Hay ocasiones en que los festivales de cine pasan a la historia más por aquello que dejan fuera del palmarés que por todas esas películas que vuelven a casa con premio. Nadie recuerda ya Surveillance, un ejemplo tan correcto como indoloro que se llevó el premio a la mejor película en Sitges 2008, pero sin embargo todos los asistentes al festival rememoran la forma en que abandonaron la sala tras visionar el tenebroso cuento infantil dirigido por Tomas Alfredson. Déjame entrar es una película de iniciación que usa a los vampiros para hablar de la entrada en la vida adulta; una película sobre niños castrados que se convierten en niñas, y sobre niñas abandonadas que se convierten en monstruos. Se trata de una historia de amor construida sobre los cimientos de la muerte, pero también de una que entiende que la muerte no es sino otra frase en las auténticas historias de amor. En plena nostalgia por el cine ochentero, Déjame entrar consiguió reflejar parte de lo que hizo significativas a algunas de las películas de aquella época sin entrar ni por un momento en el simulacro: realizar una película infantil pero fuera de targets de mercado. Como aquella magnífica secuencia de Gremlins en la que se hablaba sin tapujos de la muerte de Santa Claus, Déjame entrar no tiene reparos en tratar al espectador como a un adulto porque sabe que parte de lo que define a un niño es, precisamente, sus miedos. Endika Rey

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