TE PROMETO ANARQUÍA. Julio Hernández Cordón. 88 minutos. México-Alemania (2015). Diego Calva Hernández, Eduardo Eliseo Martinez, Shvasti Calderón.

El quinto y sobresaliente largometraje del director de Las marimbas del infierno dividió a la crítica en su presentación en el Concorso Internationale del pasado Festival de Locarno. El autor guatemalteco nacido en Estados Unidos, que en 2012 ya compitió en Locarno con Polvo, propone en su nuevo film un cruce entre una cierta pulsión documental (reflejada en el uso de actores no profesionales), las formas del neo-noir y la herencia del cine neorrealista. La trama de Te prometo anarquía recuerda a la de The Smell of Us de Larry Clark: el film muestra el testimonio en primera persona de un joven homosexual enamorado de su mejor amigo, que se dedica a ganar dinero fácil para subsistir en la gran ciudad. Así, los protagonistas son una extraña pareja de jóvenes skaters –Miguel (Diego Calva Hernández) y Johnny (Eduardo Eliseo Martínez)– que sobreviven en el salvaje y corrupto México DF vendiendo su propia sangre. Definida por su autor como “una historia de vampiros diurnos”, Te prometo anarquía difumina su sustrato fantástico en favor de un estudio del terror que las mafias ilegales siembran en las poblaciones donde operan. Carlota Moseguí

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DESDE ALLÁ. Lorenzo Vigas. 93 minutos. Venezuela-México (2015). Con Alfredo Castro, Luis Silva, Jericó Montilla.

El jurado de la reciente Mostra de Venecia decidió otorgar el León de Oro a esta opera prima del venezolano Lorenzo Vigas, cuyo mayor mérito consiste en jugar disciplinadamente las cartas de un cierto cine social latinoamericano que ha hecho del distanciamiento, la crueldad i el tremendismo sus principales señas de identidad. Basada en una historia de Guillermo Arriaga –guionista de las primeras películas de Alejandro G. Iñárritu–, Desde allá no esconde sus filiaciones: uno de sus productores es Michel Franco, director de la flageladora Después de Lucía, y su protagonista es Alfredo Castro, principal emisario de la fustigadora obra del chileno Pablo Larraín.

Afectando un distanciamiento hanekiano, Desde allá aspira a conquistar una verdad de raigambre realista a través de sus tiempos muertos, sus planos generales y sus pasajes callejeros. Sin embargo, previsible hasta la médula, la película es un ejercicio de puro constreñimiento formal y narrativo. El film relata la improbable relación que entablan un chico de origen humilde y un hombre de mediana edad que se excita desnudando a jovencitos a cambio de dinero y que trabaja puliendo dentaduras postizas (una obvia metáfora sobre la naturaleza simulada, ficticia, del aparente orden social). La película –una radiografía de una sociedad clasista y cargada de prejuicios– se divierte zarandeando al espectador con calculadas dosis de esperanza y fatalismo. Algunos golpes van directos al estómago del espectador, fruto de la violencia que recubre la epidermis del relato. Otros llegan a traición, cuando Vigas decide hacer añicos los espejismos de ternura con los que comercia la película. Manu Yáñez

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EL BOTÓN DE NÁCAR. Patricio Guzmán. 82 minutos. Chile-Francia-España (2015).

En El botón de nácar, el realizador chileno Patricio Guzmán realiza una forzada y metafórica comparación entre distintos sucesos de la historia chilena ligados a la relación del país, y de sus habitantes, con el mar. El film intenta abarcar desde el maltrato a varios pueblos originarios del sur del país hasta la versión trasandina de “los vuelos de la muerte”, mostrando los terribles usos del mar que hizo la dictadura pinochetista tirando allí centenares de cuerpos. Las analogías son forzadas, pero pueden comprenderse como parte de un discurso político y una postura ideológica que Guzmán viene sosteniendo hace décadas y que consiste en enfrentar al pueblo chileno con una historia terrible y muchas veces se ignorada, olvidada o incluso negada.

Entre lo mejor del film están las imágenes del extremo sur del país, imágenes que recuerdan a las de Nostalgia de la luz en su impactante belleza. Más allá de eso, El botón de nácar se enfrenta con una serie de problemas estrictamente cinematográficos. Por un lado, el tono del documental es excesivamente pedagógico, con la voz en off del realizador separando las palabras casi una por una como si le hablara a un grupo de niños, explicando incluso los hechos más básicos. Algo similar sucede con la relación que establece con los pocos sobrevivientes de esas culturas, con los que utiliza un tono entre condescendiente y paternalista. Otras zonas aún más complicadas de la película tienen que ver con las innecesarias y desagradables reconstrucciones de cómo fueron esos “vuelos de la muerte”, con helicópteros lanzando muñecos al agua e imágenes igualmente atroces.

