Gonzalo de Pedro Amatria

La semilla del cine directo se plantó (o al menos se regó y abonó profusamente) con una película que en su momento fue revolucionaria: Primary (dirigida por Robert Drew y filmada por Richard Leacock, Albert Maysles, en 1960), en la que los padres de aquel cine pegado a la vida de manera obsesiva, y movido por una fe casi ciega en las posibilidades de la cámara para desvelar lo invisible, siguieron a dos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, John F. Kennedy y Hubert Humphrey, a lo largo de su campaña electoral. El uso de nuevas cámaras ligeras, de equipos de sonido sincrónico portátiles y películas con emulsiones mejoradas, abrieron la puerta a una película (y a muchas otras que vendrían después) que basaba su potencia en la filmación obsesiva y continuada, en la pretendida objetividad de un realizador que trataba de pasar desapercibido, dejando que la realidad hiciera su trabajo, para luego editar en continuidad, sin manipulaciones (je) y tratando, también, de pasar de nuevo desapercibido.

Lo que aquella película también sembró, y que sin embargo parece que tardó en florecer, fue la relación del cine directo con la política: después de un arranque que desnudó como nunca antes la trastienda del juego politico, el cine directo se desligó de la política para volverse cada vez más aséptico, fijando su cámara en aspectos sociales, humanos, culturales, pero esquivando siempre, o casi siempre, el compromiso, la acción, y la política como tema, como si la aspiración de objetividad hubiera arrasado con el pensamiento crítico, o al menos, con la participación del cine en aquellos foros en los que se trabaja, en teoría, por el bien común y la organización de la vida en común.

Sin embargo, aquel arranque sumamente politizado del cine directo entronca (entroncaba) perfectamente con una de las vetas más fructíferas de la historia del cine documental, la profundamente política, manipuladora, abiertamente propagandística, militante y peleona. Una corriente que ha ido resurgiendo de forma intermitente a lo largo de la historia silenciosa que constituye la historia del cine documental, y que a la luz de la repolitización de la vida pública que ha provocado la estafa global (aka crisis económica) ha despertado de nuevo con renovado interés. Buena muestra de ello son tres películas que, del 23 al 29 de mayo, podrán verse en el DocsBarcelona. Se trata de Instantes de campaña (Tomás Astudillo, 2015), Metamorphosis (Manuel Pérez, 2016) y Alcaldessa (Pau Faus, 2016), aunque podrían añadirse algunos más, como el cortometraje Campanya (Andrés Alonso, Catarina Brites Soares, Alejandro Cabrera, Lara Curto y Damián Depetris, 2016).

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El caso de estas tres películas es singular, porque dos de ellas (y el cortometraje Campanya de alguna forma también) tienen que ver con la aparición de nuevos partidos políticos en el panorama español, y más específicamente, en la política municipal de Barcelona: tanto Metamorphosis como Alcaldessa se fijan en el proceso de creación de Barcelona en Comú, el partido liderado por Ada Colau y nacido de movimientos sociales y políticos de base y que, en un tiempo récord, logró constituirse como alternativa y ganar las elecciones municipales, arrebatando la alcaldía a la derecha nacionalista más tradicional. Es obvio que este repentino interés de los cineastas documentales en España por la política está directamente relacionado con la revuelta cívica ciudadana nacida tras el 15M y la necesidad de conquistas las instituciones en un intento de acercarlas a las necesidades de la ciudadanía. El gesto es comprensible: la imagen ha sido uno de los (muchos) caballos de batalla de estas nuevas formaciones políticas, muy preocupadas por no repetir los estereotipos de los partidos tradicionales, y la (aparente o no) transparencia, la democracia horizontal, y el acceso plano a la información parecen estar en el corazón de sus idearios. Filmar su nacimiento, sus contradicciones, su proceso de crecimiento y debate es una forma, no solo de dejar testimonio, sino también una herramienta comunicativa y propagandística. Porque tanto Metamporphosis como Alcaldessa, que filman el mismo proceso, y terminan prácticamente igual, aunque opten por puntos de vista distintos, son dos películas abiertamente propagandísticas, que no esconden su voluntad militante, sino que hacen gala de ella, y está bien que así sea.

Rodadas las dos al mismo tiempo, durante el proceso de constitución de Barcelona en Comú, y hasta la victoria de Ada Colau y su llegada a la alcaldía, Metamorphosis opta por un protagonista desconocido, una militante de base del partido, para seguirle durante todo el proceso de constitución, la campaña, los debates, los problemas, las subidas y las bajadas, las dudas y los arranques de ilusión. La película opta por la metáfora del insecto y sus diversas fases de transformación, desde el nacimiento como larva hasta su renacimiento en fase final, para retratar el proceso de crecimiento del nuevo partido, que aparece como un organismo vivo que no es impermeable a las crisis ni a los problemas personales, sino que está atravesado por ellos. Metamorphosis tiene la indudable virtud de haber sabido elegir una protagonista carismática, anónima, y haberla filmado durante meses, en sus altibajos, en sus crisis, en sus problemas, pero algunas decisiones formales lastran la película, especialmente en sus primeros tramos: el retrato de esa nueva forma de hacer política y pensar la ciudadanía y las instituciones se hace a través de una de las formas más reaccionarias posibles, la del video musical, con un montaje rítmico, y una estética excesivamente deudora de la publicidad y el video de MTV. Formas viejas para ideas nuevas.

