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MIA MADRE. Nanni Moretti. 102 minutos. Italia-Francia-Alemania (2015). Con Margherita Buy, John Turturro, Giulia Lazzarini, Nanni Moretti.

El cine de Nanni Moretti suele dividirse entre sus películas más personales, anárquicas y burlonas (en la línea, digamos, de Caro diario) y otras que aplican resortes narrativos más clásicos como La habitación del hijo. En Mia madre, el realizador italiano ha conseguido mezclar ambas vertientes de una manera muy natural y efectiva, logrando la que en mi opinión es su mejor película desde aquellas dos. El filme, basado en parte en sus experiencias personales mientras filmaba Habemus Papam, cuando enfermó su madre, convierte el rol del director en el de una directora, con Margherita Buy encarnando a una cineasta que tiene que lidiar con un rodaje complicado justo cuando su anciana madre está internada en un hospital. La crisis creativa se vuelve caótica –y cómica– con la aparición de un actor italo-americano (encarnado con mucho timing cómico por John Turturro) que es insoportable y pedante. Al mismo tiempo, la salud de la madre empeora y la realizadora entra en una espiral de inseguridades, miedo y sufrimiento que pasan de ser cómicos a emotivos.

Moretti logra combinar muy bien esos mundos separados, reservándose el papel del hermano de la realizadora, quien más puede ocuparse de la madre debido al trabajo de su hermana. Por un lado, los apuntes cómicos –surgidos del aura decadente del personaje de Turturro– se vuelven más y más graciosos, con una escena rodada en un coche que está entre lo más hilarante filmado por el realizador italiano. Por otro, la película logra sumergirnos cada vez más y sin volverse sentimental ni lúgubre, en esa especie de homenaje y despedida a la madre que es la otra (gran) parte del relato. Más allá de un exceso de escenas oníricas un tanto innecesarias y confusas, Mía madre demuestra que Moretti puede combinar su lado más clásico y serio con el del ácido comediante, especialmente el que mira al mundo del cine –y a sí mismo, por más que su alter ego sea una mujer– con un ojo crítico y a la vez cariñoso. Diego Lerer (Micropsia).

La ciénaga de "Schneider vs. Bax" de Alex van Warmerdam.

SCHNEIDER VS. BAX. Alex van Warmerdam. 96 minutos. Holanda (2015). Con Tom Dewispelaere, Alex van Warmerdam, Maria Kraakman.

La incorrección política es el punto fuerte de los singulares films del director, actor y compositor neerlandés Alex van Warmerdam. Su exitosa fórmula cinematográfica se basa en la construcción de comedias negras y surrealistas que ponen en evidencia una lucha de clases absurda y de tintes nihilistas. Sin embargo, Schneider vs. Bax, presentada en competición oficial de Locarno, no se centra en las diferencias entre burgueses y trabajadores, como ocurría en Borgman o Los últimos días de Emma Blank, sino que apunta al corazón de la guerra de sexos, un tema que en la obra previa de van Warmerdam jugaba un papel secundario.

Schneider (Tom Dewispelaere) y Bax (Alex van Warmerdam) son dos pistoleros del Oeste obligados a retarse a vida o muerte por encargo en una ciénaga de los países bajos. Un duelo vaciado de toda épica u honor que desintegra las constantes del western clásico. La película comienza el día del cumpleaños de Schneider, cuando Mertens (Gene Bervoets), su jefe, se pone en contacto con él para encomendarle una nueva misión: el asesinato de un célebre escritor drogadicto llamado Ramon Bax. Lo que sigue es una sanguinaria batalla, rebosante de adrenalina y testosterona, entorpecida por dos mujeres incondicionales de los dos duelistas. Una intervención femenina que resolverá el destino de los personajes y la incorrección final del film de van Warmerdam. Carlota Moseguí

rams

RAMS (EL VALLE DE LOS CARNEROS). Grimur Hakonarson. 93 minutos. Islandia (2015). Con Sigurður Sigurjónsson, Theodór Júlíusson, Charlotte Bøving.

Rams cuenta la digna, simpática y finalmente emotiva historia de dos hermanos viejos que no se hablan hace 40 años aunque viven en campos contiguos en un pueblo perdido y helado en el medio de Islandia. Ambos se dedican a criar ovejas de pedigrí, compitiendo en torneos para ver cuál es el que tiene la mejor oveja de la región. Kiddi, el mayor de los dos, alcohólico y fastidioso, gana ese torneo para el enojo de Gummi, el menor, un tanto más sociable. Pero esa batalla entre hermanos tiene aristas más complicadas. De hecho, lo que comienza como una suerte de comedia pueblerina de esas que solemos ver en mucho cine europeo se va oscureciendo a medida que se intensifica la confrontación entre los hermanos.

