Manu Yáñez (Festival de Gijón)

“¿Cuántas películas han sabido retratar la realidad del “lugar de trabajo”, no como un concepto cargado políticamente o un principio estructural, sino como una entidad viva?”. Así arrancaba un memorable artículo que, a mediados del año 2009, el crítico norteamericano Kent Jones dedicó, en la revista Film Comment, al tratamiento de lo laboral en el cine americano. Un texto que culminaba con un elogio de El bazar de las sorpresas de Ernst Lubitsch y que, entre muchas otras cosas, daba cuenta del desinterés del cine americano por el día a día de los trabajadores. Contra esa indiferencia, que ha convertido el trabajo en una suerte de tabú velado en el imaginario cinematográfico, se manifiesta, discreta y locuazmente, Support the Girls, la nueva película de Andrew Bujalski, ex-chico prodigio del cine indie americano, convertido con el tiempo en un agente subversivo igual de marginal que un Michael Almereyda o un Travis Wilkerson. En su nuevo estudio de las dinámicas de funcionamiento de una comunidad cerrada de personajes –a la manera de Computer Chess–, Bujalski estudia con todo lujo de detalle una jornada en la vida de un grupo de trabajadoras de un bar-restaurante modelado a imagen y semejanza de la cadena Hooters. Las normas (escritas) del personal prohíben el dramatismo y exigen un fuerte sentido de la responsabilidad, mientras que la realidad (no escrita) impone las sonrisas forzadas, los tejano-shorts minúsculos y los escotes abismados. En este escenario, Bujalski construye una inesperada comedia festivo-costumbrista en la que se observa, con espíritu crítico, la indefensión de las trabajadoras, pero en la que sobre todo se canta a la dignidad de estas currantes, con el compañerismo y el respeto como máximas inviolables.

Para encontrar la última película que se atrevió a poner el foco en lo que Jones llamaba el lugar de trabajo (workplace) –y sin haber podido ver la a priori sugerente Results (2015), el anterior film de Bujalski–, seguramente hay que remontarse hasta Fast Food Nation (2006) de Richard Linklater o, en el ámbito del cine experimental, hasta los magistrales 83 minutos de plano secuencia a cámara lenta de Lunch Break (2008) de Sharon Lockhart –el primer episodio del tríptico Certain Women de Kelly Reichardt tuvo la oportunidad de renovar este subgénero invisible, el cine de trabajadores, pero a la directora de Old Joy le interesa más el drama interpersonal de aliento outsider que el retrato de una colectividad integrada en el sistema–. El referente de Linklater resulta especialmente oportuno para estudiar Support the Girls, y no solo porque el film de Bujalski esté rodado en Austin, Texas, la ciudad del director de Boyhood. Otra de las sorpresas de lo nuevo del director de Beeswax es que, a pesar de lo pintoresco del escenario elegido –un restaurante de camareras explosivas–, el tono de la película y su puesta en escena apuntan a un realismo particularmente contenido y riguroso. Estamos lejos del colorismo encendido y de la pulsión cinética del cine de Sean Baker, y mucho más cerca del merodeo sosegado y circular de Linklater. En ese sentido, Bujalski parece situarse casi en un segundo plano y, a través de una trabajo formal basado en lo funcional, sin aspavientos visuales ni pirotecnia musical, cede el protagonismo a sus personajes, un coro de voces femeninas entre las que destaca la figura de Lisa, la encargada del local, interpretada por Regina Hall en el papel de su vida (más allá de la Brenda de la saga de Scary Movie). Convertida en la versión proletaria del protagonista de Jo, qué noche de Martin Scorsese, Lisa se verá atrapada, a lo largo de un día, en una avalancha de exigencias financieras, normativas ambiguas, desengaños amorosos y traiciones imperdonables. Una tormenta perfecta que, enmarcada en el contexto de la América actual, pone de relieve la devaluación de valores como la nobleza, la ecuanimidad y la solidaridad. Puede sonar a santurronería, pero se trata de una tragedia social.

Pese a su punzante observación de la crisis de una cierta conciencia trabajadora, cabe no olvidar que Support the Girls es una comedia genial, en la que el humor emerge de manera natural de una realidad vívida. Bujalski sabe sacar todo el provecho del choque entre el ejército de chicas despampanantes –alguna de ellas, algo superficial, pero ninguna irrespetuosa o malintencionada– y una troupe de clientes formada por moteros, policías, familias, ancianos “cariñosos” y más de un tipo malcarado. Aunque el corazón de la película reside en las interacciones de Lisa con sus empleadas, un territorio fértil en cuanto situaciones esperpénticas –cuando la encargada debe despedir a una chica (blanca) a la que se le ha ocurrido tatuarse a Stephen Curry en el costado– y pequeños conflictos cotidianos. Un escenario perfecto para lo que se ha dado en llamar el (o la) dramedy. Así, filmando con una sonrisa amistosa en los labios, Bujalski da luz a una película que no solo se atreve a conquistar para el cine americano actual el lugar de trabajo –casi veinte años después de la icónica Trabajo basura–, sino que nos devuelve la fe en la posibilidad de la sublevación cotidiana. Volviendo a la conexión de Support the Girls con el universo de Linklater, hacía mucho que este crítico no revivía la emoción con la que antaño hizo suya la negativa de Pink (Jason London), el protagonista de Dazed and Confused, a someterse a las restrictivas leyes de su “entrenador”, o la resistencia de Dewey Finn (Jack Black), el héroe de School of Rock, ante los ataques normativos de un realidad conservadora. Sobre esa dimensión íntima de lo político construye Support the Girls su contagioso espíritu subversivo.