Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

El destino empujó al periodista Paxton Winters, acostumbrado a trabajar en zonas de conflicto, a pasar siete años conviviendo con los habitantes de Morro dos Prazeres, una de las cerca de mil favelas que hay en Río de Janeiro. En principio, decidió documentar esta experiencia en una serie de cortometrajes y uno de ellos se convirtió, finalmente, en su segunda película de ficción. Tras debutar en 2003 con Crudo, el estadounidense se presenta en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián con Pacificado, un film que viene avalado por la figura del cineasta Darren Aronofsky como productor y también como uno de sus mayores impulsores.

Sin embargo, poco tienen que ver el estilo visual de Winters y sus preocupaciones temáticas con las de su mentor.  Su film maneja muchos de los elementos propios del thriller, pero no renuncia nunca a su vocación de retratar la realidad y de visibilizar a los habitantes de este barrio colgado literalmente de una montaña. Además, el contexto sociopolítico en el que se desarrolla ocupa un destacado primer plano. Porque el comienzo del film coincide con el final de los Juegos Olímpicos que se celebraron en Río en 2016. La gala de clausura implica también el fin de la reclusión en la cárcel para muchos de los jefes mafiosos, a los que el Gobierno brasileño decidió apartar de las calles como medida preventiva durante los años previos al evento.

Uno de los beneficiados de esta amnistía tras el proceso de “pacificación” es Jaca (interpretado por el cantante Bukassa Kabengele), que durante años tuvo bajo su poder la favela donde se desarrolla el film, Morro dos Prazeres, a la que ahora regresa sin ningún interés de recuperar su trono. Es un personaje retratado con el aire de un antihéroe en un western crepuscular. Alguien que prefiere que su sucesor siga llevando la corona de rey y él pasar a un segundo plano, alejado de los fumaderos (lugares donde se vende droga) y de las disputas con las bandas rivales. La película se narra desde la mirada de Tati (Cassia Nascimento), una niña de 13 años que ha vivido siempre creyendo que este antiguo jefe era en realidad su padre.

Aunque Paxton Winter introduce algunas imágenes documentales, rodadas por su propio equipo, de tiroteos entre los miembros del BOPE (Batallón de Operaciones Policiales Especiales) y la gente armada de las favelas, poco tiene que ver este film con películas como Tropa de élite (2007) de José Padilha. Su narración se presenta mucho más reposada. La cámara no persigue el ritmo febril de la acción, sino que prefiere la pausa y recrearse en los diálogos. Porque la dimensión íntima de la película encaja perfectamente con el (inevitable) enfrentamiento entre el rey desterrado y el joven que ahora gobierna la favela. Un equilibrio que se mantiene con coherencia hasta el tramo final del film, cuando este quiebra su trayectoria con una serie de giros precipitados y en parte incoherentes. Pero en la memoria queda uno de los últimos planos rodado con un dron que recorre, de abajo a arriba, la escalera que atraviesa la favela como si fuera una autopista. En ese momento el espectador descubre una monumentalidad revestida de pobreza y de sufrimiento, dentro de la que Paxton se ha sumergido para extraer una porción de la realidad.