Manu Yáñez (Festival de Cannes)

Entre otras cosas, la presente edición del Festival de Cannes está siendo un banquete de “films de tesis”, obras que apuntan, con determinación metafórica, hacia la denuncia de diversas lacras sociales, la mayoría centradas en el ámbito de lo contemporáneo. Pocas son las películas que han tomado como su preocupación central la realidad de sus personajes. Películas como Western de Valeska Grisebach, Un beau soleil intérieur de Claire Denis o The Day After de Hong Sang-soo serías las excepciones a esta regla (casi) tácita de #Cannes2017. The Beguiled, la nueva película de Sofia Coppola, presentada en la Competición Oficial del festival, podría sumarse a este feliz grupo de películas comprometidas con las vivencias de sus protagonistas. A diferencia de las naturalistas obras de Grisebach, Denis y Sang-soo, la película de Coppola apuesta por un formalismo más estilizado, con su incontestable elegancia pictórica, a medio camino entre la densidad brumosa de Barry Lyndon y Vermeer; sin embargo, la estilización de The Beguiled, carente de florituras, no deja de formar parte de la eterna implicación de Coppola con sus personajes, sobre todo cuando se trata de figuras femeninas.

The Beguiled es la segunda adaptación de la novela A Painted Devil de Thomas P. Cullinan, que en 1971 ya fue llevada al cine por Don Siegel con Clint Eastwood en la piel de un soldado unionista que, al ser herido en territorio sureño, durante la Guerra Civil, es acogido en una “escuela para mujeres”. La película de Siegel, socarrona en el tono y exuberante en las formas, funcionaba a partir de una sensualidad explícita y una alto grado libertad expresiva, encarnada en el vaivén de las composiciones y en el alegre uso de inesperados flash-backs que revelaban las mentiras del personaje de Eastwood. En la versión de Coppola, delicada y contenida, no encontramos nada de eso. Marcada por un cierto quietismo en los encuadres, proclive al acercamiento en plano detalle al contacto entre los personajes, la cámara de Coppola se muestra ultrasensible ante las muestras de fraternidad femenina, de competitividad amorosa y de deseo furtivo. El abanico emocional es igual de amplio que el reparto coral: vivimos el miedo ante la aparición del desconocido (miembro del ejército enemigo), la ilusión de encontrar una puerta abierta al mundo (el internado es un fortín pacífico, pero también una prisión), el despertar de la sensualidad, el afán de vencer una contienda romántica… Todo ello construido a partir de miradas sigilosas, diálogos con dobles sentidos y rituales cotidianos que van puntuando el desarrollo de las guerras de poder.

El trabajo de Coppola es eminentemente clásico. Su gusto por los tiempos muertos resiste en los márgenes de la acción, mientras que el corpus central de la película avanza sin grandes arritmias ni rupturas: las elipsis nunca surgen con virulencia. Por su parte, el espectacular reparto se sacude los egos de encima en favor de la construcción de un mosaico casi democrático de ilusiones y aflicciones. Como la araña que observa el personaje de Colin Farrell en un momento del film, que teje su tela morosamente, Coppola se entrega con paciencia y humildad a la confección de esta historia de violencia soterrada que, solo al final, observada en su conjunto, revela sus temas de fondo: la difuminación de la moral en un contexto bélico y los sacrificios que deben afrontar las mujeres en un mundo dominado por hombres. Coppola se sumerge con The Beguiled en un universo cerrado, tremendamente concreto en términos históricos y narrativos, y desde ahí, desde las texturas del cine predigital, conquista la mirada de un espectador entregado a las intrigas y pasiones de esta película notable.