(Imagen de cabecera: Balada de um Batráquio de Leonor Teles)

Júlia Gaitano (SACO, Oviedo)

Con sólo 24 años, la cineasta portuguesa Leonor Teles se alzaba con el Oso de Oro de la Berlinale al Mejor Cortometraje por Balada de um Batráquio, convirtiéndose así en la galardonada más joven de la historia del certamen germano. Ayer, en el marco de la Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo, el Teatro Filarmónica dedicaba una sesión a esta emergente realizadora, que en 2018 estrenó su primer largometraje, Terra franca. Sérgio Gomes, director del festival Porto/Post/Doc, fue el encargado de presentar este programa doble de cine portugués, al que seguirá, el próximo sábado 16, un programa especial con una selección de cortometrajes del prestigioso festival Curtas Vila do Conde.

De padre gitano y madre paya, Teles construyó su primer cortometraje, Rhoma Acans (realizado en 2012 como proyecto final de grado en la Escola Superior de Teatro e Cinema de Lisboa), como un acercamiento a las tradiciones e identidad del pueblo gitano, para luego, con Balada de um Batráquio (2016), recuperar esa inquietud personal y canalizarla en forma de denuncia. En el film, lo que empieza como el acercamiento fabulístico y algo escatológico a una leyenda romaní sobre sapos (los batracios del título) termina aludiendo a la perenne discriminación de todo un pueblo: las réplicas de cerámica de los batracios, visibles en las tiendas y otros comercios, buscan ahuyentar a los gitanos. Tras la palabra, comparecen las pruebas visuales: por un lado, imágenes de archivo de las tradiciones gitanas; por el otro, un viaje desde el ámbito natural del sapo a su metamorfosis en pieza de cerámica. Tras la imagen, el gesto (político). La respuesta de Teles a este acto de xenofobia sistemática es totalmente visceral, performática en su expresión de un rechazo radical. La imagen se vuelve inestable, nerviosa, rabiosa, mientras las ranas son estrelladas contra el suelo, acompañadas por el violento sonido que producen al impactar y hacerse añicos.

«Terra franca».

Con el eco de las colisiones aún resonando por el Teatro Filarmónica, el frenesí de Balada de um Batráquio fue substituido por la calma de Terra franca. En su primer largometraje, Teles cambia el foco de su trabajo para recuperar otro de sus núcleos identitarios, el de su tierra natal. En esta ocasión, regresa a Vila Franca de Xira, municipio bañado por el Tajo, para introducirse en el hogar de Albertino Lobo, un pescador de la zona. En un formato 4:3 que enmarca el paisaje que rodea la familia Lobo, Teles aborda este film documental con una naturalidad y un humanismo nada afectados, totalmente francos. Los protagonistas, tanto Albertino como Dália, su mujer, y las hijas de estos, parecen no reparar en la presencia de la cámara de la portuguesa, que se estable, segura y serena, en la esfera más íntima. El efecto es sorprendente, Albertino y su familia, en su absoluta naturalidad, se convierten en actores de lo más convincentes. El tempo es pausado, el de la vida corriente, y los conflictos, de igual forma, son los del día a día. Aunque el foco se encuentra mayormente en Albertino y sus tareas, entre jornadas laborales, encuentros familiares y ratos de sofá. Una realidad que se verá trastocada por el inminente casamiento de la hija mayor, factor que abrirá la veda para una segunda línea de significación. En medio de este transcurrir vital, y sin necesidad de manipular o evidenciar un discurso concreto, Teles perfila un acercamiento a las nociones de ciclo vital, envejecimiento, familia y roles de género. Todo ello articulado a través de una forma particular de concebir el espacio y la vida doméstica. Es en ese delicado equilibrio entre lo particular y lo universal donde se encuentra la singularidad de Terra franca.