Página web del Festival de Ourense (20-27 octubre).

LA VENDEDORA DE FÓSFOROS. Alejo Moguillansky. 71 minutos. Argentina (2017). Con María Villar, Walter Jakob, Margarita Fernández.

El montaje de una ópera en el Teatro Colón de Buenos Aires. Una pareja (Walter Jacob y la siempre notable María Villar) que se ocupa como pueden de criar a su hija pequeña mientras ambos trabajan. Una vieja y brillante pianista (Margarita Fernández) a la que la protagonista le roba sus ahorros para comprar un piano. Música clásica por mayor y un homenaje (con recreación incluida) a Al azar Balthasar, el clásico de Robert Bresson. Todo eso, y bastante más, es lo que propone Alejo Moguillansky (Castro, El escarabajo de oro) en otro de sus patchworks cinéfilos y rompecabezas de géneros, estilos y referencias.

Moguillansky se basó en un hecho real (en 2014 el compositor alemán de música concreta Helmut Lachenmann presentó en Buenos Aires su versión de La vendedora de fósforos, el cuento de Hans Christian Andersen) para construir una ficción dominada por enredos, equívocos y desventuras varias. Entre los típicos conflictos de pareja, de maternidad/paternidad y económicos, el director va describiendo también los ensayos de la ópera y las distintas ideas de puesta en escena que Marie le va proponiendo cada día a un cada vez más desconcertado Walter. No es difícil encontrar paralelismos entre la protagonista de la historia de Andersen y la hija del matrimonio, y la cosa se complica con la historia de unos guerrilleros del Ejército Rojo alemán o unos debates sobre la pertinencia o no de la música de vanguardia ¿Son demasiadas cuestiones y ramificaciones? Puede ser. Pero en el exceso, la acumulación, el espíritu lúdico, el sentido coreográfico, el off muchas veces literario y cierta pretenciosidad reside también el encanto y la particularidad del cine de Moguillansky. Diego Batlle

MARIANA. Chris Gude. 64 minutos. Colombia (2017). Con Jorge Gaviria, Edward Duigenan, Mago Cayory.

La primera gran secuencia de Mariana –en la que, de noche, las luces de las motos de unos traficantes juegan al action painting sobre la pantalla– pone de manifiesto el fulgor estético del nuevo film del neoyorkino Chris Gude (Mambo Cool). Pero no es hasta un largo plano desde el interior de un coche, donde una carretera bacheada que atraviesa el desierto entre Colombia y Venezuela deviene una metáfora de la turbulenta Historia de Latinoamérica, cuando la película revela el alcance de su reflexión socioeconómica y geopolítica. La mayoría de escenarios en los que transcurre Mariana parecen remotos, perdidos más allá de la civilización; sus personajes parecen habitar una tierra fantasmagórica, un limbo penitente más allá de toda coyuntura; y, sin embargo, la película invoca, una y otra vez, los ecos de una realidad próxima, globalizada. La miseria y la marginación se presentan de manera alusiva como las piezas de un rompecabezas irresoluble.

Un proyecto desarrollado en las cocinas del Riviera LAB, el MRG/WRK del Festival Márgenes y el BAL de Buenos Aires, Mariana generará en el espectador familiarizado con los hitos del cine radical del siglo XXI una placentera sensación de déjà vu: ahí están los largos trayectos motorizados y las miradas a cámara de Apichatpong Weerasethakul, un plano de seguimiento a la Gus Van Sant (reconvertido, por el camino, en una sorprendente toma subjetiva), los planos generales ladeados, el quietismo y los escenarios en ruinas de Pedro Costa… Todo ello condimentado con un fuerte afán poético y una suerte de deconstrucción de las materias primas de la película: tierra, mar, aire y palabra se presentan como mucho mezcladas, nunca agitadas. La sombra del exceso de cálculo planea por esta obra de gran precisión conceptual. Sin embargo, el arrojo de varias de sus propuestas –como cuando se utiliza un discurso de 2006 de Hugo Chávez para meditar sobre las luces revolucionarias y las sombras populistas de la memoria de Latinoamérica– acreditan el valor transgresor de esta película esquiva. Manu Yáñez

COCOTE. Nelson Carlo de los Santos Arias. 72 minutos. Argentina, Alemania, República Dominicana (2017). Con Vicente Santos, Yuberbi de la Rosa, Enerolisa Núñez.

Coproducida por compañías alemanas, qataríes y argentinas, Cocote demuestra no solo el talento sin par (parte intuitivo, parte cerebral) para la puesta en escena de su director, sino también la posibilidad de acercarse a los temas del cine latinoamericano –religión, violencia, diferencias de clase– sin caer en estereotipos, subrayados ni pintorequismos. Cocote es una película de mixturas: visuales (fílmico y digital, color y blanco y negro, múltiples texturas y formatos), formales (ascéticos planos fijos y coreográficos planos secuencia), sociales (comienza y termina en la piscina y jardines de una mansión, mientras que el corazón del relato está ambientado en un más que humilde pueblo costero del sur), étnicas (la cultura blanca y la cultura negra) y religiosas (lo católico, lo evangélico y el sincretismo). Con todos esos elementos, contradicciones y matices Nelson Carlo de los Santos Arias construye un film de espíritu tragicómico que aborda problemáticas extremas sin caer en la solemnidad e incluso con sorprendentes dosis de humor negro y absurdo.

