Página web de la 7ª Muestra de Cine de Lanzarote (23 noviembre – 2 diciembre).

EL MAR NOS MIRA DE LEJOS. Manuel Muñoz Rivas. 93 minutos. España, Países Bajos (2017).

El mar de El mar nos mira de lejos –título inspirado en un verso de Rafael Alberti– nunca aparecerá ante nosotros, sino que permanecerá en un fuera de campo que opera de manera singular en el debut del español Manuel Muñoz Rivas, donde el mar es algo más que un elemento omnipresente. Esta ópera prima se ocupa de una ciudad mitológica, de la que todavía no se han descubierto sus coordenadas exactas. Únicamente sabemos que se sitúa en alguna parte de Andalucía, y que los griegos accedían a ella cruzando el mar. Cuenta la leyenda que Tartessos fue la primera civilización de Occidente. Según la voz en off de El mar nos mira de lejos, varias expediciones de arqueólogos se han acercado a un pueblo costero español en busca de respuestas. Desengañados, todos han abandonado el lugar días después, tras no encontrar aquello que buscaban.

Sin embargo, esa localidad andaluza que arrebata la fe a todo arqueólogo y explorador no es un lugar despoblado. La zona está habitada por unos pocos hombres, probablemente guardianes inconscientes de ese lugar sacro sumergido bajo las dunas. Un viejo pescador, su ayudante, o la chica de la que está enamorado en secreto este último son algunos de los afortunados portadores del secreto. La cámara de Muñoz Rivas –editor de films como Dead Slow Ahead, Slimane o Arraianos– acompaña a sus personajes en sus cotidianas caminatas por la playa, por el desierto, en alta mar o en el interior de sus casas, tratando de llegar a Tartassos a través de esos parajes. Como si ese pasado milenario tan sólo les perteneciera a quienes lo habitan en el presente. Carlota Moseguí

BARONESA. Juliana Antunes. 73 minutos. Brasil (2017).

“Baronesa” es el nombre de una favela a la que la protagonista del filme desea mudarse, una que aparentemente es más tranquila y menos violenta que aquella en la que vive. Lo que muestra Juliana Antunes –joven realizadora de Belo Horizonte– es la intimidad cotidiana de esta mujer, sus amigos y familia. El contexto queda fuera de campo. No hace falta verlo. Esos pocos metros cuadrados en los que los protagonistas parecen moverse contienen un mundo. Si bien hay ciertos momentos que parecen dramatizados, la película jamás pierde su lógica testimonial, su recorrido, su verdad. Es un film honesto, que se acerca a sus protagonistas de una manera relativamente similar a la que lo hacía Pedro Costa en sus primeras películas ambientadas en Fontainhas. Pero a diferencia de los filmes del portugués, los personajes de Baronesa, pese a que tienen motivos suficientes para vivir en la más lúgubre tristeza y oscuridad, se dan tiempo para reír, bailar y cantar mientras habitan lo que parece ser la trinchera de una batalla.

Baronesa podría haber sido, en otras manos, una película cruel, exótica, condescendiente o paternalista. Pero Antunes mantiene la cámara en los cuerpos, los rostros y las miradas de los protagonistas, raramente tomándolos en planos generales. Está todo allí, en ese encierro del que desean liberarse, pero que también los constituye, con sus momentos de humor (animales sueltos, baldazos de agua fría para tolerar el calor, juegos familiares) y otros más dramáticos, casi todos ellos felizmente fuera de campo. Sentimos y sufrimos las consecuencias, pero la debutante directora tiene la inteligencia de alejarnos del morbo televisivo, de la explotación. Diego Lerer

DID YOU WONDER WHO FIRED THE GUN? Travis Wilkerson. 90 minutos. Estados Unidos.

Estrenada en el pasado Festival de Sundance, Did You Wonder Who Fired the Gun? denuncia el pasado y presente racista de Estados Unidos destapando el homicidio, prácticamente secreto, que llevó a cabo el bisabuelo del director del film, Travis Wilkerson (An Injury to One), en 1946. La voz en off de Wilkerson narra este episodio como si se tratara de una investigación detectivesca. De hecho, el mismo director tuvo que contratar a más de un detective privado para recopilar datos. Extractos de Gregory Peck interpretando a Atticus Finch en Matar a un ruiseñor, imágenes de carreteras con estética lynchiana, y otras tomas estáticas en blanco y negro de edificios abandonados y árboles al viento acompañan visualmente el monólogo que recitará Wilkerson durante hora y media de metraje.

