Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

En unos tiempos en que la posverdad cotiza al alza y la propaganda prevalece como forma de explicación de la realidad sociopolítica, Alejandro Amenábar propone una revisión del pasado aferrada a los datos y los hechos. Un ejercicio cinematográfico que toma distancia respecto a la noción de “Historia ficcional” consagrada por el éxito de Érase una vez en… Hollywood de Quentin Tarantino. Así, el acercamiento que propone Amenábar a la Guerra Civil española aparece sostenido por un andamiaje biográfico. En Mientras dure la guerra, las trincheras, las batallas o los fusilamientos son relegados al fuera de campo, y en contrapartida la película se centra en las personalidades y los conflictos que emergen entre sus tres protagonistas. Por un lado, Francisco Franco y José Millán-Astray, dos militares de carrera que, en su asalto al poder, encarnan un pensamiento monolítico; por el otro, Miguel de Unamuno, el humanista que duda y busca respuestas aferrado al “sentimiento trágico de la vida”. Dos caras de una misma moneda, o la formulación de una idea capital del escritor y filósofo español: combatir la intolerancia de los demás es combatir la intolerancia propia.

Hilvanada a través del enfrentamiento entre razón y fuerza, Mientras dure la guerra va desenredando (de forma demasiado pedagógica, en ocasiones) los hechos que tuvieron lugar en Salamanca en el verano de 1936, justo antes de que Franco se autoproclamara Caudillo de España, y Millán-Astray y Unamuno tuvieran su enfrentamiento en el Paraninfo de la universidad salmantina, un episodio sobre el que los historiadores siguen dando vueltas, y que ha alentado la construcción del mito en torno a ambas figuras. El pasaje en cuestión –que junto a otros hechos documentados sostiene con precisión el guion del propio Amenábar y de Alejandro Hernández– queda retratado en toda su intensidad y complejidad gracias a las imponentes interpretaciones de Eduard Fernández y Karra Elejalde.

Amenábar plantea en su nuevo film un ejercicio de inmersión y relectura histórica similar al que desarrolló en la superproducción Ágora (2009), que ahondaba en la vida de la matemática Hipatia de Alejandría. Del mismo modo, Mientras dure la guerra apela al pasado para invocar una lucha contemporánea contra el olvido y la injusticia. El problema es que, como en Agora, aquí se echa de menos una apuesta formal capaz de trascender la ilustración plana de la Historia. El director se recrea en la monumentalidad de los escenarios, en el retrato de los famosos paseos de Unamuno por Salamanca y sus alrededores, y queda deslumbrado por la piedra de Villamayor (de hermosos reflejos dorados) que viste las fachadas de iglesias y casas nobles de la ciudad.

El vigor de tintes exuberantes que alimentó los primeros e interesantes trabajos de género de Amenábar (Tesis, Abre los ojos y Los otros) deviene el peor enemigo de Mientras dure la guerra, una película que engalana su envoltorio de rasgos clásicos con un exceso de preciosismo y cuya grandilocuencia acaba fagocitando la personalidad de sus protagonistas. Unos obstáculos formales que lastran en parte el noble propósito del director de Mar adentro, que, en unos tiempos en que el pensamiento absolutista se extiende como un germen siniestro por la España actual, reclama la vigencia del “venceréis pero no convenceréis” que Unamuno dedicó a los jóvenes seguidores de Franco en 1936.