Manu Yáñez (Festival de Cannes)
Hay películas que te obligan a reconsiderar tu postura respecto a un director. Películas que doblegan resistencias. The Meyerowitz Stories, la mejor obra hasta la fecha de Noah Baumbach, derribó por completo mis prejuicios respecto a la obra del autor de Mientras seamos jóvenes. Desde que le descubrí en la macabra Margot y la boda, había considerado a Baumbauch un cineasta proclive a la crueldad en su relación con sus criaturas. Sólo Frances Ha –un film surgido del amor del director por su protagonista, Greta Gerwig– me parecía romper esa propensión a mirar a sus personajes por encima del hombro. The Meyerowitz Stories juega en otra liga: la de las grandes crónicas familiares que, como Hannah y sus hermanas de Woody Allen o Los Tenenbaums. Una familia de genios de Wes Anderson, transitan con paso firme por la frontera entre la ternura más pudorosa y la genuina desesperación. En esta pequeña odisea familiar protagonizada por un padre (Dustin Hoffman), tres hermanos traumatizados (Ben Stiller, Adam Sandler y Elizabeth Marvel), una madrastra (Emma Thompson) y la hija del personaje de Sandler (Grace Van Patten), Baumbach se alinea, espiritual y empáticamente, más cerca que nunca de sus personajes. Pese al desencanto general, todos gozan de momentos de brillo o reconocimiento, y todos acaban ganándose nuestra simpatía por sus actos, sus convicciones o simplemente por su encanto cómico.
Baumbach exprime con fortuna las cualidades de cada uno de sus actores. Sandler aporta al conjunto del film su arquetípica inseguridad neurótica, su inmadurez crónica, sus ataques de furia y sus surrealistas tonadillas (este crítico estuvo a punto de caerse de la butaca con la interpretación, compartida por Sandler y Hoffman, de un tema basado en la confusión entre los nombres Myron y Byron). Ben Stiller pone en juego su cara más cinética, siempre en tensión, a caballo entre su máscara de yuppie desalmado (como en Reality Bites) y su esencia quebradiza y sensible (la de la mayoría de sus comedias). Del resto de protagonistas, todos magníficos, cabe destacar a un Dustin Hoffman pletórico en la piel de un patriarca narcisista que oculta la sombra del fracaso profesional –sus esculturas vanguardistas nunca se verán en el MoMA– bajo un torrente de altanería tan ensimismada como hilarante (resulta delicioso verle huir de los lugares cuando se siente maltratado o humillado, u observar el modo en que amenaza con “punch in the nose” a sus rivales).
De estructura novelística y ritmos puramente cinematográficos –sostenidos por unos gags ultrasónicos, propios de la screwball comedy–, The Meyerowitz Stories se erige en una emocionante y discreta arca de alegrías y aflicciones: el orgullo de un padre que ha conducido a su hija hasta la madurez, las dudas de un hombre que sopesa comerciar con el patrimonio familiar (como en Los descendientes de Alexander Payne), la sed de reconocimiento que impera en el mundo del arte, la perenne tensión entre el arraigo familiar y el deseo de liberación… Todo ello condensado en unos diálogos tan vertiginosos como atiborrados de suposiciones, discretas pinceladas culturales (un judaísmo nada pintoresco), guiños cinéfilos y momentos de gran calidez en el corazón de la pesadumbre. Llegados a este punto, con Baumbach liberado del lastre de la altivez, no se avista un límite para el director de Mistress America. Su obra maestra podría estar a la vuelta de la esquina.