La trama principal tiene que ver con el regreso de Alberto (Vicente Santos), jardinero evangelista que trabaja para una familia acomodada de Santo Domingo, al pueblo natal, donde su padre acaba de ser degollado y las mujeres de su familia le exigen venganza mientras se ve forzado a participar de una serie de rituales que remiten a la cultura afroamericana. La película de la sensación por momentos de ser un poco caótica, pero la acumulación de ceremonias religiosas y la interacción entre los diversos personajes, acaba construyendo un universo tan desconocido (para nosotros) como fascinante, envolvente y seductor. Si el año pasado el cine boliviano fue la revelación del Festival de Locarno con Viejo Calavera de Kiro Russo, este parece ser el de la República Dominicana. Diego Batlle

ATRÁS HAY RELÁMPAGOS. Julio Hernández Cordón. 82 minutos. Costa Rica, México (2017). Con Adriana Alvarez, Natalia Arias, Álvaro Marenco.

El norteamericano Julia Hernández Cordón se traslada a Costa Rica para filmar el día a día de dos adolescentes de San José, dedicados a todo tipo de pequeñas sublevaciones. Sole (Adriana Alvarez) y Ana (Natalia Arias) pasan las horas gastando bromas en el supermercado –bailando o fingiendo ataques de epilepsia delante de las cámaras de seguridad–, recorriendo la ciudad en bicis BMX, o enrollándose con los chicos de su grupo. Pese a vivir para la rebeldía, la aparente tranquilidad que reina en sus vidas se disuelve cuando un cadáver aparece en el maletero del coche sin uso de la abuela senil de Sole. Atrás hay relámpagos es una especie de continuación de la anterior película de Hernández Cordón, Te prometo anarquía. Ambas retratan el fin de una relación (en este caso, de amistad) entre dos personajes tras enfrentarse, por primera vez, a un drama cuya magnitud les supera. Así, Hernández Cordón dirige otra de sus inquietantes teen movies sobre una juventud tan apática como perdida, y esta vez deleita visualmente con un incremento de sus características digresiones narrativas. Aquí, el espectador no tiene otra alternativa que rendirse ante esos paseos nocturnos en BMX donde los ciclistas visten con luces que destellan igual que los neones de Spring Breakers de Harmony Korine. Carlota Moseguí

LAS CINÉPHILAS. María Álvarez. 74 minutos. Argentina (2014).

Las “cinéphilas” del título son seis: dos argentinas, dos uruguayas, dos españolas. En Buenos Aires y en Mar del Plata, en Montevideo o en Madrid, estas sexagenarias, septuagenarias y hasta octogenarias concurren casi todos los días a las sesiones vespertinas de filmotecas y salas de arte y ensayo. Alvarez sigue de cerca (y hasta se involucra directamente con ellas) a estas seis viejitas, que por momentos resultan queribles; en otros, irritantes; en ciertos pasajes son hilarantes; en otros, bastante patéticas. La directora apuesta a la espontaneidad, a la naturalidad y no le molesta cierta desprolijidad en el registro porque lo que quiere transmitir es la esencia de estas damas cinéfilas.

El film no aborda tanto la cinefilia de la tercera, sino más bien la soledad y el paso del tiempo. En ese sentido, aunque la película funciona como crowd pleaser, en realidad es un relato melancólico y por momentos incluso bastante triste: lidiar con la vejez, la degradación, la ausencia y la inminencia de la muerte no es tarea fácil y ellas lo hacen como pueden: a veces con humor negro y en otras con torpeza. Más allá de que el interés por las distintas historias es dispar (algo inevitable en una apuesta coral como esta), la narración se resiente por momentos por una musicalización que tapa los silencios y acentúa el tono crepuscular y nostálgico de la propuesta. Una decisión que, de todas maneras, no invalida ni minimiza los hallazgos que Las cinéphilas evidentemente tiene. Diego Batlle

ERA UMA VEZ BRASILIA. Adirley Queirós. 100 minutos. Brasil (2017). Con Wellington Abreu, Andreia Vieira, Marquim do Tropa.

La nueva película del director de Branco Sai, Preto Fica acontece bajo un régimen dictatorial inhabitable por culpa de la represión policial. El escenario de apariencia pos apocalíptica –a camino entre Blade Runner y Crumbs de Miguel Llansó– está habitado por nativos sin techo y seres de otras galaxias que llegaron a Brasilia por equivocación. Pero no nos dejemos engañar. Pese a su apariencia futurista, Era uma Vez Brasilia no está ambientada en un tiempo futuro, sino en el pasado. Nos hallamos en 1959, en pleno gobierno de Juscelino Kubitschek. El alienígena que protagoniza esta brillante comedia negra ha sido enviado a la tierra con una única misión: matar al presidente de Brasil durante la inauguración de Brasilia que tuvo lugar en esa fecha señalada. Sin embargo, la nave del agente WA4 sufre una avería y el extraterrestre debe realizar un aterrizaje de emergencia en un no-lugar, cerca de la prisión oficial del país. Allí formará un ejército de mercenarios que le ayudarán a cometer el crimen.

Era uma Vez Brasilia es un film de historias cruzadas. La trama del alienígena llegando a la Tierra en un cohete mugriento se intercala con otras escenas donde los nativos, anímicamente abatidos, relatan episodios de la represión policial; unas anécdotas que concuerdan con sucesos que han ocurrido o podrían ocurrir bajo el mandato de Michel Temer. El pasado y el presente de Brasil se superponen en esta desesperanzadora proyección del no-futuro del país a la que, además, se le suma una sádica polifonía compuesta por dos únicas voces: el discurso de Dilma Rousseff durante su destitución, y el de Temer al tomar su cargo. Carlota Moseguí