Mariona Borrull (L’Alternativa)

A un nivel epidérmico, Victoria –que concursa en la Sección Oficial Internacional del festival L’Alternativa– surge de la confrontación entre un paisaje imaginado, el Oeste americano, y la observación atenta de una realidad que opera bajo unas dinámicas concretas y absurdas a la vez. Arraigado en este desierto de doble cara, vive Lashay T. Warren, un joven negro sobre quien recaerá, a ojos de las tres realizadoras belgas detrás del documental (Liesbeth De Ceulaer, Isabelle Tollenaere y Sofie Benoot, colaboradoras habituales), la herencia simbólica de aquellos pioneros que hace poco más de un siglo colonizaron el desierto americano. Habita Lashay un cuerpo esculpido a imagen y semejanza del mito estadounidense: una masculinidad tranquila, propia de un patriarca aventurero, explorador de nuevos territorios, atravesados por sendas que descubre y reinventa a partes iguales.

Con tal de dejar atrás un pasado violento en Compton (Los Ángeles), Lashay se mudó a California “Cal” City en 2016, la tercera población más grande del estado, por lo menos en lo que a extensión se refiere. Conduciendo a través de sus calles, se diría que la ciudad se compone por su ausencia, en el vacío entre las pocas islas de casas que se esparcen por el páramo del Mojave. Mirando desde el cielo, distinguiríamos un entramado de vías sin nada que conectar. A falta de coche, averiado y sin perspectivas de reparación a corto plazo, el joven protagonista se desplaza a pie por este territorio ambivalente, anotando a cada poco encuentros sorprendentes y reflexiones lúcidas. Así, a través de unas grabaciones caseras, Lashay gestará una suerte de diario íntimo, un formato que cultivaron con afán los primeros colonos. Por su parte, las directoras de Victoria aprovechan las anotaciones del protagonista para retratar un universo en el que reverbera aquel compendio de seres y fenómenos extraños que poblaban los rincones de Route Zero, la ruta ficticia inventada por la compañía Cardboard Computer para el videojuego Kentucky Route Zero (2013-2020). La de Victoria será también una comunidad horizontal de entes condenados al ostracismo, disgregados en una tierra de nadie.

En todo caso, Lashay, negro y sin capital económico o cultural alguno, nunca podrá ser un caballero andante, no más que cualquiera de los otros seres marginales que habitan el desierto. En este sentido, ¿resulta quizás forzado equiparar la figura de Lashay con la de los antiguos colonos, los conquistadores de “lo salvaje”, responsables del sometimiento de sus antepasados? Las directoras de Victoria afrontan la cuestión desde una justicia de lógica reparatoria, a través del lenguaje. Hay un interés continuado en el montaje del film por repetir y desmontar encuentros, basculando entre lo escrito y lo filmado. Una disección crítica de la bitácora como portadora de verdad, que, a la vez, testimonia un proceso de resignificación y de reapropiación: el sonido del viento se transfigura en el murmullo lejano de las olas del mar, mientras que el agua que sale despedida de una tubería rota da (a) luz a un arcoíris.

Victoria se cierra con una perogrullada simbólica que confirma el proceso de reconquista del desierto por parte de los desamparados. La América original fue arrebatada por la ambición capitalista, cuya mano condenó su propio proyecto al fracaso, sostienen las cineastas. “Cal” City es el vivo ejemplo de ello. En 1958, su promotor, Nat Mendelsohn, quiso adelantarse al crecimiento de población colonizando un espacio aparentemente muerto, de tiempo congelado. Lograría parcelar el terreno, pero la prospección resultaría fútil, y el devenir temporal, indomable. La vista en alzado de la trama de carreteras en el mapa figura como única prueba de la conquista imposible del magnate. En la realidad, la naturaleza retomó su curso, reclamando un territorio vampirizado por una lógica insostenible. Como trabajador de la empresa de conservación del lugar, Lashay ayuda a mantener el proyecto de Mendelsohn en una suerte de coma artificial, rastrillando caminos abandonados. En una escena capital, Lashay y un colega juguetean con Google Maps y se adentran en las calles de “Cal” City a través de street view. El resultado de esta navegación es una colección de imágenes fluctuantes, en las que el simple desplazamiento hacia adelante o atrás desvela un mundo deformado. El capital puede pretender someter al desierto y sus habitantes, pero el tiempo y la dimensión orgánica del mundo no son fáciles de domar, como revela el estallido informe de las imágenes de street view. Ante este torrente de imágenes caóticas, Lashay se permite bromear sobre la posibilidad de encontrar a algún amigo muerto en las estampas fantasmales de la ciudad.

Sublevadas contra la lógica neoliberal, las directoras de Victoria advierten en la figura y el proceder de Lashay una prueba viviente los postulados de la teórica de los videojuegos Bonnie Ruberg, según la cual los movimientos a destiempo (demasiado lentos o demasiado rápidos) conformarían una temporalidad alternativa (en concreto, una temporalidad queer) que pondría en jaque las dinámicas malsanas de la productividad capitalista. Cabe recordar que el término “pionero” viene del francés antiguo “pionnier”, soldado a pie. También Lashay es alguien que batalla lento, conectado a la tierra, siempre a destiempo.