Diego Batlle (Festival de Málaga)

Una comedia de enredos negra y asordinada; un thriller minimalista; un drama existencial con tintes trágicos; un ensayo ácido sobre el avance de la publicidad, el marketing y el vacío ideológico de la política actual. Un poco de todo eso es El candidato, segundo largometraje como director de Daniel Hendler tras Norberto apenas tarde, una película tan desconcertante como fascinante en su formulación y en su concreción.

La acción transcurre durante un par de jornadas en una vieja estancia. Allí, entre el canto de los pájaros y la naturaleza exuberante, Martín Marchand (Diego De Paula), un exitoso empresario cincuentón con ganas de lanzarse como candidato político, reúne a un amplio equipo de asistentes personales, asesores, especialistas varios (en seguridad, sonido, diseño gráfico) y creativos publicitarios para definir las líneas maestras de una inminente campaña basada en frases huecas o trilladas y propuestas bastante absurdas.

En principio, la película apela a situaciones cercanas a lo patético (sin caer en la dictadura del gag “eficaz”), pero poco a poco se va enrareciendo con sospechas y confabulaciones cruzadas que involucran de distintas maneras a todos los presentes. El principal mérito de Hendler como guionista y director es haber construido una narración ágil y coral en la que cada personaje tiene su peso dramático y sus motivaciones. Desde el cínico candidato del título obsesionado por los pájaros y los actores de Hollywood como Tom Cruise o Ethan Hawke hasta el diseñador gráfico sincero e inocentón que encarna Matías Singer (hermano menor de Hendler y también responsable de la música del film).

Para conseguir el tono (narrativo y visual) de esta tragicomedia, Hendler contó con dos aliados de lujo: el director de fotografía Lucio Bonelli y el sonidista Daniel Yafalián, que trabaja varias capas que hacen “dialogar” los sonidos del exterior con los que genera el caos interno en la casa. Lejos de los subrayados, El candidato apuesta por el humor, la acidez y la negrura para exponer el cinismo, la hipocresía, el esnobismo, la egolatría y el vacío de la comunicación y la política, tanto de sus protagonistas como de aquellos que la conciben detrás de las bambalinas.