Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Passion Simple aterriza en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián con el beneplácito del “sello Cannes 2020”, que señala un conjunto de títulos que se habrían estrenado en el gran certamen francés de no haberse cancelado este año. Su directora, Danielle Arbid, ya estuvo presente con sus dos primeras obras en la Quincena de Realizadores de Cannes y se consolidó como una cineasta a tener muy en cuenta con su tercer trabajo, Peur de rien (2016), con la que Passion Simple guarda algunas conexiones. París sigue siendo el escenario principal y se reincide en la confección del intenso retrato psicológico de un figura femenina, aunque aquí la protagonista no es una joven. Hélène (Laetitia Dosch) es una mujer adulta, separada y que alguna vez tuvo una vida tranquila, centrada en sus clases de literatura y en su ambiciosa tesis doctoral. Un bagaje vital que Arbid relega a un trasfondo difuso sobre el que emerge, por ejemplo, el primer encuentro sexual de la protagonista con su amante, un joven ruso al que conoció por casualidad en una vacaciones en Oporto.

Arbid abre el film con un monólogo en el que Hélène confiesa ante la cámara su decisión de entregarse, sin distracciones, a la espera de cada nueva llamada de su amante. La declaración conlleva una renuncia voluntaria a toda autonomía y una entrega a la obsesión amorosa, una devoción tan tormentosa como fulgurante. “Desde septiembre del año pasado, no he hecho más que esperar a un hombre”, asegura Hélène. Con esta premisa radical, solucionada de una manera directa y concisa, la cineasta libanesa afincada en Francia acomete la tarea de llevar a la pantalla el texto homónimo de la prestigiosa escritora Annie Ernaux. El planteamiento no tiene dobleces, al igual que no lo tiene el deseo de la protagonista, ni tampoco se pueden esperar grandes giros narrativos a lo largo del relato. Arbid se entrega a la disección de la obsesión de su protagonista, que acapara el film con su figura omnipresente.

La película se desarrolla al ritmo de las llamadas que la protagonista recibe de su amante y de los múltiples encuentros sexuales que mantienen. En la primera secuencia de sexo, la directora filma los cuerpos acercándose a ellos, sin dejar distancia, tratando de captar cada roce entre las pieles y cada ligero movimiento. Pero según avanza el film, estas escenas van cambiando en su morfología. La cámara va tomando distancia, el encuadre queda fijo y los movimientos del hombre comienzan a percibirse más artificiales, casi mecánicos. De esta manera, y sin necesidad de emplear diálogos, Arbid perfila la evolución de la relación y de las emociones de la protagonista. En esto, el trabajo eminentemente gestual de Laetitia Dosch resulta determinante: con una sola mirada, podemos atisbar el ardor adolescente que experimenta su personaje.

En los momentos anteriores y posteriores a las escenas sexuales, Passion Simple adquiere un curioso aspecto de thriller sexual con aires del cine de explotación comercial de los noventa. Se especula con que el personaje masculino –un ruso, admirador de Putin, de los coches y la ropa de marca hortera, alejado del mundo intelectual de su amante– pueda ser un espía. En ocasiones, Hélène intenta asumir el rol de tímida femme fatale, mientras en la banda sonora abundan las canciones que remiten a la última década del siglo XX. Pero todas estas son solo pistas falsas con las que Arbid aliña la consistente historia de una obsesión, el retrato de una mujer “enamorada del amor”, como se la define en un momento del film. Un abordaje a la declinación sexual del amour fou que viene a cuestionar ciertos clichés románticos que el cine tiende a utilizar como coartada argumental. A Arbid le interesan otro tipo de pulsiones, aquellas que engarzan el placer físico con la fantasía de entregar la propia voluntad al objeto del deseo.