Página web del Festival de San Sebastián (22-30 septiembre).

LA CORDILLERA. Santiago Mitre. 114 minutos. Argentina, Francia, España (2017). Con Ricardo Darín, Dolores Fonzi, Erica Rivas. PREMIO DONOSTIA RICARDO DARÍN.

Más allá de las absolutas diferencias de presupuesto y de condiciones de producción no sería descabellado ver El estudiante y La cordillera, las dos películas políticas de Santiago Mitre, como una suerte de díptico. El inocente Roque Espinosa que interpretó en su momento Esteban Lamothe bien podría haberse convertido con el tiempo en intendente (de Santa Rosa), gobernador (de La Pampa) y finalmente presidente de la Nación, como el Hernán Blanco que ahora encarna Ricardo Darín. Blanco es, efectivamente, un provinciano campechano, un político en principio no demasiado destacado ni carismático, pero que acaba de ganar las elecciones y tiene como primer desafío importante participar en una cumbre de mandatarios latinoamericanos en Chile, donde se discutirá la posibilidad de establecer una alianza petrolera a nivel continental.

Construida como un thriller político, y dirigido con muy buen pulso y convicción por el realizador de Paulina, La cordillera pendula con elegancia entre la oscura dinámica diplomática (a-la-House of Cards) y los conflictos íntimos y familiares del protagonista, entre el realismo y un acontecimiento casi del orden de lo fantástico (una sesión de hipnosis) que divide la película en dos y cambia de forma contundente el curso de los acontecimientos y la percepción del espectador. Ricardo Darín está ajustado, impecable, siempre convincente en su interpretación de un presidente que no es tan inocente ni sumiso como en principio podía parecer. En conjunto, estamos ante un acercamiento al juego de la política en todas sus facetas, sus múltiples matices, su complejidad, su hipocresía, su cinismo y, también, su oscuridad y crueldad. Diego Batlle

EL OTRO LADO DE LA ESPERANZA. Aki Kaurismäki. 100 minutos. Finlandia, Alemania (2017). Con Dome Karukoski, Ville Virtanen, Kati Outinen. GRAN PREMIO FIPRESCI.

Contra las guerras gubernamentales y sociales, el incorruptible Aki Kaurismäki prosigue con El otro lado de la esperanza una batalla que no apunta al reflejo de lo visible, sino a la denuncia de lo que resta oculto. Como diría Bazin, saca provecho de la “estructura plástica (de la imagen), su organización en el tiempo”; dado que “se apoya en un realismo mucho mayor, (la imagen) dispone de muchos más medios para dar inflexiones y modificar desde dentro la realidad”. Kaurismäki mantiene su estilo, un escenario que parece de otro tiempo, con rasgos del kitsch, y un humor que parece convertir la situación en algo surrealista, y al mismo tiempo humanista, dado que no tripudia por encima de los personajes para hallar una incuestionable comicidad. En esta ocasión, el director de El hombre sin pasado se aproxima a la dramática realidad de los refugiados sirios, que viven un momento de gran vulnerabilidad después de cinco años de guerra. Los riesgos de cara a la supervivencia son especialmente elevados. Embarcan en viajes peligrosos a Europa, y se exponen al trabajo infantil, al matrimonio precoz, a la explotación sexual a cambio de la propia vida… Los valores humanitarios se desmoronan ante la intolerancia. En este contexto, Kaurismäki utiliza su cámara y su genio para defender a los refugiados mientras se posiciona en contra de los que insisten en estigmatizarlos, agredirlos y convertirlos en figuras invisibles. Renan Camilo

VISAGES, VILLAGES (CARAS Y LUGARES). Agnès Varda, JR. 89 minutos. Francia (2017). PREMIO DONOSTIA AGNÈS VARDA.

A punto de cumplir 89 años y pese a algunos problemas en la vista que se hacen explícitos durante la película, ese mito viviente del cine francés que es la directora de Cléo de 5 a 7 y Los espigadores y la espigadora presentó en el pasado Festival de Cannes este documental/ensayo codirigido con JR, un artista callejero y fotógrafo de culto en Francia. Pese a la notoria diferencia de edad (JR tiene apenas 34 años) y de estilos, ambos se admiran mutuamente y decidieron hacer un trabajo conjunto. Así, Agnès y JR viajan por todo el país en camioneta descubriendo historias de vida de gente común, fotografiándolos y pegando luego gigantografías de esas imágenes en lugares de fuertes implicancias emotivas. Tierna e hilarante, profundamente humana en la charla por ejemplo con las esposas de unos trabajadores portuarios, Visages, villages cierra con una visita a la casa de Jean-Luc Godard. No conviene adelantar nada sobre el resultado, pero es un momento de una intensidad desgarradora. Diego Batlle

CONVERSO. David Arratibel. 61 minutos. España (2017). Con Raúl del Toro, María Arratibel, Pilar Aranburo, Paula Tellechea. ZINEMIRA

La segunda película del cineasta pamplonés David Arratibel, tras su primer trabajo, Oírse (presentado en la sección Zabaltegi del Festival de San Sebastián en 2013), continua la linea de cine personal iniciada con aquella primera película, que partía de su propia experiencia como enfermo de acúfeno para adentrarse en las vidas de otros que, como él, sufrían también la presencia de ese sonido constante en su propio oído, una barrera entre el mundo y lo más íntimo, una presencia invisible pero siempre presente. En este caso, Converso imprime su sello personal de forma indirecta, y algo juguetona, o incluso irónica, desde su título, que juega con el posible doble sentido de la película, introduciendo una duda sobre la condición del propio director de creyente, o no, en la fe católica. Una incertidumbre que planeará a lo largo de todo el metraje. Porque, siguiendo esa línea de exploración de lo invisible, Converso es una película sobre algo tan complicado de retratar, e incluso de entender de forma racional, como la fe, y el proceso de conversión a la religión.

Arratibel utiliza el dispositivo cinematográfico casi como una excusa, al menos inicialmente, para enfrentar una realidad que, en su vida cotidiana, había tratado de esquivar durante años: la conversión al catolicismo de varios miembros de su familia. Su madre, sus dos hermanas, y su cuñado pasaron del ateísmo, el agnosticismo, incluso la militancia comunista a una fe arrebatada y capaz de transformar sus vidas de forma radical. El converso del título no hace solamente referencia a la posible conversión del director, que nunca se aclarará (no es ese el objetivo de la película), sino también al ejercicio sobre el que se sostiene todo el film: la conversación, el gesto de conversar, de enfrentar a través del dialogo el misterio de la conversión de sus familiares, como proceso para entender y aceptar el cambio vivido en el seno del grupo. Converso se estructura así como una serie de conversaciones y encuentros a través de los que su familia explica su proceso, su cambio radical. Unas conversaciones que, además, van recomponiendo los puentes que la conversión había roto en la familia. Converso se aparece así no solo como una película sobre el Misterio, en mayúsculas, sino sobre todo como una película acerca de la palabra como aquello que da sentido y ordena la vida. En el fondo, estamos ante una película sobre la ausencia de un padre, que cada miembro de la familia tratará de rellenar de una forma distinta: unos con la palabra de Dios, otros, como el cineasta, con la palabra filmada. Gonzalo de Pedro Amatria