El director de Machine Gun or Typewriter quiere que el mundo se pregunte, junto a él, por qué su antepasado S.E. Branch mató a un hombre negro llamado Bill Spann en Dothan, Alabama y no fue procesado ni castigado por ello. Sin embargo, aunque Wilkerson repita una y otra vez que ha confesado el crimen de su bisabuelo para que se haga justicia, el espectador no tardará en darse cuenta de que su discurso no habla del asesinato sino del sentimiento de culpa con el que convive a diario el cineasta por arrastrar el racismo en sus genes. Como proclama el director en una sentencia lapidaria: “El color blanco en mi piel destruyó a una familia, y esa misma blancura terminará aniquilando el mundo”. Este gesto de osadía convierte a Did You Wonder Who Fired the Gun? en el ensayo más personal de Wilkerson. Carlota Moseguí

EL MAR LA MAR. J.P. Sniadecki, Joshua Bonnetta. 94 minutos. Estados Unidos (2017).

Dentro de la vasta extensión de formas que ha ido tomando la etnografía experimental, el cineasta JP Sniadecki se ha convertido en uno de sus mejores representantes, con una obra que arrancó en su larga estancia en China, y que bajo el influjo del Sensory Etnography Lab de la Universidad de Harvard, ha ido evolucionando desde una aparente observación hasta el trabajo casi físico de este, su último largometraje, realizado con Joshua Bonnetta, en el que la textura del 16mm digitalizado en resolución 5K se convierte en una suerte de metáfora plástica de un espacio tan fantasmal e irrepresentable, como la frontera entre Estados unidos y México, que se convierte en esta película en una suerte de espacio mental en el que convergen los deseos, los anhelos, las vidas y los cuerpos de los inmigrantes, que a su vez encarnan las consecuencias de las políticas gubernamentales. Trabajando con los sonidos, las texturas del paisaje y del propio celuloide, la película se convierte en una especie de pisco-geografía de ese no-lugar, la frontera, y esas no-personas, los ilegales, a medio camino entre un mundo y otro, atrapados en una zona que la película recrea de forma casi física y palpable. Gonzalo de Pedro Amatria

COCOTE. Nelson Carlo de los Santos Arias. 72 minutos. Argentina, Alemania, República Dominicana (2017). Con Vicente Santos, Yuberbi de la Rosa, Enerolisa Núñez. Sección Llendes.

Coproducida por compañías alemanas, qataríes y argentinas, Cocote demuestra no solo el talento sin par (parte intuitivo, parte cerebral) para la puesta en escena de su director, sino también la posibilidad de acercarse a los temas del cine latinoamericano –religión, violencia, diferencias de clase– sin caer en estereotipos, subrayados ni pintorequismos. Cocote es una película de mixturas: visuales (fílmico y digital, color y blanco y negro, múltiples texturas y formatos), formales (ascéticos planos fijos y coreográficos planos secuencia), sociales (comienza y termina en la piscina y jardines de una mansión, mientras que el corazón del relato está ambientado en un más que humilde pueblo costero del sur), étnicas (la cultura blanca y la cultura negra) y religiosas (lo católico, lo evangélico y el sincretismo). Con todos esos elementos, contradicciones y matices Nelson Carlo de los Santos Arias construye un film de espíritu tragicómico que aborda problemáticas extremas sin caer en la solemnidad e incluso con sorprendentes dosis de humor negro y absurdo.

La trama principal tiene que ver con el regreso de Alberto (Vicente Santos), jardinero evangelista que trabaja para una familia acomodada de Santo Domingo, al pueblo natal, donde su padre acaba de ser degollado y las mujeres de su familia le exigen venganza mientras se ve forzado a participar de una serie de rituales que remiten a la cultura afroamericana. La película de la sensación por momentos de ser un poco caótica, pero la acumulación de ceremonias religiosas y la interacción entre los diversos personajes, acaba construyendo un universo tan desconocido (para nosotros) como fascinante, envolvente y seductor. Si el año pasado el cine boliviano fue la revelación del Festival de Locarno con Viejo Calavera de Kiro Russo, este parece ser el de la República Dominicana. Diego Batlle

MRS. FANG. Wang Bing. 86 minutos. China, Francia, Alemania (2017).

El gran cineasta chino Wang Bing (Ta’ang, Bitter Money) regresa con un acercamiento a los últimos días de una anciana diagnosticada con Alzheimer. Un acercamiento al gran tabú de la era contemporánea que escapa de todo eufemismo estético para mirar de frente al final de la existencia. Construida a partir de unos salvajes primeros planos de un rostro paralizado, que intentan plasmar el último aliento de vida escapándose de un cuerpo humano, Mrs. Fang se halla dividida en dos partes. Por un lado, están las tomas que ocurren en el interior de la habitación donde yace la nonagenaria; por el otro, unas secuencias protagonizadas por el resto de familiares, que llevan una suerte de “vida paralela” en el mundo exterior. Wang Bing retrata la espera de la muerte como una especie de espectáculo, donde los familiares observan pasivamente, asistiendo a un ritual que, en cierto modo, remite a la última ficción de Albert Serra, La mort de Luis XIV. Sin embargo, en la rueda de prensa del film en la pasada edición del Festival de Locarno, el director de Al oeste de los raíles aclaró que su intención nunca fue dramatizar la inminente defunción de esa persona, sino poetizar la muerte mediante su misteriosa y sublime apariencia. Carlota Moseguí