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THE ASSASSIN. Hou Hsiao-Hsien. 120 minutos. Taiwán (2015). Con Shu Qi, Chang Chen, Satoshi Tsumabuki, Ethan Ruan.
The Assassin se presenta como la luminosa respuesta a un gran interrogante cinéfilo. ¿Cómo podría uno de los cineastas más austeros del mundo (Hou Hsiao-hsien) aproximarse a uno de los géneros cinematográficos más exuberantes del Planeta Cine (el wukia)? Vista la incontestable obra maestra que es The Assassin, la respuesta no podía ser más sugerente y menos definitiva: Hou ha creado el wuxia más realista de la historia, pero The Assassin es sin duda la película más fantástica del director de City of Sadness y Millenium Mambo.
Surgido hace más de 2000 años como un género literario en el que confluían la crónica histórica y las artes marciales, el wuxia se convirtió en un emblema del cine de Hong Kong de los años 60 y 70 gracias a maestros como King Hu y Chang Cheh, cuya obra sería sublimada en el siglo XXI por la priotecnia digital de Hero o La casa de las dagas voladoras de Zhang Yimou. Por su parte, la senda que recorre Hou en The Assassin apunta en una dirección diametralmente opuesta a la de Yimou: contra la opulencia, minimalismo; contra la dilatación de las escenas de acción, pura síntesis; contra la épica, un intimismo radical; contra el relato cerrado, una cascada de sugerencias narrativas que perfilan un rico pero también difuso panorama histórico, social y afectivo.
Como es norma en el cine de Hou, la Historia y la socio-política se inscriben en el ámbito de lo personal a través de rituales cotidianos: peinarse, vestirse con aparatosos ropajes, comer, bailar, tomar un baño tonificante… Quehaceres que enmarcan un patrón temático dominado por alianzas, fidelidades y traiciones, elementos centrales del imaginario del wuxia. Y, claro, después están los duelos de espadachines voladores. Hou lleva al extremo la claridad elíptica de unas luchas que en ocasiones parecen desarrollarse en el lapso de tiempo de un parpadeo. Los combates son puro extrañamiento cinematográfico. Cuando uno intuye que el plano general será el tipo de encuadre preferencial, llega un plano cercano que altera la visión y aviva la acción. Algunas tomas parecen realizadas con teleobjetivo, otras se sitúan en el límite lírico de lo explicable. Bañada en una hiperrealidad abrasadora, The Assassin se erige en una película infinita que solo podría haber dirigido un maestro rabiosa y testarudamente personal como Hou Hsiao-hsien. Manu Yáñez (crítica completa en Otros Cines Europa).
EL CLAN. Pablo Trapero. 110 minutos. Argentina-España (2015). Con Guillermo Francella, Peter Lanzani, Lili Popovich, Gastón Cocchiarale.
El clan no hace otra cosa que ratificar el talento de Pablo Trapero como un sólido e intenso narrador. Con el correr de su carrera, las películas de este referente insoslayable del Nuevo Cine Argentino de los años 90 han crecido en dimensiones de producción, en ambiciones artísticas, en la popularidad de sus protagonistas y en resultados comerciales hasta convertirse hoy en unos de los directores más consolidados de la industria. Sí, el creador de la influyente Mundo grúa es hoy el establishment, pero un establishment mucho más interesante que el de hace dos décadas. Aquí no está Ricardo Darín como en Carancho o Elefante Blanco, pero Trapero recurre a otra de las pocas estrellas del cine argentino, Guillermo Francella, para que interprete a Arquímedes Puccio –patriarca del tristemente célebre clan del título, responsable de varios secuestros y asesinatos–, y a una fenómeno televisivo para adolescentes como Peter Lanzani, para que encarnara a Alejandro, uno de los cinco hijos de Puccio.
Lo bueno de El clan es que se puede disfrutar conociendo o no en detalle la historia de los Puccio, y si bien Trapero sintetiza el profuso historial delictivo, propone una compleja estructura que va y viene en el tiempo entre fines de la dictadura militar y la primavera alfonsinista, un entramado de hechos políticos y viñetas que permiten esbozar un panorama sobre las bandas que operaban con la cobertura (y algo más) de las propias fuerza de seguridad en épocas de violencia e impunidad. La película tiene un innegable profesionalismo en todos los rubros, una impecable reconstrucción de época, pero no siempre crece y, por momentos, parece una mera acumulación de eventos con algunos problemas de estructura. Sólo en su segunda mitad El clan alcanza un espesor y tensión que se extraña en varios pasajes. Más allá de sus múltiples logros y algunas carencias, El clan le devuelve al cine argentino la posibilidad de acercarse a la trágica historia del país de una manera potente, inteligente y, a su manera, entretenida. Diego Batlle (crítica completa en Otros Cines).
MIA MADRE. Nanni Moretti. 102 minutos. Italia-Francia-Alemania (2015). Con Margherita Buy, John Turturro, Giulia Lazzarini, Nanni Moretti.
El cine de Nanni Moretti suele dividirse entre sus películas más personales, anárquicas y burlonas (en la línea, digamos, de Caro diario) y otras que aplican resortes narrativos más clásicos como La habitación del hijo. En Mia madre, el realizador italiano ha conseguido mezclar ambas vertientes de una manera muy natural y efectiva, logrando la que en mi opinión es su mejor película desde aquellas dos. El filme, basado en parte en sus experiencias personales mientras filmaba Habemus Papam, cuando enfermó su madre, convierte el rol del director en el de una directora, con Margherita Buy encarnando a una cineasta que tiene que lidiar con un rodaje complicado justo cuando su anciana madre está internada en un hospital. La crisis creativa se vuelve caótica –y cómica– con la aparición de un actor italo-americano (encarnado con mucho timing cómico por John Turturro) que es insoportable y pedante. Al mismo tiempo, la salud de la madre empeora y la realizadora entra en una espiral de inseguridades, miedo y sufrimiento que pasan de ser cómicos a emotivos.
