Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

En su faceta como guionista, Drew Goddard está detrás de muchos de los populares artefactos televisivos de la factoría que se mueve alrededor de J. J. Abrams. Algunos capítulos de Alias o Perdidos, por poner dos ejemplos de casos de éxitos notables, llevan su firma. Pero también películas como Monstruoso (2010), de Matt Reeves. Estos trabajos le han valido para convertirse en un escritor con muchos fans, los mismos que tienen estas producciones. Sin embargo, la admiración por sus historias, sobre todo por parte de los seguidores fieles al terror y el fantástico, aumentó con el estreno La cabina en el bosque (2012), una película que transcendió la frontera del territorio de los amantes de este tipo de películas, para convertirse en algo parecido a un título de culto, generando bastante consenso en torno a su propuesta. Lo que planteaba Goddard en su ópera prima, con guion firmado junto a Joss Whedon, era la reformulación de los códigos clásicos del género, convirtiendo un film de terror adolescente en un producto repleto de encanto cinéfilo, con sus inevitables guiño y homenajes, que se acababa convirtiendo una carta de amor al cine fantástico para disfrute de sus fans.

En su segundo trabajo, Malos tiempos en El Royale, la película elegida para clausurar la 66 edición del Festival de Cine de San Sebastián, el director y guionista lleva a cabo un ejercicio similar de ‘rescate’, esta vez a costa del género negro. También toma como punto de partida el sustrato clásico, presentando varios lugares comunes y personajes reconocibles que podrían aparecer en las novelas de Raymond Chandler, Dashiell Hammett o James M. Cain. Y de nuevo vuelve a dar la vuelta a las convenciones para llevar el relato por caminos no esperados, algunos muy notables y otros fallidos, gracias a un libreto repleto de giros (como un buen ‘noir’ clásico), reforzando su condición de talentoso guionista. O, al menos, de guionista que sabe cómo convencer al espectador de que nunca va a lograr saber cuál es el siguiente paso de la historia, mientras le conduce sin frenos a un acto final tan catártico, como inesperado y retorcido. Una fórmula que repite, con acierto y también con algún exceso, respecto a su debut.

La acción se desarrolla en los años sesenta, para reforzar aún más esos aires de clasicismo, en el motel de carretera que da título al film. El Royale se encuentra situado entre dos estados, la mitad de sus habitaciones están en California y la otra mitad en Nevada. Un avance sobre la doble cara que, posteriormente, van a mostrar sus huéspedes. Hasta este lugar llegan un sacerdote (Jeff Bridges), una aspirante a estrella de la canción (Cynthia Erivo), un vendedor de aspiradoras (Jon Hamm) y una misteriosa joven que firma en el libro de registro de entradas como señorita “que te jodan” (Dakota Johnson). A todos les da la bienvenida el botones, que parecer ser en ese momento el único miembro de la plantilla del hotel. A partir de la presentación de estos personajes, el cineasta comienza ese juego tan propio del género cuya regla principal es “nada es como parece”, con una propuesta narrativa que apuesta por contar la historia desde distintos puntos de vista: todos los protagonistas son en algún momento narradores y en otro objetos de la narración. Por algo, uno de los grandes hallazgos del film es el desarrollo del doble concepto de observar y ser observado. Goddard confirma su vocación de explorador del límite de los géneros, aquí incluso se acerca sin reparo al musical con aires del sello Motown, y también su condición de buen narrador de historias, que van un paso más allá, tienen otra intención, que sus ligerezas televisivas.