Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)

Con su primera película, Aquí y allá, Antonio Méndez Esparza obtuvo en 2012 el premio de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes. Con su segundo film, La vida y nada más (Life and Nothing More), el director madrileño, formado como cineasta en EEUU –un detalle muy importante a la hora de abordar este film–, compite en la Sección Oficial de esta edición del Festival de San Sebastián. Avalado por el premio del certamen francés, se esperaba mucho de este segundo trabajo, que abre nuevas vías y propone un dispositivo distinto (aunque manteniendo de fondo temas y preocupaciones de carácter social) respecto a su ópera prima que transcurría en México. Méndez Esparza rueda ahora en EEUU una historia que sucede en un barrio humilde dentro de una comunidad afroamericana y que está protagonizada por una madre, cuyo marido está en prisión, y su hijo adolescente, que a la vez se hace cargo de su hermana pequeña de tres años. Sigue teniendo el cine de Méndez Esparza esa vocación de emocionar como lo tenía el primer film. Pero aquí lo hace a partir de la ficción, dejando la mirada documental casi como coartada para las secuencias de transición, aunque sí sigue fijando su atención en las relaciones familiares.

Si en Aquí y allá acompañaba a un personaje real desde EEUU hasta el Estado de Guerrero en México para reencontrarse con su familia, aquí vemos el viaje en sentido opuesto: la familia es la que se está descomponiendo. Un padre ausente, una madre que sólo tiene tiempo para trabajar y un adolescente que parece querer seguir la senda de su progenitor y busca las vueltas a la justicia robando coches. Y lo hace con una planificación discreta, que aboga por la mirada distanciada, planos generales en los que los protagonistas se mueven mientras la cámara se queda fija, como si el director no quisiera invadir su vida cotidiana, sólo levantar testimonio de ella. Por ahí se sigue colando esa cierta tendencia a documentar que se apoya en la fotografía de luz neutra, pero que subraya los necesarios matices de Barbu Balasoiu, operador que ha participado hace muy poco en Sieranevada (2016), del rumano Cristi Puiu, y que debutó en el cine con el primer trabajo de Méndez Esparza.

Pero el elemento narrativo que sostiene el film es la elipsis. No hay que contar todo lo que le sucede a la familia. Méndez Esparza (basándose en una soberbia labor de montaje) deja fuera de plano muchos momentos y juega con los tiempos narrativos para conseguir escenas que en su interior se comportan como si fueran pequeños relatos. El espectador entra en la historia a golpe de continuas elipsis, lo que es un acierto a la hora de sincronizar el ritmo justo para el drama, sin caer nunca en la provocación sentimental fácil e innecesaria. Puede pecar la película de cierto aire de cine indie estadounidense –el que, durante un tiempo, se convirtió en un estilo canónico–, pero lo cierto es que sabe encontrar su propia voz y, sobre todo, atrapa con esta historia de una familia afroamericana rodada por un español que acaba mostrándose como universal.