Página web de Americana – Festival de Cinema Independent Nord-Americà de Barcelona.

CHRISTINE. Antonio Campos. 119 minutos. Estados Unidos, Reino Unido (2016). Con Rebecca Hall, Michael C. Hall, Maria Dizzia, Rachel Hendrix. Sección TOPS.

Como demostró en la notable Afterschool –una suerte de relectura de Benny’s Video de Haneke ambientada en un instituto norteamericano–, el joven director neoyorkino Antonio Campos posee un sexto sentido a la hora de capturar los síntomas privados de un determinado malestar social. En el caso de Christine, la historia real de Christine Chubbuck –una reportera de televisión que se suicidó frente a las cámaras en 1974– se convierte en una tupida amalgama de dolencias y lacras sociales. Entre otras cosas, la película ofrece un microscópico estudio de la devaluación del rigor periodístico a manos del sensacionalismo en el ámbito televisivo, lo que convierte esta película indie en la prima humilde y orgullosa de títulos como Network o Nightcrawler. Campos tampoco deja pasar la oportunidad de radiografiar el desconcierto moral y la paranoia de la sociedad yanqui en pleno estallido del escándalo de Watergate. Cuestiones que el director de Simon Killer condimenta con comentarios acerca del machismo imperante en Norteamérica, la cultura del miedo (y de las armas), y la proliferación de terapias de autoayuda, que, desde un nada disimulado escepticismo, Campos tilda de pequeños atentados contra la verdad. En definitiva, si nos dejamos llevar por la tentación de ver Christine como una parábola de los tiempos que corren –el estudio de la transición al vídeo refleja la actual revolución digital–, uno juraría que esta película fue concebida tras el triunfo electoral de Donald Trump, cuando en realidad de estrenó en el Festival de Sundance de 2016.

Todo lo anterior no debe enturbiar el hecho de que Christine funciona como un bien engrasado psicodrama: un “estudio de personaje” que no ahorra medios a la hora de penetrar en la insondable y trastornada personalidad de la protagonista, interpretada por Rebecca Hall con arisca fiereza, sin concesiones sentimentalistas. Puede que algunos episodios de la trágica odisea personal de Chubbuck aparezcan algo desdibujados (como la conflictiva relación con su madre), pero Campos consigue convertir este amargo biopic en una caja de resonancia que ilumina la perturbadora realidad de la Norteamérica de los años 70 y su reflejo en nuestra siniestra actualidad. Manu Yáñez

CERTAIN WOMEN. Kelly Reichardt. 107 minutos. Estados Unidos (2016). Con Michelle Williams, Kristen Stewart, Laura Dern, Lily Gladstone. Sección TOPS.

En la revista Variety, Guy Lodge escribía que pocos cineastas contemporáneos pueden hacer tanto con tan poco como Kelly Reichardt. Hay algo callado en el cine de Reichardt, una especie de humildad profunda. Su obra se encuentra más cerca de la evocación de los momentos vitales (tema central en su cine) que de cualquier alegato contundente; y esto, en cierta manera, tiene mucho que ver con el hecho de que aquella que está detrás de la cámara es también una mujer. En Certain Women, Reichardt compone tres relatos en torno a sendas mujeres. Basados en cuentos de la escritora Maile Meloy, los episodios del filme de Reichardt son retratos sutiles que corren por debajo de la superficie: el de una abogada (Laura Dern) que tiene que lidiar con un desequilibrado cliente; el de una madre (Michelle Williams) que, para la construcción de una nueva casa, pide prestadas unas piedras a uno de sus vecinos; el de una cuidadora de caballos (Lily Gladstone) que se obsesiona con una profesora de clases nocturnas (Kristen Stewart).

