Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Resulta curioso, y fascinante al mismo tiempo, que la banda sonora de The Wonder, la nueva película de Sebastián Lelio, la firme Mathew Herbert, un músico inglés de electrónica minimal que en 2016 llevó a cabo una sesión como dj en la que sustituyó los vinilos por piezas de comida, para luego ofrecer esos ‘discos’ a los espectadores para que se los comieran. En su cuarta colaboración con Lelio, Herbert pone el acompañamiento musical a la historia de una niña que lleva cuatro meses ayunando de manera voluntaria y cuyo caso despierta el morboso interés de toda Gran Bretaña. El cineasta chileno presenta The Wonder, su primer film de época –está ambientado en la Irlanda de mediados del siglo XIX– en la Sección Oficial a concurso del Festival de San Sebastián, donde se dio a conocer en 2005 con su ópera prima La sagrada familia.

El director de Una mujer fantástica (2017) desvela los mecanismos de ficción de su película en la primera secuencia, cuando muestra los escenarios donde se van a rodar los interiores del film, y lo vuelve a hacer en otro par de ocasiones, mediante un personaje que mira directamente a cámara interpelando al espectador. Se trata de una invitación a entrar dentro del relato porque todos necesitamos aferrarnos a historias: “sin historias no somos nada”, apunta una voz en off. Por su parte, los protagonistas de The Wonder necesitan su propio relato, aquel que los posiciona a favor o en contra de ese proceso de santificación infantil que está teniendo lugar en el seno de una humilde familia irlandesa, justo en el momento en el que el país vive una de las más tremendas hambrunas de su historia.

Todo el mundo en el pueblo defiende su verdad sobre el caso, salvo la protagonista del film, una enfermera inglesa (una convincente Florence Pugh en un papel robusto y repleto de complejidad), que es contratada por un autoproclamado “comité de seguimiento” para convertirse en la vigilante de la niña. Además, la enfermera debe comprobar si la pequeña lleva realmente tanto tiempo sin alimentarse o si lo hace solo “maná del cielo”. La mujer arrastra un doloroso pasado y ha estado en la guerra de Crimea auxiliando a los heridos, sin embargo, se encuentra absolutamente descolocada frente a lo que ella considera un engaño orquestado por la familia, una situación que debería resolverse, según los métodos de la época, con la alimentación forzosa.

El cineasta chileno y su coguionista, Alice Birch, adaptan la novela homónima de Emma Donoghue, publicada en 2016, concediendo siempre el punto de vista de la narración a su protagonista, a través de la que se materializa un conflicto entre fe y razón. Algo que permite una lectura a propósito de los fanatismos (tanto del religioso como del científico) que no resulta difícil extrapolar a la sociedad actual. Y en el centro de todo ello se encuentra la niña ‘santa’ (interpretada con gran magnetismo por la debutante Kíla Lord Cassidy), un personaje que sufre en su propio purgatorio y que aparece atrapada como el pájaro de su taumatropo, ese juguete vetusto que transmite la sensación de movimiento a un dibujo gracias al giro de sus cuerdas.

Es cierto que Sebastián Lelio peca en su narración de un exceso de subrayados dramáticos y que se esfuerza de manera exagerada por no dejar ni un fleco suelto en su historia –quién sabe si la producción de Neflix tiene algo que ver con esto–, pero también consigue un film de fuerte calado emocional y dolorosa belleza –su mejor obra tras Disobedience (2017)–, que además abre las puertas a un debate apasionante sobre los dogmas religiosos y científicos.