En una interesante secuencia de este esquivo ensayo documental, Jorge Tur Moltó departe con un hombre mayor sobre los encuadres de la película. Ante la curiosidad de su interlocutor, el joven director reconoce su intención de representar el desierto de las Bardenas de Navarra de un modo abstracto, fragmentándolo hasta hacerlo casi irreconocible: una estrategia que resulta especialmente pertinente cuando, hacia el final de la película, los perfiles de algunos accidentes geológicos se erigen en misteriosos símiles de una Historia, la de España, erosionada por la violencia. Esta preeminencia de lo abstracto sobre lo concreto sirve de sostén a otra de las tesis centrales del film: la idea del mito y la memoria como territorios resbaladizos, volátiles. La película tiene como objetivo central la reconstrucción de la historia de Sanchicorrota –un bandolero del siglo XV que surcó las Bardenas robando a los ricos para favorecer a los pobre–, sin embargo, más que una “figura”, la película solo llega a trazar un “esbozo”, una imagen desdibujada.

El método elegido por Tur Moltó para su pesquisa histórica aúna lo sistemático y lo caótico. La película recoge numerosos testimonios de gente que tiene algo (o nada) que contar sobre el bandolero. Todos aceptan ser filmados frontalmente, en un diálogo directo con el cineasta. Sin embargo, la cronología y las coordenadas físicas del itinerario resultan inciertas. Las voces se van solapando unas sobre otras y, poco a poco, se hace evidente que la leyenda de Sanchicorrota no es más que un espejo sobre el que los diferentes testimonios vierten sus valores e ideales. Para un pastor crédulo, el bandolero fue un Robin Hood de su tiempo; para un escéptico, la imagen de Sanchicorrota como un justiciero o filántropo no es más que una fantasía; Tur Moltó –que parece identificarse con un hombre que defiende “que le den por culo al dinero”– apunta que el criminal podría haber sido un azote de las coronas española y francesa; un párroco utiliza la leyenda del bandido para ensalzar los valores humanistas y solidarios de la iglesia. Todo cabe en el mito, que se actualiza con cada relato, conformando un tupido mosaico ideológico, un caleidoscopio del presente elaborado a partir de reminiscencias de un tiempo pasado, no vivido.

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Concebida como un estudio del papel que juega lo oral en la salvaguarda de la memoria histórica, Dime quién era Sanchicorrota remite a la opera prima del director tailandés Apichatpong Weerasethakul, la magistral Myterious Object at Noon, en la que, a través del juego surrealista de cadáver exquisito, una serie de personas construían un relato fantástico que, en la suma de voces, adquiría un cierta aura mitológica. Sin embargo, allí donde Apichatpong ponía un cierto énfasis en la continuidad (delirante) del relato, Tur Moltó parece incidir en la fractura, en la imposibilidad de encontrar una perspectiva única desde la cual observar la Historia. Inquieta y algo dispersa, Dime quién era… juguetea con los cambios en el punto de vista: la cámara persigue el reflejo de la mirada del cineasta, que tan pronto se presenta como un curioso antropólogo, como un disciplinado historiador, como agudo observador político (atiende a los inútiles ejercicios de los aviones del ejército) o como un cineasta heterodoxo (que deja a la vista las costuras de su película). Hay incluso un plano extrañísimo en el que la cámara de Tur Moltó parece identificarse con una oveja arropada por su rebaño.

Dime quién era Sanchicorrota fue producida el año 2012 en el marco Proyecto X Films del Festival Punto de Vista de Navarra, especializado en cine de no-ficción. Entre las premisas del proyecto, está la de promover el ensayo audiovisual y la escritura en primera persona. Así, el film de Tur Moltó no oculta su vocación autorreflexiva. Al poco de comenzar la película, el director pide a uno de sus interlocutores, un pastor de ovejas, que mienta sobre su conocimiento de la leyenda del bandolero. “Lo vi por la tele”, apunta el pastor. “Di que te lo han contado por ahí”, impone el cineasta, que no esconde la posición ventajosa que le confiere el control de la cámara. Desde esa consciencia, Tur Moltó construye una película que da cuenta de la dimensión voluble de la Historia. Aunque, en un terrorífico epílogo, el director descubre que detrás del coro de testimonios subjetivos, se esconde una verdad incuestionable, sostenida en la película por la imagen/descubrimiento de unas calaveras de fusilados por el régimen franquista. En una inesperado diálogo con El hombre que mató a Liberty Valance, el gran western de John Ford, Dime quién fue… termina situándose en la difusa frontera entre la leyenda y la verdad, el mito y la cruda realidad.

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