Ese montaje acelerado, esa estética de imágenes cool, desenfocadas, vacuas, juega en contra del relato de la propia película, que por momentos no se atreve a respetar aquello que está filmando: una de las primeras reuniones en el nuevo local que el partido estrena en Barcelona, en la que se informa a los vecinos interesados en participar del proceso de constitución, se monta como una suerte de video musical, con imágenes nocturnas de Barcelona, con las discusiones en off sobre el picoteo visual. Y no deja de ser contradictorio que una película que retrata lo que en esencia es un proceso de debate, charla, pensamiento y crítica, no se atreva (del todo) a filmar sin interrupciones la materia prima de su propia película: la palabra. La elección de una protagonista anónima, y el intento de vincular la política con la vida, como un aspecto más de lo cotidiano, y no como algo inusual, insólito, o exclusivo de las élites, lleva a la película a integrar una suerte de video diario de la protagonista, que se auto-entrevista detallando algunos momentos de crisis, políticas, personales, familiares, en una decisión interesante que no termina de funcionar: la película confunde por momentos protagonista con punto de vista, y esas notas de vida íntima no terminan de encontrar ni la forma ni el punto de equilibrio en una película que tiene su fuerza en el colectivo y no en lo personal.

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Una decisión similar, la del video-diario, o video-entrevistas, articula también la otra película sobre el mismo proceso, Alcaldessa, que retrata también el mismo periodo de tiempo, el mismo espacio, la misma gente, pero desde un punto de vista radicalmente distinto: la película es un seguimiento clásico de un personaje protagonista, Ada Colau, que acepta el doble reto de convertirse en cabeza de lista de un movimiento popular y colectivo, y en protagonista absoluta de una película. Con una puesta en escena más rigurosa, y coherente, la película se centra en el personaje de Colau, en el desgaste personal y físico, en los choques con las formas de la política institucional, en las renuncias o sufrimientos personales, y en sus luchas por mantener la integridad en un proceso electoral que es como una máquina que todo lo arrasa. La película, al igual que Metamorphosis, no oculta las simpatías por Colau y el movimiento que ella representa, y quizás es por ello que evita (más la anterior que esta) mostrar a fondo las contradicciones, las renuncias, los problemas de fondo, que si acaso, aparecen referidos de palabra, narrados por la propia Colau, pero nunca vistos en escena. Juntas, ambas películas componen un díptico sobre el proceso de “asalto de los cielos” en el Ayuntamiento de Barcelona por parte de un grupo nacido de las movilizaciones populares y ambas, pero especialmente Alcaldessa, terminan cuando probablemente comenzarán las verdaderas “películas”: en el interior del ayuntamiento, en los plenos, en las reuniones a puerta cerrada, en el choque, verdadero, entre el impulso popular y la institución tradicional.

Alcaldessa termina con la que probablemente es la mejor secuencia (o secuencias) de toda la película, que bien podría haber sido el arranque del verdadero film: la victoria de Colau, retratada en una llamada de su principal oponente, la noche electoral, reconociendo su derrota, y la toma de posesión de la alcaldesa. Es esa secuencia –en la que la grandiosidad de los espacios institucionales, con sus dorados, sus techos altos, choca con la militancia de base– la que refleja el verdadero conflicto dramático y político: la acción política en un espacio de formas rígidas, las contradicciones, los problemas, los debates. La verdadera película no estaba por tanto antes de esa puerta que se cierra en el último plano de la película, sino en lo que esa puerta oculta. La verdadera película está ocurriendo ahora, y no sabemos si hay cámaras amigas que la estén filmando.

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El caso de Instantes de campaña no parece muy distinto: en la línea más clásica de Primary, la película propone un registro exhaustivo de una campaña electoral de Rafael Correa, el presidente de Ecuador, mientras optaba a la reelección. Otro candidato de izquierdas y rupturista en un campo que no parece el suyo. La película arranca con una secuencia reveladora y prometedora: Correa en un coche, en plena campaña electoral, se gira y pregunta al cineasta, que viaja en la parte trasera: “¿Por qué quieres filmar todo, Tomás?”. En su primera secuencia, la película rompe, de forma muy atractiva, uno de los presupuestos básicos del cine directo, haciendo evidente la presencia del realizador, y lanzando de forma directa la pregunta esencial sobre sus intenciones. Porque siempre las hay, en cualquier documental. Después de ese prometedor arranque, y de varias secuencias en las que se reflejan los entresijos del diseño de la campaña, como el rodaje de un spot con indigenas, o la lectura y análisis de unas encuestas, la película entra en una estructura más rutinaria, e incluso incurre en alguna contradicción con su propio punto de vista, como cuando incluye, por una falsa idea de objetividad, una entrevista televisiva con el principal rival de Correa, a modo de contrapunto.

Quizás la diferencia esencial con Primary sea una cuestión de tiempo, de tiempo transcurrido, y de toma de conciencia. Cuando los padres del cine directo filmaron aquella película fundacional, nadie sabía a ciencia cierta el poder que podía tener la imagen en la construcción de un relato político. O se sabía, pero se prefería ignorar. Hoy, estas tres películas parecen mediatizadas por una hiper-conciencia y un hiper-control, consciente o inconsciente, directo o indirecto, de cómo lo filmado puede influir en lo real. O cómo los realizadores y sus personajes creen que puede influir. Solo Campanya, ese corto nacido del rechazo del partido de Ada Colau, que no les dejó rodar los entresijos de la campaña porque ya había otras dos películas en marcha, nace como un verdadero contrapunto documental, como una película que asume el legado del documental observacional para extraer lo que tiene cualquier campaña electoral de circo, de espectáculo, de construcción y falsedad. Todas ellas son fascinantes, e incluso necesarias, pero quizás solamente este corto haya sabido adoptar el punto justo entre la mirada neutra, la implicación, y la crítica.