Hay algo viejo en la realización de El botón de nácar que convierte la película en un objeto que parece salido de una época en la que los documentales se hacían con un concepto muy simplista de lo “educativo”. En este caso, está a mitad de camino entre un film de National Geographic y un especial sobre los pueblos originarios de algún canal televisivo de temática histórica. Diego Lerer (crítica completa en Otros Cines).

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600 MILLAS. Gabriel Ripstein. 85 minutos. México-Estados Unidos (2015). Con Tim Roth, Kristyan Ferrer, Aurora Herrington-Auerbach.

Ganadora del premio a la Mejor Opera Prima del Festival de Berlín, esta apuesta del hijo de Arturo Ripstein es valiosa por lo que es (un tenso thriller psicológico), pero también por lo que no es (tenía todo para ser la nueva Heli y evita caer en el sensacionalismo y la explotación). Puede que algunas situaciones resulten un poco forzadas y hasta un poco inverosímiles, pero en líneas generales la puesta en escena, las actuaciones y la descripción del contexto funcionan razonablemente. El protagonista es Arnulfo (Krystian Ferrer), un joven mexicano que se sumerge en el submundo del tráfico de armas desde los Estados Unidos hacia su país, con la ayuda de un muchacho norteamericano –que concreta las compras con pasmosa facilidad– y al servicio de uno de los tantos tentáculos de la mafia. Cuando parecía que la historia –inspirada en hechos ligados con el célebre operativo Rápido y Furioso– podía derivar hacia la denuncia horrorizada, la segunda parte se concentra sobre todo en la contradictoria relación que se establece entre Arnulfo y Hank Harris (Tim Roth), un agente de la ATF que investiga las operaciones con armas. Construida en su mayor parte con largos planos secuencia con cámara en mano, 600 millas es un film de indudable solidez y pericia, con potentes elementos documentales y una bienvenida sequedad. No es ninguna maravilla, pero sí una impecable carta de presentación para un Ripstein Jr. que ya tiene vuelo propio, lejos del estilo mucho más ampuloso y barroco de su famoso padre. Diego Batlle (crítica completa en Otros Cines).

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EL CLUB. Pablo Larraín. 98 minutos. Chile (2015). Roberto Farías, Antonia Zegers, Alfredo Castro, Alejandro Goic.

Ganadora del Oso de Plata del pasado Festival de Berlín, El club es probablemente la peor película de Pablo Larraín, la cabeza más visible de lo que se ha dado en llamar el Nuevo Cine Chileno. Después de realizar la interesante No –en la que el director de Tony Manero enterraba el camino de Chile hacia la democracia bajo la inquebrantable ley del capitalismo salvaje–, en El club Larraín dirige su cámara francotiradora hacia los mecanismos de encubrimiento de la Iglesia Católica. Así, en esta ficción protagonizada por curas implicados en los crímenes de la dictadura militar, en casos de pedofilia y en el robo de niños, el director chileno desata la cara más grotesca de su cine, buscando incomodar al espectador y aspirando a exorcizar los males de la historia y el presente de su país.

Hay algo extremadamente simple en el planteamiento de El club. La idea de mostrar a unos curas como unos monstruos impenitentes que se comportan como niños malcriados, pasean por las tinieblas y se divierten amasando dinero es de todo menos sutil. No hay nada más fácil que condenar a estos hipócritas hombres de Dios a los que Larraín sitúa, literalmente, frente al paredón en unos condenatorios planos frontales. La reprimenda a la institución eclesiástica también se materializa de forma elemental cuando el único personaje respetable –un joven cura que encarna el impulso reformista de la Iglesia– termina cayendo en el pozo de violencia y corrupción moral en el que retoza la película. Filmada con una precisión extrema y tocada por una estética lúgubre, El club adopta un tono pausado, meditativo, animado únicamente por unas dosis de crudo humor negro. Sin embargo, llegado el momento preciso, la acción se acelera hasta culminar en el esperado estallido de violencia final. Como en Post Mortem –una película construida para golpear al espectador con la imagen del cadáver de Salvador Allende rodeado por militares, todo en El club se revela premeditado, calculado. Una estrategia tan vistosa como vapuleante, tan efectiva como facilona. Manu Yáñez