“El juez le ha dicho lo mismo que yo le he estado diciendo todos estos meses. Me gustaría ser un hombre para poder decir algo y que simplemente me dijesen OK”, dice en un momento la letrada interpretada por Dern. De la misma manera, la esposa a la que encarna Williams se muestra decepcionada cuando su marido la deja hablar ante el hombre del que quieren conseguir el material para construir su nueva casa; para que, al final, él termine relativizando la urgencia del asunto. Mientras, Reichardt ahonda en las profundidades de estas grietas, de estas desilusiones y luchas cotidianas, a través de los silencios de los personajes, de los pequeños gestos, de la mirada empañada por la ventanilla de un coche, o por el ventanal de una casa. Rodada en 16mm, con escenas abiertamente nocturnas, el grano se apodera del cuadro de Certain Women, evidenciando una lejanía respecto a la imperante textura digital. No en vano, entre los productores figura Todd Haynes, con quien Reichardt comparte el formar parte de una suerte de resistencia fílmica. Reichardt ha hecho una película esencialmente orgánica, arraigada a la tierra, a Montana, en la que, si se cierran los ojos, se escuchan los sonidos del frío y de la noche, de las calles vacías y de la gente. No hay música, sino cotidianidad. Su retrato, del lugar y de lo que nos pasa a las personas, es tan límpido que resulta inevitable que alcance la verdad. Violeta Kovacsics

DONALD CRIED. Kris Avedisian. 85 minutos. Estados Unidos (2016). Con Jesse Wakeman, Kris Avedisian, Kyle Espeleta, Louisa Krause. Sección NEXT.

Perteneciente a la familia de comedias amargas e incómodas del indie norteamericano que suelen dirigir Rick Alverson o Alex Ross Perry, Donald Cried, la negrísima ópera prima de Kris Avedisian cuenta la historia de Peter Latang (Jesse Wakeman), quien regresa después de 15 años a Warwick, Rhode Island, la pequeña, gris e impersonal ciudad donde nació y creció. La idea es ocuparse lo más rápido posible de unos asuntos pendientes por la herencia de su abuela, que acaba de fallecer, y volver a su mundo de banquero en Wall Street. Pero pierde la billetera, su coche queda varado en la nieve y no tiene más remedio que pedir ayuda. En principio, ni siquiera reconoce a un amor de juventud, Kristen (Louisa Krause), que se ocupa de los trámites de la sucesión, pero luego aparecerá quien supo ser su vecino y mejor amigo de la infancia, el optimista y risueño Donald Treebeck (el propio Avedisian), y las cosas se complicarán cada vez más. La oposición entre el cínico de ciudad y el patético de pueblo conllevaba el riesgo de caer en el lugar común, pero la película lo evita.

Lo que en principio parecía iba a ser un remedo de Jo qué noche de Martin Scorsese (con Peter atrapado producto de una acumulación de infortunios) deviene en una serie de desventuras y confesiones íntimas (con no poco alcohol y drogas en el medio) que el guión y la narración de Avedisian van desvelando poco a poco. Tragicomedia que está siempre al borde del patetismo, de lo enfermizo, de lo patológico, con momentos crueles y aspectos desagradables de los personajes (hay celos, envidias, manipulaciones y hasta una usurpación de la identidad), Donald Cried termina trascendiendo la mayoría de los clichés del cine indie estadounidense a fuerza de honestidad y una rara capacidad para la emoción y ternura. Lo dicho, una comedia decididamente deforme. Diego Batlle

JAMES WHITE. Josh Mond. 85 minutos. Estados Unidos (2016). Con Christopher Abbott, Cynthia Nixon, Scott Mescudi, Mackenzie Leigh. Sección TOPS.

James White, la potente ópera prima de Josh Mond, es una historia sobre el amor puro, desinteresado e incondicional que un hijo (Christopher Abbot) muestra hacia su madre (Cynthia Nixon) cuando esta yace en su lecho de muerte. Los preciosos y tiernos diálogos, junto con los coreografiados y devotos gestos del hijo protegiendo y abrazando a su madre –prácticamente idénticos a los de Madre e hijo de Alexandr Sokurov– se contraponen con la monstruosidad que exhibe el protagonista en sus salidas nocturnas: una agresividad y una libido incontrolables que remiten al personaje de Michael Fassbender en Shame.

Mond emplea un dispositivo formal similar al que utilizó Alex Ross Perry en Queen of Earth: eternos primeros planos que incomodan al espectador y que describen la tensión y el caos interior de los personajes. Por otro lado, James White no es el clásico melodrama sobre la lucha contra el cáncer filmado desde el punto de vista de un allegado del enfermo. Este exquisito debut describe la existencia de unos demonios que aparecen únicamente cuando un gran amor está a punto de extinguirse. Desde la secuencia de apertura del film, donde James aparece y desaparece del velatorio de su padre teniendo que escoger entre seguir drogándose en afters o hacer compañía a su madre, percibimos la dualidad en su comportamiento. Se trata de una batalla moral que transcurre en el interior de su mente. Carlota Moseguí