Surgida de la fusión imaginaria de los universos de Un funeral de muerte y Ghost World, la producción norteamericana Shiva Baby, ópera prima de la canadiense Emma Seligman, nos sumerge en la tumultuosa realidad de la posadolescente Danielle, a quien da vida la joven comediante Rachel Sennott, una aprendiz de Lena Dunham que ya es todo un fenómeno en las redes sociales. Asediada por el desconcierto propio de su edad, Danielle intenta hacer frente a la tormenta perfecta que conforman su affair sexual (y de interés económico) con un hombre mayor (Danny Deferrari), sus poco fructíferos intentos de hacer carrera en el activismo feminista de corte arty, la sutil presión que ejerce su familia para que encauce su vida y la compleja relación de amistad y pasión con su mejor amiga (Molly Gordon). Este entramado de situaciones conflictivas estalla durante la celebración del shiv’ah (el funeral judío) de un amigo de la familia de la protagonista, un escenario claustrofóbico en el que el enredo campará a sus anchas, desplegando un caótico festín de encuentros públicos y privados que situarán a Danielle al borde de un ataque de nervios.
Shiva Baby, que se presenta en la competición de óperas primas del Festival Zinebi, se hace fuerte en la construcción de un personaje femenino de considerable complejidad. Para ello, Seligman adopta una distancia ambivalente respecto a su joven heroína. Por momentos, la película parece transformarse en un verdadero viacrucis, en el que la protagonista es fustigada por sus familiares, amigos, ella misma y la cámara, que la somete a un seguimiento exhaustivo e insidioso. Sobre esta matriz de ataques y autolesiones, Shiva Baby saca punta a esa veta de humor judío que trabaja, de un modo salvaje, con la autoflagelación, el patetismo e incluso la incomodidad. Sin embargo, en otra vertiente del film, sobre todo en los momentos en que Danielle saca fuerzas de flaqueza para combatir su circunstancia con un orgullo sexy, la película parece postrarse ante la protagonista de un modo casi reverencial, empatizando con su dolor y su confusión. En el rostro pálido y el cuerpo menudo de Danielle se amontonan los ecos de chicas en apuros del cine de antaño, de las “chicas raras” de las teen movies de John Hughes a la Bel Powley de The Diary of a Teenage Girl de Marielle Heller, pasando por el desbarajuste existencial de prominentes figuras femeninas de la modernidad europea como la Anna Karina de Vivir su vida de Godard o la Marine Vacth de Joven y bonita de François Ozon.
El otro foco de interés de Shiva Baby radica en su tránsito formal desde un naturalismo plácido, muy de cine indie neoyorquino, a un formalismo histérico. Desde el principio, pese al look relativamente académico de la película, los choques de Danielle con la realidad circundante aparecen punteados por una banda sonora eminentemente perscusiva, en la que el músico Ariel Marx pinza con garbo las cuerdas de su violín, su viola y su chelo. Un “efecto” sonoro que remite a la sincopada partitura con la que Jon Brion evocaba la angustia de Barry Egan (Adam Sandler) en la magistral Embriagado de amor (Punch-Drunk Love). En la línea frenética y exasperante del film de Paul Thomas Anderson, Shiva Baby va sumergiendo al espectador, a través de una puesta en escena envolvente y opresora, en la psique atolondrada de Danielle, hasta el punto de conquistar un territorio fronterizo entre la realidad y la alucinación, un esfera que exploró a fondo la norteamericana Josephine Decker en la aporreante Madeline’s Madeline. Un cierto espíritu siniestro ronda los enrarecidos retratos femeninos del joven cine norteamericano: cabe recordar otros trabajos recientes como Heaven Knows What de los hermanos Safdie o Her Smell de Alex Ross Perry. Films caóticos que, desde perspectivas diversas, dan cuenta de una cierta era del desconcierto. Películas raras para tiempos extraños.