Antonio M. Arenas (DocumentaMadrid)

Con la tragedia griega como leitmotiv y las manifestaciones feministas contra la violencia en las calles de Ciudad de México de telón de fondo, la nueva película del cineasta de origen mexicano Pedro González-Rubio, presentada este año a competición en FICUNAM y Cinéma Du Réel, aspira a ser un tótum revolútum capaz no solo de reflejar los tiempos convulsos que vive la juventud de su país, sino de invitarnos a encontrar en el arte y la belleza un inspirador campo de batalla. Sirva de ejemplo un conmovedor instante, aquel en el que una joven aspirante a actriz se emociona leyendo en voz alta el monólogo final de Antígona en el interior de su dormitorio. La captura de la escena no es casual, se eleva desde lo íntimo a lo universal, al igual que el metraje atraviesa lo personal y lo político con la urgencia de un montaje rítmico, delimitado por las notas de un piano y el ansia vital de sus protagonistas.

En los aledaños de la prestigiosa Universidad Nacional Autónoma de México, que según palabras del propio director, que acudió a la inauguración de DocumentaMadrid para presentarla, “se trata del último reducto progresista del país”, dos jóvenes discuten sobre el lugar que ocupa el arte, y por ende el cine, en plena revuelta estudiantil. Ambos llegan a la conclusión de que alguien tiene la responsabilidad de contar la realidad, ese es el deber del artista. No puede participar activamente en las manifesticaciones, tiene la obligación de visibilizarlas desde fuera. Un rol que asume González-Rubio como operador tras la cámara, inicialmente con la intención de documentar las protestas por los masivos crímenes y desapariciones de jóvenes y estudiantes, planteamiento que se transforma al entrar en contacto con un grupo de alumnos que ensayan la Antígona de Sófocles.

Pero al director de Alamar (2009) no le interesa el registro observacional de los ensayos, ni tampoco filmar la representación de la obra, al menos no en su totalidad, sino conseguir trasladar el texto a la realidad, inmiscuyéndose en la cotidianidad de este grupo de chicos y chicas que reflejan sus miedos y sueños a corazón abierto frente a la cámara. De forma tan ambiciosa como naif, la película se adentra en sus domicilios, les sigue en el día a día por medio de planos aberrantes, repletos de contrapicados, en constante vértigo, donde las palabras de Sófocles se entremezclan con sus pensamientos y el rugir de unas calles que claman justicia.

En ese sentido, cabe reseñar una decisión estética que convierte el inicio del film en una suerte de apertura de telón: en un gesto generacional que puede remitir al utilizado por Xavier Dolan en Mommy (2004), el formato de la imagen varía progresivamente hasta expandir el ratio de la imagen. Un gesto que se repetirá a la inversa para cerrar el tercer acto, encerrando a su protagonista femenina en el interior. De esta forma, Antígona deja de ser únicamente una obra de teatro, el mito trasciende a la actualidad y habla de los problemas de la sociedad por medio de simbolismos que laten con fuerza, aunque en ocasiones hagan demasiado obvio su dispositivo, limitando las posibilidades discursivas y de representación escénica que ofrece el punto de partida.

En cualquier caso, Antígona se antoja una propuesta idónea para inaugurar la decimoquinta edición de DocumentaMadrid por su capacidad de hilvanar los grandes temas presentes este año, y por ende algunas de las cuestiones más relevantes del documental contemporáneo. Especialmente la toma de conciencia feminista, a la que el festival dedica el ciclo “Desde lo femenino”, representada en las inseguridades y el empoderamiento de la actriz que encarna a Antígona. Pero la película también atraviesa las búsquedas de la Competición Internacional, de marcado componente político y reivindicativo, y Fugas, cuyo libérrimo trabajo del montaje y el sonido, superponiendo rostros con instantáneas nocturnas de la ciudad, demuestra las posibilidades experimentales del documental, hasta por último el Seminario Pedagogías de la Creación, celebrado este fin de semana, con el que el festival reflexiona sobre cómo inculcar el arte y ceder el testigo creativo a los más jóvenes. Debate que, sin duda, la película de Pedro González-Rubio invita a continuar.