No hay mucho que escribir sobre uno de los grandes éxitos de la temporada cinematográfica que no se haya dicho ya: la nueva película de Pixar (y no deja de ser curioso de qué manera el sello de producción se ha impuesto a la autoría de los realizadores, guionistas y artesanos que participan en las producciones) fue una de las más aclamadas del pasado festival de Cannes, llegó rodeada de críticas laudatorias, y han sido pocas las voces que se han levantado contra esta clase de neurología para adultos con educación universitaria. Si es un canto a la eficacia capitalista, como apuntan algunos, con esa organización casi mecánica del cerebro, si contribuye a consolidar estereotipos de género (la alegría es guapa y delgada, la tristeza es gorda y bajita), o si por el contrario es una nueva vuelta de tuerca al cine familiar, ese que no trata a los niños como seres estúpidos, sino que confía en su capacidad para ir más allá de lo que sus padres creen, queda en manos de los espectadores. GdPA

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