Víctor Esquirol (Festival de Locarno)

Le discours d’acceptation glorieux de Nicolas Chauvin de Benjamin Crotty (director de Fort Buchanan) disecciona el estado mental de la nación francesa con una saludable y consecuente falta de respeto. El soldado Nicolas Chauvin es llamado una vez más a filas para recoger la enésima condecoración. Queda claro que la medalla sólo sirve para tapar unas cicatrices que no se van a cerrar de forma natural. Tan patético como irresistiblemente gracioso, el monólogo stand-up que vertebra la narración es periódicamente interrumpido por tropiezos varios. Algunos de ellos causados por las heridas de guerra; otros por las burradas vomitadas por el personaje.

El discurso oral toma como rehén a un discurso cinematográfico que no puede aguantar la compostura. A cada sinsentido soltado por Chauvin, la película va perdiendo más y más el suyo propio. Un movimiento de cámara a destiempo activado por una meada fuera de tiesto. Un cambio brusco de género disparado por una metedura de pata verbal. El drama de época muta en película romántica, y ésta en puro terror. La noción más alocada de comedia queda como único hilo conductor posible. Al final, el valeroso soldado se queda solo ante la destrucción provocada por sus valores y creencias.

Por su parte, también en la sección Signs of Life, Dulcinea de Luca Ferri hizo interactuar, durante poco más de una hora, a dos personajes que apenas se cruzaron una palabra o media mirada. Una chica y un hombre. Un Quijote y una Dulcinea atados por una relación contractual ciertamente turbia y, como se vio al final, por percepciones alteradas de la realidad. Esencia realmente cervantina. Ella se vestía, se desvestía, leía y se pintaba las uñas mientras él iba puliendo, muy minuciosamente, cada rincón del apartamento en el que ambos se encontraban. A través de largos planos estáticos, coreografiados al milímetro de forma enfermiza, Ferri fue poniendo orden al desorden mental.

La suciedad inherente al acto sexual fue limpiada con la meticulosidad del trastorno obsesivo-compulsivo. Los fetiches se convirtieron en prueba del crimen, los 16mm se legitimaron como medida del miembro viril, y la Milán de los años 90 se reivindicó como el escenario perfecto para esta “Italian Psycho”. El medio, que no quería ser menos, también se unió a la fiesta: el director italiano consiguió la perfección (técnica, desde luego) tanto en la imagen como en el sonido, y una vez ahí, juntó un estímulo con el otro. Lo que captaban los ojos a ratos se contaminaba con lo que llegaba a las orejas. En otras ocasiones, todo esto se complementaba a la perfección. Revolcón sensorial armonioso y violento, de superficie pulcra y de espíritu revuelto. Artificio cinematográfico de apariencia nítida pero de contenido oscuro: una envenenada delicia.