Carlota Moseguí

Cineastas del Presente es la competición del Festival de Locarno que evalúa el grado de innovación y singularidad de quince directores en sus primeros o segundos largometrajes. Se trata de la única sección del certamen suizo donde los directores –y no sus películas– son puestos a examen. Si bien la exclusión de autores españoles en la selección de 2016 ha sido un dato llamativo –recordemos que Lois Patiño y Mauro Herce fueron premiados en las últimas ediciones de Cineastas del Presente–, el alto número de concursantes latinoamericanos se ha mantenido con creces. Entre los doce films presentados hasta esta séptima jornada, las cuatro películas latinoamericanas –dos argentinas (El futuro perfecto y El auge del humano), una boliviana (Viejo calavera) y otra colombiana (Mañana a esta hora)– son las candidatas más justas para compartir palmarés en esta olimpiada cinéfila.

Franqueando distintos caminos y sirviéndose de herramientas propias, los cuatro largometrajes citados se dirigen hacia un mismo destino. Todos ellos manejan un lugar común tan fértil como maleable: la idea de una juventud suspendida, interrumpida por la incertidumbre del futuro. Por un lado, la muerte de un pariente condiciona el devenir de los protagonistas de la imponente ópera prima de Kiro Russo, Viejo Calavera, y del nuevo trabajo de Lina Rodríguez, Mañana a esta hora. En cambio, en el exquisito debut en solitario de Nele Wohlatz, El futuro perfecto, una inmigrante china intenta definir su identidad, así como las posibilidades que le ofrece su nuevo país, aprendiendo a comunicarse en el idioma local. Por último, el desempleo, la alienación y la adicción al mundo virtual son los tres males que sufren los individuos de Argentina, Mozambique y Filipinas que protagonizan el fantástico salto al largometraje de Eduardo Williams, El auge del humano.

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Empezando con los films que abordan los efectos psicológicos del luto, primero debemos aclarar que Mañana a esta hora y Viejo Calavera son dos obras de lo más antagónicas. La primera nos convenció por la simpleza y elegancia de su guión, concentrado en una reiterada escenificación de riñas familiares. La tensión dramática se manifiesta a través del clima de negación y frustración que aprisiona a sus tres protagonistas cuando coinciden en la esfera doméstica, nunca fuera de ella. Por su parte, en la boliviana Viejo Calavera la apuesta de mayor riesgo de Cineastas del Presente, el director Kiro Russo y su equipo descendieron más de trescientos metros en las profundidades del suelo terrestre para poner en escena la historia de un hombre incapaz de mantener un empleo por culpa de su adicción al alcohol y que es obligado a trabajar en una mina tras la muerte de su padre. La inquieta cámara de Russo –que arranca siguiendo una huida veloz del protagonista con un prodigioso travelling lateral y música disco emulando el estilo de Nicolas Winding Refn– no dará tregua a su actor, persiguiéndolo por cada rincón de la mina mientras el muchacho busca un lugar en el que desaparecer y beber a escondidas. Por ahora, el tour por el interior del peligroso pozo de oscuridad de la ciudad minera de Huanuni, obra de Russo y su director de fotografía, Pablo Paniago, son las imágenes más bellas que nos ha regalado el Festival de Locarno.

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Después de codirigir Ricardo Bär junto a Gerardo Naumann, Nele Wohlatz sorprendió al público de Locarno con su primer largometraje en solitario. La directora nacida en Alemania y afincada en Argentina ha presentado una obra de gran lucidez, en la que el relato está condicionado por las formas verbales que la protagonista pronuncia desde el inicio hasta final de la cinta. El futuro perfecto está compuesto por dos subtramas paralelas que no dejan de interactuar. En la primera, la inmigrante china Xiaobin (Xiaobin Zhang) está aprendiendo español en una academia de Buenos Aires. Su profesora –a quien sólo escucharemos, mientras su presencia permanece en fuera de campo– conduce la lección preguntándole sobre su llegada a Argentina y su proceso de adaptación. Tras dicha escena, aparecerá la segunda trama, que consiste en la reconstrucción de los primeros días de la protagonista en su nuevo hábitat y que tiene como principal hilo argumental su encuentro con un inmigrante de la India que termina siendo su pareja.

Sin embargo, Xiaobin tiene dificultades para seguir contando este episodio de su vida a la maestra. Pues, al no dominar todavía el condicional y el modo subjuntivo en la lengua española, la adolescente no sabe cómo expresar las dudas y los miedos que sentía, o ese futuro perfecto que proyectaba con su novio. La película da un giro asombroso cuando Xiaobin asiste a su primera lección del condicional. En ese momento, la segunda trama se ramifica y ofrece tantas posibilidades como facilita el uso de este tiempo verbal, es decir, infinitas. Filmada reproduciendo el minimalismo rohmeriano y con una segunda mitad que evoca al film de Hong Sang-soo Hill of Freedom, El futuro perfecto ha sido uno de los mayores descubrimientos de la presente edición de Locarno.

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Para terminar, la cuarta joya escondida en la competición de Cineastas del Presente corresponde al debut del porteño Eduardo “Teddy” Williams. Metafísica y mundana, bella y vulgar, explícita y abstracta, El auge del humano es una obra imposible de explicar porque se define a través largas series de antónimos. A priori, el tratamiento de la juventud perdida (que ya advertimos en sus anteriores cortometrajes como Pude ver un puma, I forgot! o El ruido de las estrellas me aturde) vuelve a ser el tema central de la pieza. Pero, en esta ocasión, el corazón de la propuesta se halla en el retrato de una alienación globalizada. La población de Argentina, Mozambique y Filipinas está expuesta a los mismos problemas y, por ello, intentan combatir la desidia con métodos idénticos: buscando trabajos que detestan, pasando el día frente a la pantalla del ordenador, viendo a los amigos en un parque o escapando de la ciudad para refugiarse en la naturaleza. La película juega al desconcierto con sus saltos geográficos entre los tres rincones del planeta, resaltando así la universalidad de la crisis existencial que padece el ser humano.