Laura Carneros

Ramona tiene el paso firme y la palabra contundente, como su nombre. Es fácil asociar en pocos segundos a la protagonista de Matria con el prototipo de mujer fuerte: Ramona, interpretada por María Vázquez, irrumpe en escena afanada en su trabajo, al que se dedica de manera incansable y eficiente. Las primeras líneas de diálogo evidencian, además, sus dotes de liderazgo. Ramona no se anda con segundas. Parece obvio que maneja. Contactos no le faltan y se hace notar allá donde va. Pero la imagen de mujer imbatible se deteriora a medida que la trama avanza.

Álvaro Gago, director de Matria, cuestiona en su primera película –como ya lo hizo en su cortometraje homónimo–, el concepto de mujer fuerte, que no necesariamente se corresponde con el de matriarca. Así, la película muestra a través de la vida cotidiana de una mujer gallega cómo, a menudo, el sacrificio femenino pocas veces repercute en su empoderamiento. El ejemplo más claro aparece representado en el ámbito laboral, ya que su protagonista necesita más de un trabajo para sobrevivir, y por muchas responsabilidades que se eche a sus espaldas sus condiciones de empleo siguen siendo igual de precarias y no le permiten evolucionar. Esta situación de desventaja no solo se da en su entorno de trabajo, sino que se extiende a otras áreas. Por ejemplo, el hecho de que Ramona no pueda permitirse vivir sola hace que dependa de su marido, con quien comparte vivienda pese a que la relación sea insostenible. La consecuencia más clara de la opresión patriarcal parece ser la asfixia económica. Esta, a su vez, afecta a la salud de Ramona, quien sufre ansiedad y problemas respiratorios por su adicción al tabaquismo y por la exposición a productos químicos de limpieza.

La atmósfera opresora encuentra su expresión cinematográfica en planos muy cerrados y movimientos de cámara en mano, que además marcan el ritmo apresurado del día a día de Ramona. Frenética, también, la agenda de Álvaro Gago, con quien pudimos charlar tras la presentación de Matria en la Sección Oficial del Festival de Málaga, después de su reciente paso por la Berlinale.

Te escuché decir que querías desmitificar el ideal de matriarcado en Galicia.  Esto, de entrada, desmonta la idea previa que se tiene de la película, ya que desde el título parece que nos vamos a encontrar con la representación de un matriarcado. Pero en Matria señalas lo contrario, que las mujeres no tienen poder a pesar de que sostengan el peso de la sociedad.

Se confunde mucho una mujer fuerte que puede con todo, que se echa la casa a cuestas, la familia a cuestas, con una mujer poderosa a nivel familiar o social. Se hace esa asociación de ideas errónea y creo que es parte de lo que hay que desmontar, parte del mito tan arraigado desde hace mucho tiempo que raramente nos cuestionamos. Incluso yo, hasta poco después de la adolescencia, era algo que llegué a defender. Creo que lo llegué a defender para resaltar la especificidad de mi tierra, que era algo que desde el regionalismo se buscó históricamente. Se buscaba escapar de un centralismo fagocitador, escapar de lo romano y tender puentes con la sociedad celta, germana, vasca, que son consideradas matriarcales y se empezó a aplicar también este concepto a Galicia, cuando estaba totalmente lejos de la realidad. Esa decepción entre el mito y la realidad se la llevó una gran investigadora como Heidi Kelley, que atraída por la idea de una sociedad matriarcal viaja a Galicia y se lleva un chasco tremendo. Esto hace que escriba su tesis sobre la existencia de un matrilinaje, que es lo que verdaderamente responde a circunstancias históricas. En Galicia, los hombres cruzaban el océano atlántico sin saber lo que iba a pasar. Para proteger a la mujer desde el punto de vista económico, las propiedades de ciudades costeras empezaron a pasar de mujer a mujer, en lugar de pasar de hombre a hombre, y es lo que se conoce como matrilinaje, que no tiene nada que ver con el matriarcado, ni con una mujer poderosa. 

Todo esto viene a conformar este mito que es tan perjudicial para todas las mujeres, gallegas o no gallegas, y para los hombres también, porque yo en esta patria estéril no quiero vivir. La precariedad laboral es tal que a Ramona no se le permite nada más. Y todo parte de ahí, porque la libertad se empieza a experimentar cuando conquistamos derechos laborales y la situación de la persona obrera mejora, se dignifica.

