Este año, Curtocircuito (Festival Internacional de Cine de Santiago de Compostela) se celebra en formato presencial y también vía online a través de la plataforma Filmin.

LOS PÁRAMOS. Jaime Puertas. 43 minutos. España (2019). Con Ángeles Moreno, José Daniel Brígido, Dulce Rodríguez. Sección Penínsulas.

Los poco más de cuarenta minutos con los que se salda Los páramos pueden considerarse una de las cartas de presentación más poderosas del cine español reciente. Su director, guionista y comontador es Jaime Puertas, un estudiante de la ESCAC que aprovechó la realización de su proyecto de graduación para filmar este mediometraje en el que se insinúa una madera de maestro. Ya desde sus títulos de crédito de apertura (donde los nombres de todas las personas implicadas en el proyecto van desfilando lentamente), la propuesta adquiere formas y ritmos a los que el cine nos tiene poco acostumbrados. Luego llega una cita de las Sagradas Escrituras: “Cuando eran pocos en número, muy pocos, y forasteros, y vagaban de nación en nación, y de un reino a otro pueblo…”. Entonces, con el despertar de la cámara, avanzamos por un espacio vacío, árido, aparentemente desolado, pero que en el fondo contiene algo indeterminado que nos invita a quedarnos. A perdernos. La belleza de las imágenes tiene al mismo tiempo algo de sublime y de amenazador; su fuerza parece emanar, principalmente, de los colores con los que el cielo ilumina el espacio. Intensas tonalidades rosadas nos sitúan en una franja del día que no acaba de concretarse. ¿Será el amanecer o el atrdecer? Los extremos se tocan: la noche y el día, quién sabe si la vida y la muerte, o ya puestos, el pasado y el futuro. El presente, en este sentido, se descubre como una especie de limbo, y así mismo se comporta la película.

Puertas sigue los pasos de Aurora, una mujer definida por su condición de madre y esposa, pero también por su identidad gitana. Al igual que el espacio y la franja horaria en la que nos movemos, el objeto de estudio se concreta por su contexto. De un modo similar, cada secuencia parece estar condicionada tanto por su precedente como por la siguiente. A nivel técnico Los páramos se apoya casi de manera continua en la superposición de estímulos sensoriales. No es que un escenario lleve a otro, sino que se convierte en el siguiente. También, lo que en una escena suena a banda sonora extradiegética, en la siguiente se confirma como ruido ambiente. Cada imagen-situación mancha aquellas con las que colinda por montaje. El antes y el después están igualmente presentes en el ahora, originándose así un hilo narrativo cuya dirección y sentido tienden a dibujar una nebulosa y no tanto una línea nítidamente trazada. El efecto resultante no dista mucho al de estar leyendo una historia que no se sabe cuándo empezó, ni cuándo va a terminar. Más que una fuente de frustración, el no-saber nos alienta a explorar. Entre diálogos naturales y recitaciones teatrales, entre presencias y desvanecimientos, entre el día y la noche, el misterio de Los páramos aguarda desde tiempos inmemoriales. No espera ser entendido, sino a ser abrazado, admirado. Víctor Esquirol

CORRESPONDENCIAS. Carla Simón, Dominga Sotomayor. 19 minutos. Chile, España. Sección Penínsulas.

Abrazando el formato de las misivas filmadas, Correspondencia de Carla Simón y Dominga Sotomayor tiende puentes entre los universos de ambas cineastas. No solo está el evidente vínculo generacional –sus edades solo están separadas por un año–, sino que las directoras de Verano 1993 (2017) y De jueves a domingo (2012) comparten, por ejemplo, el hecho de haber abordado en su trabajo la cuestión de la infancia. Una confluencia de intereses que se hace evidente en el arranque de este intercambio de cartas movido por las emociones, los recuerdos, las dudas y la necesidad de preservar la memoria como acto de resistencia y compromiso. Carla Simón abre el film con una caligrafía de imágenes grabadas en súper 8 para anunciar con un rótulo escrito a mano –recurso que utilizará a lo largo de todo el trabajo– que su abuela acaba de morir. De este modo, la cineasta marca el tono confesional con el que se expresará durante todo la película. Porque, en la siguiente misiva, su reflexión girará en torno a las imágenes –que conserva del pasado y que piensa filmar en un futuro próximo– de su madre biológica y de su madre adoptiva, y también sobre sus dudas a propósito de una posible maternidad.

La respuesta de Dominga Sotomayor varía en la forma de trabajar con las imágenes. Su propuesta se construye a partir de material de archivo, sobre el que su voz en off actúa como guía omnipresente. La directora de Tarde para morir joven (2018) recupera un corto que filmó junto a su abuela –una alusión a lo familiar que entronca con las reflexiones de la directora catalana– que narra la llegada de una joven en tren a Santiago de Chile. Un trabajo en blanco y negro que nunca se llegó a editar, y que muchos años después la cineasta chilena reprodujo en color. Sotomayor utiliza también imágenes de su madre, protagonizando un spot de la mítica campaña a favor del “no” en contra de Pinochet en el referéndum celebrado en 1988 y que acabó con el gobierno del dictador. Pese a que en el conjunto del film resuenan ciertos ecos procedentes de la realidad social e histórica, el tránsito definitivo de la esfera familiar a la política acontece cuando Sotomayor desestima ahondar en sus impresiones acerca de la maternidad para abordar el estallido social de su país, donde la población se lanza a las calles –para manifestar un descontento generalizado y reclamar una nueva Constitución– y donde “nos están sacando los ojos a balazos”. Sotomayor saca su cámara a la calle para dejar testimonio de una realidad cíclica marcada por la represión ciudadana. De este modo se cierra un film estimulante, humilde en su duración pero reseñable en su apuesta por tender puentes entre el intimismo de orden privado y el ejercicio de agitación y denuncia política. Fernando Bernal

PLAYBACK. ENSAYO DE UNA DESPEDIDA. Agustina Comedi. 14 minutos. Argentina (2019). Sección Radar.

