Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Benjamín Naishtat se está convirtiendo en un nombre habitual del panorama de festivales internacionales. Con su brillante ópera prima, Historia del miedo (2014), compitió en Berlín y participó en la sección Horizontes Latinos en San Sebastián, donde este año forma parte de la Sección Oficial a concurso. Con Rojo confirma su talento tras el debut y un segundo trabajo, El movimiento (2015), que se pudo ver en Locarno, para convertirse en una de las voces más interesantes entre la nueva generación de cineastas argentinos. Al igual que en su primera obra, aquí también hay una mirada de conjunto hacia la sociedad, en este caso una mirada hacia el pasado, y también se articula una sensación de extrañeza casi permanente. La película sitúa al espectador frente a un rótulo que explica que la acción se desarrolla en un lugar de provincias de Argentina en 1975. Es decir, justo antes del golpe de estado y del comienzo de la dictadura.

El desasosiego social invocado por Naishtat se transmite al interior de un pequeño restaurante, donde tiene lugar una discusión entre dos clientes por ocupar una mesa. Esta magistral secuencia, que es la segunda del film, significa el arranque de la trama y marca el tono de la película en términos estilísticos. Por un lado, se encuentra un conocido abogado de la ciudad, al que interpreta con una muy notable contención Darío Grandinetti, y a él se enfrenta un desconocido (se intuye que es forastero) que, con malos modales y sin razón, le reclama un lugar porque no quiere esperar su turno. Un momento cotidiano, planteado como introducción pero que tiene el tono de auténtico clímax, filmado como si un duelo de un western (hay alguna referencia posterior más al género) se tratara. A partir de ese instante se abre un relato que tiene el formato de thriller –comienza fuera del restaurante, cuando el extraño amenaza ya físicamente al abogado y a su mujer– con buenas dosis de humor negro. Pero, en realidad, lo que está haciendo el film es dejar pistas sobre la situación de todo un país, sobre un momento enrarecido que tiene la forma de nubes negras que presagian una tormenta de represión y persecuciones políticas. Y también retrata una pequeña sociedad acomodada, la que se mueve en torno al abogado, que oculta muchas miserias (y algo de basura) bajo su aparente vida idílica.

Naishtat aprovecha, con notable acierto, la ubicación temporal de la historia para dotar a Rojo de un marcado look ‘setentero’. No tan solo en cuanto a los créditos, dirección artística, música y fotografía, también a propósito de bastantes decisiones narrativas. También en el uso casi constante y muy delicado del zoom; en la decisión de congelar varios planos; e, incluso, en el viraje a rojo de toda una secuencia, que propicia un momento en el que el director se atreve a pisar el terreno del terror psicológico. La combinación de fondo y forma depara en este caso una obra en la que, curiosamente, la premisa moral, la que activa el thriller con detective incluido, se va difuminando ante nuestros ojos para dejar paso a una mirada muy lúcida sobre la condición humana. Que en unos casos tiene un tono socarrón y otros resulta aterradora. Como se cuenta en el film, cuando alguien intenta atrapar una mosca, esta se desplaza cada vez con vuelos más cortos, hasta que acaba posándose y se rinde. Una metáfora muy acertada para aplicar al ser humano.