la planificación y el montaje: ahí están los travellings de seguimiento perfectamente orquestados, o la abundancia de planos de reacción que perfilan una cierta transparencia emocional. El dispositivo ficcional trae a la memoria la reciente película mexicana Midnight Family, sobre la familia de médicos de primeros auxilios que conduce una ambulancia privada en DF. Allí, la deriva hacia la transparencia y lo narrativo obedecía a una construcción del suspense, mientras en La Mami el dispositivo obedece a una lógica un tanto más sutil. Si pensamos en los cabarés y en las elegantes madames del vodevil francés, resulta evidente que el Barba Azul no es ningún Moulin Rouge, como tampoco la Mami es ninguna gran dama francesa. En la colonia Doctores del DF no hay espacio para la brillantina y, aunque es querida y respetada, doña Olga tiene suficiente con intentar conseguir que le paguen algo por un trozo de papel higiénico. Ante una realidad aciaga, Herrero Garvín se lo juega todo, incluso el naturalismo de su film, para conseguir lo esencial: que no apartemos la mirada.