Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

“Asegúrate de que no se nos olvide”. Estas son las palabras con las que una joven guerrillera angoleña se despide de Ryszard Kapuściński. Carlota, que es el nombre real de este mujer, es uno de los personajes que pueblan la novela del periodista y escritor polaco Un día más con vida, en la que narra, en forma de crónica periodística y de memoria personal, como en la mayor parte de su producción literaria, la guerra de Angola de 1975, en la que dos facciones luchan por controlar el poder justo después de conseguir la independencia de Portugal. El país se acaba de convertir en un inmenso tablero en el que la URSS y EEUU se disputan la hegemonía, con la entrada en la partida de Cuba y Sudáfrica como brazos ejecutores. La Guerra Fría se había instalado en el continente africano.

Ahora, Raúl de la Fuente y Damian Nenow han puesto en imágenes las vivencias de Kapuściński en un film homónimo, una coproducción hispano-polaca que se presentó en la Sección Oficial del pasado Festival de Cannes fuera de concurso, y que ahora aterriza en la sección Perlak de San Sebastián. La película funciona en una doble dimensión: como ejercicio de creación cinematográfica, en el que se dan cita varios formatos narrativos de forma más o menos experimental; y también como acercamiento a la figura (un mito para muchos) del periodista intrépido, que es capaz de adelantarse a los cambios geopolíticos y que, por otra parte, se cuestiona continuamente la forma de desarrollar su oficio.

A lo largo de su carrera, Kapuściński comentó (y escribió) en varias ocasiones que un reportero de guerra en teoría debe ser imparcial, pero que cuando está sobre el terreno, en las trincheras, acaba tomando partido por uno de los bandos en conflicto. Lo dice el polaco y todos los reporteros que han visto cómo llega un momento en que hay que posicionarse simplemente por el hecho de salvar la vida. Raúl de la Fuente y Damian Nenow también se posicionan a la hora de confeccionar su relato. La primera decisión es convertir los recuerdos del escritor en una película de animación, realizada con la técnica de ‘motion capture’ (o rotoscopia), es decir, a partir del trabajo de actores reales y con ensayos previos, que curiosamente permite transmitir de una manera más real la verdadera violencia que se respira en una guerra. En segundo lugar, mantienen el punto de vista del autor para contar la historia, algo esencial para respetar el tono autobiográfico que él mismo acuñó, conservando intacto su modelo narrativo. Y, por último, está la idea de insertar el testimonio de los supervivientes, más de 40 años después de los hechos, entre el relato animado. Algunos de los que fueron compañeros de Kapuściński (periodistas y guerrilleros) en Angola aparecen en la pantalla puntualizando o subrayando el desarrollo de los acontecimientos.

Se trata de dar cabida a los testimonios dentro de la no-ficción que representa el cuerpo central del film. De este modo, Un día más con vida se convierte en uno de los mejores reflejos de lo que es la crónica periodística entendida de la manera más académica y canónica. Quizá como película se le podía reclamar un mayor sentido del riesgo, que potenciara su vocación de lanzarse al vacío explorando las posibilidades de la técnica elegida y que ese romanticismo (en el sentido propio del viajero del siglo XIX) que se apunta contagiara realmente a las imágenes. Pero como crónica y antídoto contra el olvido justifica totalmente su planteamiento y también su propuesta narrativa. Aunque por desgracia el sueño de Kapuściński, que falleció en 2007, de ver el amanecer de una nueva era postcolonialista no se haya cumplido.