En su quinta jornada, el Festival de Berlín decidió invocar la memoria histórica de la mano del séptimo largometraje de Danis Tanovic, Death in Sarajevo. El director bosnio –ganador del Gran Premio del Jurado de la Berlinale 2013 por La mujer del chatarrero– vuelve a competir por el Oso de Oro con una película inspirada en la célebre obra literaria de Bernard-Henri Lévy, Hotel Europa. Como ocurre en el texto original, la trama del film transcurre en un solo día, mas no en uno cualquiera. Es 28 de junio de 2014: fecha del centenario de la muerte del Archiduque Franz Ferdinand en Sarajevo. El propósito de Tanovic resulta evidente y eficaz. Death in Sarajevo muestra las dos caras la moneda –los que consideran al homicida un terrorista y los que le admiran cual héroe nacional–, deslegitimizando a ambas. Así, la película deja en evidencia a aquellos que afirman poseer la verdad absoluta sobre el crimen que originó la Primera Guerra Mundial. Esta obra profundamente fatalista señala que el relativismo moral –abrazado por la diplomática Europa tras cualquier guerra– sólo conduce hacia dos caminos: el fascismo de las nuevas generaciones o el nihilismo.
En un mismo escenario (el Hotel Europa), coinciden una serie de personajes ligados al lugar por cuestiones de trabajo. Tenemos a los empleados, que planean una huelga tras esperar dos meses sin cobrar su sueldo, el insensible gerente del hotel (Izudin Bajrovic) –dispuesto a emprender cualquier medida para disolver el motín–, una banda de gángsteres que dirigen el casino, un delegado de la Unión Europea que prepara su discurso de la ceremonia del centenario, y el guarda de seguridad que lo custodia. Mientras el caos reina en el interior del resort, una periodista (Vedrana Seksan) entrevista en la azotea a las personalidades más respetables de Bosnia y Herzegovina para un reportaje sobre el asesinato del archiduque. Sin embargo, el informe es boicoteado por su último interlocutor (Muhamed Hadzovic): un serbio extremista que además de ser descendiente directo del homicida de Franz Ferdinand se llama igual que él: Gavrilo Princip. Sin llegar a situarse en lo más alto de la competición, Death in Sarajevo es un ejercicio de revisión de la memoria histórica muy destacable, pues tanto el violento diálogo en la azotea como el sorprendente desenlace del conflicto en los laberínticos pasadizos del Hotel Europa simbolizan las consecuencias de las heridas sin cicatrizar que ha dejado la guerra de Bosnia y Serbia.
En la quinta jornada de la Berlinale, pudimos ratificar el gran nivel de la sección Forum gracias la presentación del tercer largometraje del portugués Hugo Vieira da Silva, Posto Avançado do Progresso. El film, producido por Paulo Branco, es una fiel adaptación de la obra homónima de Joseph Conrad, Outpost of Progress, sobre la estancia del autor en el Congo, escrita dos años antes que publicase El corazón de las tinieblas. Más allá de la trama sobre dos colonos –João de Mattos (Nuno Lopes) y Sant’Ana (Ivo Alexandre)– que pierden la razón al abandonar su país “civilizado” y dejarse llevar por el territorio sin ley de la selva, la originalidad del film radica en su propuesta estética.
La impactante fotografía –basada en perfectos difuminados, claroscuros, texturas de todo tipo, ángulos con ojo de pez y un largo etcétera– distorsiona la percepción de la ficción con un solo propósito: marcar las diferencias entre el hombre blanco y el bárbaro a partir de recursos visuales y sonoros. Unas diferencias que, evidentemente, ridiculizan a los protagonistas hasta caricaturizarlos. No obstante, el director de Body Rice no convierte a los imperialistas portugueses en despiadados sujetos deshumanizados, como ocurría con los soldados de Apocalypse Now de Francis Ford Coppola. Vieira da Silva desmitifica la épica del colonialismo poblándolo con holgazanes, borrachos o enfermos, incapaces de apreciar la belleza natural e indígena que les rodeaba. Como dirá el hombre-leopardo que acecha a los portugueses: “Las historias de cacería siempre glorifican al cazador”.