Carlota Moseguí

En la tercera jornada del Festival de Venecia nos cruzamos con las dos primeras decepciones de la competición. El favoritismo de la Mostra por las producciones hollywoodienses, que ya anticipábamos en la crónica de ayer, ha hecho de la incorporación de estas obras fallidas un fenómeno habitual. La nueva película de Derek Cianfrance, The Light Between Oceans ha sido el caso más escandalosos hasta el momento. El director de Blue Valentine ha dirigido un melodrama insípido, estrictamente académico en su ejecución. Las lúcidas interpretaciones de Michael Fassbender y Alicia Vikander son el único atributo valioso de esta cinta moralista, dedicada a mortificar y juzgar el comportamiento poco ético de sus personajes.

Basada en la novela homónima de M. L. Stedman, The Light Between Oceans transcurre en una remota aldea australiana en la que, tras finalizar la Primera Guerra Mundial, ha habido una escalada de xenofobia hacia los alemanes. El director utiliza el indefinido estrés post-traumático del personaje masculino, así como el fanatismo patriótico de los habitantes del pueblo costero, para conducir un relato predecible, plagado de tópicos y exento de riesgos, sobre un matrimonio que será castigado por sus faltas. Después de dirigir la irregular Cruce de caminos, The Light Between Oceans muestra a un Cianfrance decido a abrazar la senda de la convencionalidad.

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El otro gran bluff de la Mostra, hasta el momento, es el nuevo film de Tom Ford, Nocturnal Animals. El célebre diseñador de moda, que inauguró su carrera cinematográfica en 2009 con Un hombre soltero, sigue los pasos de su debut anquilosándose en el mismo imaginario. Por segunda vez, Ford brinda un retrato ficcionado del universo al que pertenece, una aproximación a la infelicidad en las frívolas altas esferas, adherida a la superficialidad del mundo del arte. Así, el estadounidense inicia su film con un broche de provocación: unos títulos de crédito con imágenes, a cámara lenta, de mujeres obesas desnudas, bailando rodeadas de barras y estrellas. El espectador no tardará en darse cuenta de que las damas de este arranque incitador forman parte de una performance diseñada por la artista plástica a quien da vida Amy Adams. Así, la actriz, que en Nocturnal Animals obra con menos acierto que en La llegada, encarna aquí al alter ego de Ford.

Cuando un extraño paquete, enviado por su ex-marido (Jake Gyllenhaal), llega a la mansión de Adams, ésta inicia un especie de psicoanálisis involuntario que la obliga a reconocer su vacía y desdichada existencia. El envoltorio en cuestión esconde una novela escrita por Gyllenhaal, cuya trama criminal también aparecerá en Nocturnal Animals representada por los mismos actores del relato principal. Sin embargo, el director tejano no se contenta con mezclar escenas que correspondan a la realidad de Adams y a la ficción de Gyllenhaal. Ford añade una última capa a su ecuación: flashbacks del primer matrimonio entre ambos. El problema principal de Nocturnal Animals es su incapacidad para encontrar un vehículo o herramienta que consiga fusionar las tres dimensiones del film. Ambiciosa, la película desaprovecha un material atractivo al centrar todo el peso del relato en los contrastes entre las diferentes vetas narrativas. Quedan por explorar la nostalgia del pasado, la infelicidad del presente, la comodidad burguesa en las grandes urbes y la delincuencia en la América Profunda.

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Huyendo de la decepcionante competición, terminamos visitando la nueva sección del Festival de Venecia. Se trata de un bloque de películas no-competitivo, llamado ‘Cinema nel Giardino’. En ese espacio predominan los documentales, seguido de películas de animación, la ópera prima de Laurie Simmons –icónica artista plástica y madre de Lena Dunham– y los largometrajes de dos de los directores predilectos de la Mostra: James Franco y Kim Ki-duk. El autor surcoreano, que en 2012 consiguió el León de Oro con Pietà, presentó en Cinema nel Giardino su primer drama político sobre la reunificación imposible de las dos coreas. El protagonista de The Net es un pescador norcoreano que termina en Corea del Sur por una broma del destino. El motor de la lancha de Nam Chul-woo (Ryoo Seung-bum) se avería durante una de sus redadas matutinas en el Mar del Sur. Tras el incidente, la corriente arrastra la barca del comunista patriótico hacia el país vecino, sembrando el conflicto político entre las dos coreas. Acusado de espionaje, el norcoreano tendrá que someterse a un interrogatorio para probar su inocencia.

Llama la intención que este gran experto en filmar torturas sin pudor haya rodado el noventa por ciento de las agresiones del interrogatorio en fuera de campo. Si bien la filmografía tardía de Kim Ki-duk se ha caracterizado por el grado excesivo de violencia que contenían sus imágenes, en The Net ocurre lo opuesto. El autor de Hierro 3 se reconcilia con su anterior etapa, apostando por una representación de la brutalidad humana que ya no es un elemento principal, sino secundario; diríamos, incluso, auxiliar para desarrollar otro tema de mayor trascendencia. Sin ese componente violento que monopolice la ficción, The Net deviene una interesante ridiculización de la dictadura de Corea del Norte y, a su vez, una denuncia de la falsa libertad en la que se fundamenta el sistema capitalista. Kim Ki-duk hace cristalizar dicha idea en un diálogo que mantendrán una prostituta surcoreana y el pescador forastero. La mujer confiesa que, en un país capitalista como el suyo, la ‘libertad’ –aquello de lo que carece el norcoreano– es menos útil para sobrevivir que tener dinero.