Los personajes femeninos de la mayoría de tus trabajos son fuertes. En el caso del cortometraje de Matria, Ramona (Francisca Iglesias) apenas habla, pero se intuye su carácter. Igual ocurre en 16 de decembro, en el que la protagonista es una adolescente que no se achanta. En el largometraje, el arrojo de Ramona es incuestionable. Sin embargo, pese a ser mujeres valientes, no consiguen romper con la opresión patriarcal. Tengo la sensación de que, precisamente, por ser fuertes, se llevan más palos: sufren abuso, precariedad laboral y no encuentran apoyo sentimental. Parece que son castigadas por resistirse a ser sometidas. ¿Era importante para ti que Ramona fuera un personaje fuerte para que el contraste se viera más claro?

Había una intención de desmitificar la idea de que esto solo le pasa a un cierto tipo de mujer, la sumisa, porque esto les pasa a todas. Habitualmente, se ha representado a mujeres que pasan por episodios violentos asumiendo una cierta sumisión. Eso, hasta cierto punto, creaba como una especie de nicho, había una asociación de ideas erróneas. Con estas películas, está implícito también el deseo de desmitificar esta idea de que la violencia recae en las mujeres que parecen vulnerables.

No va reñido el coraje y la personalidad fuerte con que los hombres permitan compartir el poder, sino al revés, se percibe una clara intención de ridiculizar y reprimir.

Ahí el sistema, en general, y la gente que lo sigue, en particular, es muy listo. Ahí es donde empiezan a agrietarse las cosas: en las revoluciones íntimas, personales. En un primer momento, porque eso puede revertir colectivamente, y ese fuego hay que apagarlo rápido.

En cuanto a tu forma de rodar, coincide en tus trabajos que los planos son asfixiantes y los movimientos de cámara muy dinámicos. Supongo que, más que un estilo, corresponde a una necesidad narrativa concreta.

No sé hasta qué punto me puedo despegar de mí mismo aquí, pero intento que el estilo lo marque la propia película. Intento escuchar la totalidad del material y a partir de ahí empiezo a pensar en lo formal, en la representación y en la responsabilidad de nosotros como cineastas, de diseñar una película que formalmente no alimente al monstruo contra el que queremos luchar. En este caso, estar sintiendo ese ritmo vital de Ramona, sobre todo al inicio de la película, era lo adecuado, sentir su sudor, meterte en esa vorágine agresiva rutinaria, hasta la primera interacción con su hija, donde se puede descansar un poco. En todo caso, formalmente, a nivel de lenguaje, la película se va abriendo. A nivel de sonido se hizo también un trabajo muy interesante. Hay una amalgama de sonidos que contribuyen a crear un ritmo, más allá de ese caminar rápido de la imagen, que poco a poco se va incluyendo en el plano a medida que se va abriendo y calmando. Ese proceso de apertura también está en el trabajo interpretativo de María Vázquez, que al inicio confía todo al cuerpo, para poner progresivamente las emociones en el centro. Es una película muy física que, sin dejar lo corpóreo, va caminando hacia lo sensitivo.

Dices que sientes que hay que hablar de lo que tienes cerca. ¿Hacia dónde se dirigen tus próximos proyectos?

Seguiré el mismo camino a la hora de hablar de lo próximo, de lo que conozco, aunque no significa que, en un futuro, como cineasta, me apetezca afrontar unos procesos creativos diferentes. Pero sí hay un deseo de hablar de aquello que, si no pongo el foco, quizá quedaría invisibilizado. Siento también esa responsabilidad de cara a lo que después se ve representado en la pantalla. Eso se va a mantener, se va a mantener mi equipo, que son mis amigos, mis amigas, mi familia… Ahora estoy en una fase muy verde del próximo proyecto, que se va a rodar en el pueblo de mi madre, San Cibrao, y abordará un proceso de duelo. Lo que ya tengo claro es que me interesa despegarme momentáneamente del drama que se presupone a la experiencia del duelo, para adentrarme en la subjetividad de la experiencia íntima de uno de los personajes. Eso me está marcando ya un terreno que para mí es un poco incómodo, en el que no me manejo muy bien, porque no sé muy bien lo que voy a hacer. Eso me crea incertidumbre, como a Ramona al final de la película, que ante lo desconocido siente incertidumbre, pero también emoción por lo que está por venir y el reto que supone.