Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

El fenómeno de Amanece que no es poco (1989), de José Luis Cuerda, es único en la cinematografía española. Es un caso que estamos acostumbrados a ver en otros mercados, cuando una película se convierte, tras un discreto paso por taquilla, en un título de culto. En este caso, comenzó con la generación que aún acudía al videoclub a alquilar películas en VHS, saltó a la promoción que alimentó su cinefilia con los primeros DVD y ha llegado a la era de YouTube, donde los clips de la película siguen acumulando visitas. Casi treinta años después de su estreno, sigue sumando fans y también se encuentra reconocida como la precursora de un tipo de humor –manchego, se le suele denominar por la procedencia geográfica de su autor– que ha encontrado también continuadores entre la profesión. Sin ir más lejos, ahí están los paisanos ‘chanantes’ de Cuerda, creadores de piezas esenciales de la televisión actual como Museo Coconut, tres de los cuales (Raúl Cimas, Carlos Areces y Joaquín Reyes) aparecen en Tiempo después, el film con el que el cineasta participa en la Sección Oficial como proyección especial del Festival de San Sebastián.

A pesar de las inevitables comparaciones, y de las ganas de los fans, los creadores de la película ya han explicado que no se trata de una secuela al uso: como mucho, les gusta hablar de una “secuela espiritual”. Es decir, existe entre ambas películas una conexión familiar que las vincula íntimamente y que las hace conectarse a través del tiempo: el humor surrealista. Una apuesta por la comedia que repite algunos de sus rasgos más característicos –la historia coral, la sucesión de escenas como si fueran ‘gags’ estancos aunque interconectados y una fuerte presencia de lo verbal–, aunque también incorpora algunas novedades no siempre acertadas. La inspiración de Cuerda sigue estando en los grandes autores de comedia escrita y dibujada en castellano de mediados del siglo XX, es decir, en los especialistas en llevar el absurdo (que no el ridículo) hasta sus últimas consecuencias. Sin embargo, lo que en la primera entrega (que no parte) parecía suficiente y ha conseguido superar el paso del tiempo, aquí se antoja escaso, quizá porque las pretensiones son mucho mayores.

Cuerda propone un futuro (muy) lejano en el que la humanidad está dividida en dos bandos. Por un lado, los que no tienen trabajo, los olvidados. Por el otro, los capitalistas. Y entre ambos, un desierto. Del lado capitalista, encontramos un inmenso rascacielos en el se hallan representados, literalmente, todos los ámbitos de la sociedad, que no las clases sociales. Porque en esta distopía solo existen dos estratos. Los que tienen poder –el rey, el presidente, la Iglesia, los militares, la Guardia Civil, etc…– y los que no lo tienen, es decir, el resto de los trabajadores que se reparten en las distintas habitaciones según sus oficios. Como en Amanece que no es poco, Tiempo después contiene una voluntad de crítica social que transita más allá del humor costumbrista, desconcertante y transgresor. Al fin y al cabo, esa es la denominación de origen manchega por la que la primera se ha convertido en una película ‘gran reserva’. La combinación de fantasía futurista –con rasgos de crítica social ácida y necesaria– con el esquema humorístico de viñetas audiovisuales no funciona en conjunto, aunque algunos momentos hay que reconocerlos como valiosos. El hecho de que, en ese poblado, cada amanecer se parezca al del día anterior y al siguiente resulta una curiosa metáfora de lo que le ocurre a la película.