Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

La trastienda del poder –lo que la opinión pública intuye, pero solo unos pocos conocen– es un material cinematográfico de primer orden. Siempre interesa conocer los mecanismos que se manejan desde la sombra con maquiavélicas intenciones y que muchas veces se encuentran fuera de lo que la justicia permite. Ese es el territorio por donde discurre la narración de Undercover, cuyo título original es Enquête sur un scandale d’etat, porque la película es precisamente eso, una investigación sobre un escándalo de Estado. El director y actor corso Thierry de Peretti se presenta en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián con su cuarto film, una historia basada en hechos reales, aunque el cineasta no puede confirmar que todo fuera así. El director asegura que las palabras pronunciadas en la película se dijeron en la realidad, “aunque no sé si todo lo que se dijo es verdad”.

De Peretti hace referencia a lo que contó el infiltrado de la policía Hubert Antonie (Roschdy Zem) a Stéphane Vilner (Pio Marmaï), periodista del diario Libération, en sus confesiones a propósito de la lucha antidroga desarrollada por miembros del Gobierno francés durante la pasada década. Tras el alijo de una gran cantidad de hachís en el centro de París, el testigo arrepentido tiró de la manta para denunciar las operaciones clandestinas que desde la cúpula del poder estaba llevando a cabo Jacques Billard (Vincent Lindon, una presencia inevitable este año en cualquier festival que se precie), máximo encargado policial del control del tráfico, en su lucha contra los grandes cárteles mundiales de la droga. Una tela de araña perfectamente tejida que incluía el crimen organizado, conexiones con el terrorismo y delitos fiscales de alta envergadura. Hubert Antonie contó posteriormente su historia en el libro biográfico L’Infiltré, donde relataba su relación con un gran capo como el Chapo Guzmán y su trabajo para los mandos franceses.

A partir de este hecho real, al que se agregan dosis de ficción, De Peretti construye una película que tiene el trasfondo de thriller político –es una historia que podría haber apasionado a Costa-Gavras–, pero que en realidad se fija con más detalle en la maquinaria que se pone en marcha para fabricar un escándalo nacional a partir del descubrimiento de una noticia. Con una planificación sobria y moviendo la cámara con cuidadosa elegancia y parsimonia, el cineasta, al que se ha podido ver como actor en films como Saint Laurent (2014), se adentra en el mundo de la investigación periodística y sitúa al espectador en la redacción de un periódico, donde habitualmente no entran las cámaras. Así, el film recrea cómo se genera una información (incluido cómo se decide un titular de portada y las reuniones de redacción) de forma realista y sin caer en los tópicos.

Este es uno de los aciertos de De Peretti, junto con la eliminación de cualquier rastro de acción en un film que se prestaba a ello y el retrato de la relación entre confesor y confidente. Tanto el periodista como el infiltrado parecen moverse por el bien común, por el sentido del deber social de denunciar las corruptelas del poder, pero el director de Les Apaches (2013) se apunta un tanto narrativo al cuestionar esas buenas intenciones y apuntar hacia un duelo de egos y ambiciones. Son dos personas con objetivos muy claros: uno quiere destapar ese escándalo que le proporcione un gran titular, mientras que el otro ansía vengarse de sus antiguos jefes y acabar convertido en un héroe. Un buen ejemplo de cine periodístico (con un determinante barniz político) que con su audaz apuesta por poner sobre la mesa cuestiones de gran trascendencia –la existencia de un narcotráfico ‘de Estado’ es el central, pero incluso llegan a aparecer informaciones sobre la creación de los GAL– subsana las carencias que pueda tener el guion y ciertos momentos de indefinición a propósito de su propia personalidad como obra cinematográfica.