Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

En el guion de Un hombre fiel, firmado a cuatro manos por Jean-Claude Carrière y Louis Garrel, todo, según reconoce el propio director, está muy medido, pensado, pulido. Fruto de un intenso trabajo para encontrar la esencia de la historia, el film, que compite en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián, aparece, en sus 73 minutos de duración, despojado de cualquier elemento accesorio. Lo que nunca sabremos es qué se quedó fuera, es decir, hasta dónde los escritores nos privaron de conocer algo más de estos personajes. ¿O quizá no hacía falta? También asegura el cineasta que la única conexión de esta película con la Nouvelle Vague, con la que se la relacionará recurrentemente, es la utilización de la voz en off, un recurso narrativo al que sabe sacar el máximo partido y que dota al film de un aire de novela romántica epistolar. Y es cierto, en apariencia no hay más vínculos, porque la película carece en muchos momentos de la libertad de la que hacían gala sus supuestos referentes en la década de los sesenta.

Parece algo más que una curiosidad o una simple coincidencia que Jean-Claude Carrière fuera el responsable de la adaptación que Milos Forman dirigió de Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos, en 1989. En Valmont, al igual que sucede en este largometraje, se plantea un triángulo amoroso con tintes trágicos, algo de humor e intrigas palaciegas. Y también existe en ambas películas una prueba de amor que se convierte en un juego, que pasa de ser divertido a cruel. En este caso, una pareja de amantes (Louis Garrel y Laetitia Casta) retoman su relación tras fallecer el marido de ella, mientras una joven (Lily Rose-Depp) irrumpe en sus vidas para desestabilizar (cuestionar) esta nueva pareja. Un hombre fiel, segundo largometraje del actor Louis Garrel tras las cámaras después de su interesante debut con Les deux amis (2015) y varios cortos, apuesta de una manera decidida por la indefinición genérica: es una película romántica, que rompe los momentos más dramáticos de forma abrupta con la comedia y que utiliza el thriller para vertebrar su reflexión en torno a la paternidad.

Hasta la paternidad llega el film gracias a la introducción en el universo de los adultos de un niño que juega a ser un detective –cuando no va al colegio se pasa el día en una comisaría hablando con los policías–, y que es testigo del juego amoroso a tres bandas. De este modo, Garrel recupera el espíritu de Truffaut a la hora de ‘prestar’ al niño la mirada propia, para bien y para mal, de un adulto. Esta decisión abre dos nuevos e interesantes caminos para el film: su acercamiento a la inquietante dramaturgia del suspense al puro estilo de Alfred Hitchcock y también un punto de vista nuevo de las relaciones adultas. Hay que reconocer que en ese sentido Garrel y Carrière aciertan de pleno al acercar el tono de las intrigas propias de una corte al terreno de la sociedad actual. Una cuestión que reafirma y subraya su propuesta nada ortodoxa ni académica, reflejada en la genial forma de resolver la totalidad de las secuencias (sirva como ejemplo la brillante ruptura amorosa con la que arranca el film). Sin embargo, al final queda la ligera impresión de que todo ese planteamiento resulta demasiado calculado en la puesta en escena. De ahí esa sensación de frialdad que impide que el film se eleve más alto de lo que ya llega. Que es bastante lejos.