Laura Carneros (Karlovy Vary)

En Karlovy Vary la corriente de turistas fluye como el mismo río que la atraviesa. Muchos se dejan arrastrar, desde Praga, hasta la segunda ciudad más visitada de la República Checa, atraídos por la fama de sus fuentes de aguas termales, las cuales, dicen, tienen propiedades curativas; no se sabe si comparables a las que vende el santuario de Lourdes. Lo cierto es que, entre tanto devoto hidráulico, La virgen de agosto de Jonás Trueba apareció cual chorro de géiser en la Sección Oficial de la 54 edición del Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary. Durante el primer fin de semana de certamen, la ciudad hervidero concentra en los alrededores del Hotel Thermal decenas de cinéfilos y curiosos. Un escenario totalmente opuesto al de las calles de Madrid en estas fechas: un lugar desértico en el que Eva (Itsaso Arana), protagonista de La virgen de agosto, decide quedarse para iniciar su peculiar retiro espiritual. Esta decisión que en principio resulta contradictoria, pues permanecer en el lugar de siempre dificulta el objetivo de tomar distancia, abre un portal desconocido hacia las emociones reprimidas de su protagonista.

A través de un personaje básicamente contradictorio e inseguro, Jonás Trueba e Itsaso Arana ensanchan el guion de La virgen de agosto mediante la duda. Esta, como una llave defectuosa que tiene truco, frustra primero, y obliga después a pensar en diferentes direcciones. Eva deambula, sortea la cerradura y llama a otras puertas sin que ninguna se abra de forma definitiva. De este modo, las conversaciones ayudan a desnudar a un personaje pudoroso que al principio no suelta prenda y escucha más que habla. Los interlocutores, desde antiguos compañeros de universidad hasta nuevas amistades recién surgidas, convierten la palabra en luz y tiniebla, aportando así diferentes claroscuros sobre Eva, quien gusta de ofrecer consejos y teorías que ella misma desatiende.

El diálogo encuentra su apoyo en detalles visuales poderosos que aportan el matiz, y en ocasiones funcionan como contrapunto. Así, los ojos levemente emocionados de Arana, que se apartan y juegan a la distracción durante un picnic con amigos, expresan un esfuerzo por retener lágrimas de impotencia. Un disimulo titánico ante la sensación de vergüenza o confusión inesperada, cuando los demás hablan de sus experiencias en el extranjero. La frustración que hasta entonces resultaba latente, pues no se sabe muy bien si Eva es plenamente feliz quedándose en su ciudad natal, se hace visible en el brillo de la mirada de la protagonista, quien se arrepiente, quizá, de no haber sido capaz de marcharse hasta el momento, o anhela esa experiencia vital que otros consideran esencial para convertirse en persona adulta. Y es que Eva nunca ha vivido en otro lugar. Confiesa haberse mudado de un piso a otro, sin tomar la distancia casi extracorpórea que supone verse desde otro país. Aún así, practica la metodología casual de migrar el alma hacia otros cuerpos, proyectándose, por ejemplo, en la figura de una turista japonesa que viaja en solitario.

No es la primera vez que Trueba trata este dilema de huir o quedarse en el lugar en que se vive. Aunque sucintamente, ya en Todas las canciones hablan de mí (2010), su protagonista, Ramiro, fantaseaba con la idea de marcharse a Canadá para olvidarse definitivamente de su exnovia, Andrea. También en Los ilusos (2013), de manera fugaz y bastante más cómica, el personaje huidizo interpretado por Javier Rebollo anunciaba en algún momento su deseo de marchar para evitar la persecución de León (Francesco Carril). Por el contrario, en La reconquista (2016), Manuela (Itsaso Arana) volvía después de un periodo viviendo en Argentina. Esta vez, en La virgen de agosto, esta temática se extiende a lo largo de más de dos horas, dando lugar a la película más extensa del cineasta madrileño. Un film que puede leerse como un estudio de la evolución de la relación de Trueba con su ciudad a través de los años: del apasionamiento del incipiente treintañero que ansiaba romper toda relación con su pasado (el Ramiro de Todas las canciones…) a la mirada calmada de Eva, que expresa una notoria madurez ante el fracaso.

