Mariona Borrull (Documenta Madrid)

La canadiense Sofia Bohdanowicz, directora de MS Slavic 7, ha construido gran parte de su filmografía en torno a las posibilidades que emanan de la quimérica búsqueda de una cierta “verdad” entre las rendijas de un pasado documentado. En la bitácora íntima del cortometraje Point and Line to Plane, creada por Bohdanowicz junto a su colaboradora habitual, la actriz Deragh Campbell, una mujer dedica sus días a buscar rastros de su amante recién fallecido, Giacomo, a partir de ciertos “detalles importantes” de su personalidad. A través de una serie de analogías visuales instigadas por el relato en off, una idea fragmentaria de Giacomo empieza a infiltrarse, primero, entre unos lienzos de Vasili Kandinsky (punto-peca, curva-manos, semicírculos-un gesto afirmativo), y luego en las múltiples capas que componen la desocupada vida de la protagonista. No obstante, desde el principio, estos signos identitarios generan una imagen críptica, imposible de comprender. En su mutismo acrónico, los cuadros del expresionista ruso absorben los retazos de memoria que la mujer aboca sobre su superficie sin devolver más que silencio. Al fin y al cabo, ¿qué sentido tiene pedir respuestas a una mancha de pintura? ¿Es posible colonizar el pasado desde una lógica subjetiva presente y esperar algún atisbo de verdad?

Ante la urgencia que tiene la protagonista por conectar con el pasado, la cineasta opera como una suerte de médium, descentrando la narración y aposentándose entre los vacíos que deja el monólogo interior de la mujer, navegando entre grumos de recuerdo que no tienen más entidad que la sopa de tomate y los imanes del Guggenheim de Nueva York (ahí, la fina capa de humor de Bohdanowicz). La información se presenta en burbujas autónomas, galaxias de datos que solo se conectan gracias a esa unidad de sentido llamada “Giacomo”: Mozart, Hilma af Klint, las calles de San Petesburgo… Giacomo se escapa y, como la exposición que la mujer visita, solo puede ser visto de forma sesgada o de lejos. Ni en sus sueños, que la transportan a parajes desérticos, hogar de espejismos, puede alcanzarlo: este se le niega a golpe de panorámica. Un gesto, el del paneo de cámara, que se alinea con el husmear inquisitivo de la mirada de la protagonista. El más allá rehuye la conquista de los vivos y solo puede ser atisbado cuando aguantamos la mirada al vacío y esperamos: “El ambiente, mudo, comienza a expresarse en un idioma cada vez más significativo. Así, se vuelven símbolos los signos muertos y lo muerto resucita”.

La contemplación atenta y destensada revela verdades escondidas, que sin embargo se ocultan cuando se las pretende capturar a la fuerza. Lo cierto es que toda mirada aparece indisolublemente ligada a un sujeto definido, concreto, pues no puede haber búsqueda sin un yo. Para neutralizar el peso de ese sujeto, Bohdanowicz aboga, desde la cita que abre el metraje, por una experimentación de los fenómenos “según su naturaleza y características”, sin la intromisión de un ente externo. Una utopía que la cineasta hace realidad al liberar, sin ella saberlo, el mecanismo de seguridad de su pequeña cámara Bolex. Es entonces cuando la imagen empieza a palpitar, cobra vida. Las imágenes transcienden la vivencia que evoca la narradora: es la única forma de llegar a alguna verdad ulterior. De ahí que el metraje transite libremente entre distintos planos de la diégesis, o que sean bienvenidas las contradicciones respecto a, por ejemplo, la asistencia a la exposición del Guggenheim, negada por la protagonista pero plasmada en la crónica visual de su narración íntima.

Fantasma significa, etimológicamente, “resultado de aparecerse”, de “hacerse visible” o de “brillar”. Los fantasmas “pasan” cuando nos desprendemos de la voluntad de encontrarlos, de resucitarlos como símbolos comprensibles. Son “los ojos y las orejas” de la protagonista los que le permitirán encontrarse quizás con Giacomo, pero será más allá de toda mirada inteligible, transformado en el signo vacío de una mancha de color. En este sentido, resulta revelador que la película acabe con un “I opened my eyes and I saw” (“abrí los ojos y vi”), que el subtítulo en español interpreta desatinadamente como “te vi”. No le ve, “ve”.

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