Ciudad de Córdoba, finales de la década de 1980. La dictadura ha terminado; la represión, no. En la conservadora Docta rigen en plena era Alfonsín edictos que permiten a la policía detener a quienes fuera del escenario vistan ropas de otro sexo. En ese contexto desolador, las actrices transgénero conocidas como la Delpi, la Gallega y la Colo crearon el colectivo Kalas para concebir performances –basadas en playbacks de canciones de grandes divas– en locales underground como La Piaf. Pero las artistas no solo debían enfrentarse a la intolerancia social sino también a la epidema del SIDA, que se llevó hace ya 25 años a la Gallega y a tantas otras. Playback. Ensayo de una despedida es una suerte de carta de despedida a una generación que se fue mucho antes de lo lógico y lo deseable. La única sobreviviente es la Delpi, dueña de los escasos VHS que quedaron de aquellos tiempos y de la voz en off que recuerda a sus amigas del alma.

Si bien el de Comedi es esencialmente un trabajo de (re)elaboración a partir de found footage, hay también en el cortometraje algunas recreaciones que imitan (con absoluta coherencia) la estética y los registros de aquella época, cuando la cultura LGBTIQ+ debía luchar contra todo y contra todos para sostener sus pequeños espacios de pertenencia y resistencia. Inevitablemente melancólica, la nueva película de la directora de la notable El silencio es un cuerpo que cae tiene, sin embargo, una vuelta de tuerca ligada al modo vitalista en que aquellas artistas encaraban un final trágico que parecía inapelable. Reescribir la historia, construir memoria, revalorizar a una época y unos personajes que (en el marco de lo cinematográfico) resisten al olvido y encuentran una nueva oportunidad. Diego Batlle

RESERVE. Gerard Ortín Castellví. 27 minutos. España. Sección Penínsulas.

En Reserve, el encuentro entre el ser humano y la naturaleza se presenta bajo un aura armónica que oculta un turbio amasijo de tensiones y contradicciones. El propio título de la pieza alude a un concepto resbaladizo, el de las reservas de fauna salvaje, espacios destinados a la preservación del medio natural pero que al mismo tiempo ponen de manifiesto una cierta arrogancia inherente a la conducta humana, la presunción que nos lleva a someter cualquier realidad a un orden antropocéntrica. Ortín Castellví explora esta inquietante paradoja mediante un trabajo de carácter fragmentario, aplicado tanto a la estructura del film como a la interacción entre imágenes y sonidos. Un despliegue de rimas y disociaciones que arranca con una pantalla en negro sobre la que se escucha una conversación del propio cineasta con un cazador que describe el funcionamiento de las “trampas de convergencia”: una extensa construcción de muros de piedra que convergen en un foso. Según ha explicado el propio Ortín Castellí, es posible caminar por un bosque durante un largo trecho sin advertir la presencia de estas sigilosas y obsoletas trampas. Lo visible y lo oculto, lo aparente y lo real; dialécticas que actúan como el motor conceptual de Reserve.

En su nueva película, Ortín Castellví regresa a los territorios de su anterior trabajo, Perrolobo (Lycisca), donde se estudiaba la difícil pervivencia de los lobos en los valles del País Vasco. En Reserve, el lobo ocupa un rol central en el discurso del film, aunque nunca llega a aparecer en pantalla. Una llamada telefónica a una empresa norteamericana revela la existencia del negocio global del orín de lobo, con el que se busca espantar de zonas rurales a las presas naturales del animal, como por ejemplo los jabalíes. La insolencia humana para con lo natural aparece aquí revestida por la educada eficiencia del lenguaje comercial, que además se escuda en el supuesto espíritu ecologista del proyecto empresarial. En todo caso, cabe señalar que Reserve –una obra sensorial que no desprecia el poder de las imágenes para excitar el olfato– se desmarca por completo de lo panfletario para apostar por una articulación indirecta, alusiva, de sus tesis. En las imágenes del film, hallamos a unos tiradores con arco que han sustituido la caza por una práctica de índole deportiva, aunque el disparo a unos avatares de animales construidos con material plástico mantiene vivos viejos rituales. Por su parte, las imágenes más poderosas de Reserve –unas estampas grotescas que remiten al universo buñueliano– están protagonizadas por unos buitres a los que los humanos proveen de cuerpos de animales muertos. Simulacros de caza y de carroñería que perfilan, en el horizonte de este film alérgico al didactismo, interrogantes vinculados a nuestra relación con el mundo natural, marcada por los ecos infranqueables del atavismo y la economía de mercado. Manu Yáñez