Moretti logra combinar muy bien esos mundos separados, reservándose el papel del hermano de la realizadora, quien más puede ocuparse de la madre debido al trabajo de su hermana. Por un lado, los apuntes cómicos –surgidos del aura decadente del personaje de Turturro– se vuelven más y más graciosos, con una escena rodada en un coche que está entre lo más hilarante filmado por el realizador italiano. Por otro, la película logra sumergirnos cada vez más y sin volverse sentimental ni lúgubre, en esa especie de homenaje y despedida a la madre que es la otra (gran) parte del relato. Más allá de un exceso de escenas oníricas un tanto innecesarias y confusas, Mía madre demuestra que Moretti puede combinar su lado más clásico y serio con el del ácido comediante, especialmente el que mira al mundo del cine –y a sí mismo, por más que su alter ego sea una mujer– con un ojo crítico y a la vez cariñoso. Diego Lerer (crítica completa en Micropsia).
TAXI TEHERÁN. Jafar Panahi. 82 min. Irán (2015).
La imagen más estremecedora de la pasada edición de la Berlinale fue la de Hana Saeidi –sobrina de Jafar Panahi– recogiendo, entre lágrimas y sollozos, el Oso de Oro que obtuvo la película de su tío, mientras el público procuraba una simbólica y larga ovación en protesta por la ausencia del realizador iraní. Panahi no pudo asistir a la ceremonia de premiación puesto que, supuestamente, se encuentra bajo arresto domiciliario. Y decimos ‘supuestamente’ porque, en Taxi Teherán, el cineasta acusado de generar propaganda anti-islámica no se filma a sí mismo encerrado en casa como en sus anteriores largometrajes rodados desde la clandestinidad (Esto no es una película y Closed Curtain). En su nuevo film, Panahi se pasea por las calles de la capital de Irán conduciendo un taxi transformado en ágora donde el chófer entabla diálogos sobre cine y política con sus variopintos copilotos.
Trece años después de Ten, Jafar Panahi reinterpreta el rol de Mania Akbari en la película de Abbas Kiarostami, registrando las conversaciones surgidas con sus pasajeros. Como en Ten, las reflexiones triviales o transcendentes que nacen de esos coloquios denuncian las disfunciones del país. Sin embargo, la interpretación de Taxi Teherán como un documental cae en el momento en que un viajero descubre las cámaras ocultas; o, más tarde, cuando un vendedor de DVDs piratas reconoce al cineasta, y éste le pregunta maravillado si los demás pasajeros del coche son actores. Una vez más, Jafar Panahi plantea otra obra marcada por su laberíntico cruce de registros, donde resulta imposible distinguir entre ficción, documental o falso documental. Sin perder de vista su voluntad crítica –basada en el uso de la ironía y la autoparodia–, el director de El círculo elabora una tragicomedia más cómica que dramática, transcurrida en un país trastornado en el que tras largos años de tiranía todo ha perdido su seriedad, su lógica. Carlota Moseguí
OUR LITTLE SISTER. Hirokazu Kore-eda. 128 minutos. Japón (2015). Con Haruka Ayase, Masami Nagasawa, Suzu Hirose, Kaho.
Dos años después de encandilar a Steven Spielberg con la presentación en Cannes de De tal padre, tal hijo, el japonés Hirokazu Kore-eda volvió al certamen francés con la estimable aunque irregular Our Little Sister. La mención a Spielberg no resulta gratuita: si algo chirría en la nueva película del director de Still Walking son sus temerarias incursiones en un sentimentalismo reblandecido por los derroches melódicos. Sin embargo, sería injusto insistir en los defectos de un film que despliega un interesante proyecto narrativo. No es habitual encontrarse con una película que, sin renegar de lo narrativo, apueste de forma tan descarada por desmembrar la columna vertebral de su relato. Una estrategia que Kore-eda pone en marcha a través de la(s) historia(s) de cuatro hermanas que deben aprender a lidiar con sus traumas familiares y sus pequeñas aflicciones.
Desde su comienzo, Our Little Sister sorprende por el tono entre descaradamente amable y subterráneamente melancólico. Tres hermanas ya mayores –tres mujeres modernas que conviven en una casa semirural en Kamakura– acuden al entierro de su padre y allí entablan relación con una joven hermana (por parte de padre). A partir de esta premisa mínima, la película inicia un proceso de dispersión narrativa. A golpe de elipsis y en un registro meloso, asistimos a los pequeños dramas cotidianos de las hermanas. Todo ello puntuado por un sinfín de encuentros culinarios donde los personajes parecen definirse por sus preferencias gastronómicas, a la manera de Comer, beber, amar (Ang Lee) o El olor de la papaya verde (Trần Anh Hùng).
Es bien conocido el interés de Kore-eda por revindicarse como heredero del maestro Yasujirō Ozu. Y hay que reconocerle a Our Little Sister su empeño por explorar de un modo original la idea del transcurso del tiempo y la mortalidad. Sin embargo, este esfuerzo no consigue ocultar la tensión de fondo que desequilibra el film, que se mueve entre una delicada sutilidad y una cara más explícita y banal. Manu Yáñez (crítica completa en Otros Cines Europa).