Ambientada en escenarios desolados y campestres de Islandia, la película tiene un look poderoso que se va volviendo cada vez más sombrío por los comportamientos de los personajes y por la llegada del pesado y difícil invierno. El tono se vuelve más severo, a la par del consumo alcohólico de Kiddi y de los problemas que empiezan a tener con la ley cuando, cada uno a su manera, tratan de “trampear” el sistema respecto a lo que hay que hacer con las ovejas. La última parte es la mejor del film: tensa y emotiva, le da a Rams una fuerza y poder emocional que hasta ese momento no tenía. Estamos, en definitiva, ante una película digna aunque un tanto convencional. Es posible que no soporte el intenso escrutinio de aquellos que la analizarán como la ganadora de la sección Un Certain Regard de Cannes, donde habían películas superiores. Sin embargo, tomando solo lo que se ve en la pantalla, Rams es un filme más que respetable y valioso. Diego Lerer (Micropsia).

Vincent Lindon en "La loi du marché" de Stéphane Brizé.

LA LOI DU MARCHÉ. Stéphane Brizé. 93 minutos. Francia (2015). Con Vincent Lindon, Yves Ory, Karine De Mirbeck, Matthieu Schaller.

El más masculino de los actores franceses, Vincent Lindon, compone un personaje a su medida: con más de 50 años, Thierry se queda sin trabajo y empieza entonces una peregrinación humillante por las oficinas de empleo, pasa por varias entrevistas de trabajo y hasta toma un curso de capacitación para aprender a venderse mejor. La ley del mercado, como anuncia el título, se circunscribe a seguir este vía crucis capitalista hasta que Thierry se incorpora como guardia de un supermercado. La dicha laboral es para muy pocos. El director Stéphane Brizé aprovecha enteramente la gestualidad de Lindon, capaz de expresar vergüenza, ira, ternura, indignación a través de su rostro con dos movimientos de cejas y variaciones de su mirada. Hay una escena, en la que Lindon practica un paso de baile en una clase para aficionados, escena particularmente extensa pero de una rítmica propia que funciona muy bien en la lógica interna de ese pasaje. Lindon es, sin duda, es un actor de una ductilidad asombrosa, siempre resulta verosímil.

En una de las escenas más humillantes del film, Lindon mantiene una conversación con un entrevistador del departamento de Recursos Humanos de una empresa por Skype, una modalidad esencialmente cobarde y cada vez más frecuente. La escena es de una violencia contenida ostensible y Brizé prefiere sostener un registro único (un plano medio distante) dejando en fuera de campo al entrevistador, al que solamente se lo escucha, permitiendo de ese modo que las reacciones de Thierry queden en evidencia. Es un gran momento, aunque el más violento llega con la vuelta de Thierry al mundo laboral. Los robos de las personas en el supermercado son menores –un cable, unos cupones de descuento– pero deben reprenderse con todo el rigor posible. En esta tesitura, el malestar de Thierry se va profundizando a medida que va entendiendo su función en ese sistema de punición discreto. Se dirá que La loi du marché es un film menor parecido a muchos otros. Es posible que así sea. Es evidente la influencia de los hermanos Dardenne o del primer y aceptable Laurent Cantet. Del mismo modo, cabe reconocer que la película de Brizé otorgó una cierta dignidad a la desigual competencia oficial del pasado Festival de Cannes. Roger Koza (Con los ojos abiertos).

No-Ones-Child

NO ONE’S CHILD. Vuk Ršumović. 95 min. Serbia, Croacia (2014). Con Denis Muri, Pavle Čemerikić, Isidora Jankovic, Miloš Timotijević.

Ganadora de los premios FIPRESCI y Oficial de la Semana de la Crítica del Festival de Venecia, No One’s Child causó furor en su premiere mundial por su insólito, nihilista y verosímil tratamiento del tópico literario y cinematográfico del niño salvaje. La ópera prima de Vuk Ršumović arranca con la captura de un huérfano anónimo, hallado en 1988 en un bosque de la actual Bosnia y Herzegovina. Como si se tratase de un homenaje a la película de François Truffaut El pequeño salvaje, el film de Ršumović muestra el aprendizaje y perfeccionamiento de las habilidades del pequeño protagonista para andar, hablar, vestirse o comer apropiadamente. Sin embargo, No one’s child no es una mera traslación de la fábula rousseauniana a los Balcanes durante las convulsas dos últimas décadas del siglo XX.

En su debut, el emergente cineasta serbio traza un choque conceptual entre dos fenómenos antropológicos antagónicos. Por un lado, la próspera integración a la civilización de un niño criado por lobos; y, por el otro, el progresivo barbarismo que invadió a la presuntamente multicultural, tolerante y civilizada Yugoslavia tras estallar la Guerra de Bosnia en 1992. La mayor novedad del film es que no cuestiona el proceso de domesticación de la bestia –que llega a completarse–, sino que prefiere proyectar una mirada escéptica sobre el proceso de civilización (y progreso) del conjunto de la sociedad. Asimismo, el trasfondo político de esta brillante ficción pone de manifiesto la destrucción del cándido espíritu ilustrado cuando éste choca con la ira, el racismo y la deshumanización de un conflicto bélico. Carlota Moseguí