La virgen de agosto se presenta también como una fórmula personal regalada al mundo: cómo gestionar ese amor y odio por la propia ciudad, la gente y la cultura del país en que se nace. Cómo encontrar la belleza, de nuevo, en aquellos lugares que resultan invisibles. Cómo reconciliarse, en definitiva, desde el interior con el entorno al que se pertenece. En este sentido, la actitud de Eva resulta esencial para comprender su evolución: no sabe muy bien qué busca, cómo cambiar, pero se encuentra receptiva, abierta a la casualidad y las señales del universo. Un camino que comienza siendo árido y poco a poco reverdece inseminado por los pequeños placeres de la vida. La sexualidad y la fertilidad, en este caso, sirven de metáfora para representar la figura de una mujer libre que engendra vida en su estado más puro, a través de la aceptación y el amor a sí misma.

El discurso feminista de La virgen de agosto resulta potente, y sin embargo huye de estridencias. En esto se diferencia cualitativamente de otras obras cinematográficas españolas de creación reciente que tratan, de manera poco acertada, de subirse al carro de la nueva ola feminista realizando productos enlatados donde la teoría y la práctica se contradicen. Encontramos, sin embargo, en la película de Trueba y Arana, palabras bien cimentadas en acciones naturales que calan sin hacer aguas. La protagonista se mueve en un entorno mayormente de mujeres, y sus conversaciones versan sobre maternidad, vocación, espiritualidad y otras cuestiones que la hacen pasar con holgura el test de Bechdel.

En cuanto a referentes, o reminiscencias, en principio la película puede tener similitudes formales con El rayo verde (1986) de Eric Rohmer. La imagen de Eva comiendo uvas, sandía y otras frutas propias de la época estival, remiten, por ejemplo, a aquella escena cargada de sensualidad en las que dos jóvenes desayunaban ciruelas. Sin embargo, las protagonistas de El rayo verde y La virgen de agosto resultan totalmente opuestas. Delphine inicia sus vacaciones de verano en solitario porque, precisamente, le aterroriza su soledad. Es por eso que huye de París y de sí misma, en busca del amor romántico. Delphine pone toda su esperanza y cinco sentidos en el encuentro del hombre ideal. Es cierto que la búsqueda de Eva también resulta algo mística, intuitiva e incluso supersticiosa, pero mientras Delphine oteaba el horizonte en busca del rayo verde, Eva lo hace hacia su interior. La protagonista de La virgen de agosto transita diversos senderos en busca de una exploración vital que trata de equilibrar diferentes áreas, y no solo basa su plenitud en el encuentro de la pareja.

Al igual que el personaje que interpreta Vito Sanz, Trueba es un director de rituales. Su obra contiene rasgos claramente autorales desde que en su tercera película, Los exiliados románticos (2015), comenzara a trabajar con las tonalidades azules y rojas. Tanto en la iluminación como en el vestuario (de nuevo en manos de Santiago Racaj y Laura Renau, respectivamente), sus tres últimas películas aparecen hermanadas cromáticamente. También están las referencias a Leonard Cohen, a escritores, películas y, por supuesto las escenas en bares. Que por ser verano, y agosto, se multiplican: terrazas, barras al aire libre y verbenas. Lugares ruidosos pero también con música, de nuevo, en directo. En esta ocasión, la voz y el espectáculo pertenecen a Soleá Morente, cuya canción Todavía se convierte en el mantra que resuena en la cabeza de Eva hacia el final de la película. También reaparecen los actores habituales, que, como en una compañía de teatro, vuelven para interpretar diversos personajes, ofreciendo, como en el caso de Vito Sanz, registros muy diferentes.

La virgen de agosto se estrenará en salas españolas el 15 de agosto, coincidiendo con la festividad de la Virgen de la Paloma en Madrid. Una decisión arriesgada desde el punto de vista comercial, ya que, según quien estudia los hábitos de consumo, en verano la mayoría de espectadores cambian la butaca por la tumbona. Sin embargo, la apuesta fortalece el discurso de la película y caerá como agua fresca para los ilusos que, como Eva, se quedan en la ciudad cada año y encuentran la cartelera desierta.