(Imagen de cabecera: “Cinco lobitos”)

Laura Carneros (Festival de Málaga)

Si comparásemos el Festival de Málaga con el Sorteo de Lotería de Navidad, podríamos decir que la película favorita de esta 25ª edición ha salido “madrugadora”. No solo porque Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azúa, se llevó los primeros vítores y halagos en su pase de prensa, programado a las 8.30 de la mañana; sino también porque, en apenas 48 horas de andadura del festival, muchos ya le auguraban la Biznaga de Oro. Fernando Méndez-Leite, quien como siempre oficiaba de moderador en la rueda de prensa, hacía un llamamiento a la mesura con su característico humor seco: “No os fieis, que los jurados son muy traicioneros”. Tenía razón, ya que, en el fondo, cualquier premio tiene mucho de lotería. Pero más que en la suerte, mejor es confiar en la magia del cine. Cinco lobitos vino amadrinada, de algún modo, por Alcarràs, que se presentó el día previo y también desarrolla su trama en torno a las relaciones familiares. La película de Carla Simón se mostró fuera de concurso, desterrada de la Sección Oficial, paradójicamente, como su protagonista, un agricultor forzado a dejar el cultivo familiar de melocotones, dado el poco beneficio que le ofrece un sistema productivo precarizado. Alcarrás, que recién aterrizó en el festival con el premio gordo de la Berlinale, emociona de manera sobrenatural y reafirma el virtuosismo de una directora capaz de matar a golpe de sutileza.

En cuanto a Cinco lobitos, el film muestra, en primera instancia y a través del personaje de Amaia (Laia Costa), la soledad, aun teniendo pareja, de una treintañera que acaba de ser madre. La dura realidad con la que se topa, a pesar de que los tiempos parezcan haber cambiado, se manifiesta desde el comienzo de la cinta. Ya en una conversación durante un almuerzo familiar se ponen sobre la mesa cuestiones sobre la compleja situación laboral que tendrán que afrontar Amaia y su pareja, Javi. El papel de los abuelos maternos, que ofrecen su apoyo a una madre primeriza desbordada física y psicológicamente, permite desentrañar otros aspectos de los vínculos familiares. Vemos, por ejemplo, cómo se desarrolla la relación sentimental de Amaia y Javi frente a la de los padres de ella: mientras que la joven pareja parece estar construida sobre bases poco sólidas (desde el principio existe poca comunicación o compenetración entre los dos, no se sabe si porque no se conocen mucho o porque la relación está ya deteriorada) los padres de Amaia (Susi Sánchez y Ramón Barea) llevan más de treinta años en un matrimonio donde el exceso de confianza se confunde a menudo con la falta de respeto.

Es así como la directora muestra de manera inteligente los claroscuros de cada pareja. Mientras Amaia no termina de comprender por qué su madre ha seguido tantos años casada con su padre, parece encontrar la respuesta, por momentos, en los gestos de cariño que aún mantienen (pese a que discutan todo el tiempo y monten escenitas con platos rotos). Por el contrario, la relación de Amaia y Javi, que claramente entra en crisis tras el nacimiento de la niña, representa un tipo de pareja donde la falta de lealtad hace que la relación oscile con mayor o menor acierto, sin saber muy bien hacia dónde se dirige. Lo novedoso de la propuesta de Ruiz de Azúa se halla en que, lo que comienza siendo una película sobre la asunción de las renuncias sobrevenidas a causa de la maternidad, acaba convirtiéndose en un estudio de los sacrificios vitales que una mujer adulta tiene que asumir, también como hija, llegado el momento en el que sus progenitores no pueden valerse por sí mismos. Así, a medida que se desarrolla la trama, la película se transforma en una reflexión clara y directa sobre el papel de la mujer como cuidadora, poniendo el foco en una responsabilidad no escogida, sino impuesta por el patriarcado.

Al mostrar estas dos situaciones –las renuncias de la maternidad y el rol de la mujer como cuidadora– concatenadas, para que funcionen como espejo la una de la otra, el espectador puede tener la impresión de que la directora pretende concentrar mucho en muy poco. El modo en que la película maneja el transcurso del tiempo narrativo apunta hacia una cierta premura, lo que podría juega en detrimento del realismo de la propuesta. Por ejemplo, el deterioro físico de la abuela se produce rápidamente, lo que deja en el aire cuestiones de gran calado. Personalmente, me pregunto qué pasaría si Amaia tuviera que hacerse cargo de su madre sin el advenimiento de una enfermedad. O qué ocurriría si ella no fuese hija única y sus hermanos se desentendieran a la hora de cuidar a sus padres (una cuestión que aborda, por ejemplo, Icíar Bollaín en La boda de Rosa). A la postre, una se pregunta si las dos realidades que estudia Cinco lobitos no se podrían haber integrado desde un principio, o mostrarse solapadas, sin la aparición de un corte abrupto que divide la cinta en dos partes.

“Rompente”

Rompente, cortometraje de la Sección Oficial dirigido por Eloy Domínguez Serén, presenta una situación similar a la de Cinco lobitos, aunque a diferencia del film de Ruiz de Azúa, aquí el protagonismo recae sobre un personaje masculino, Santi, un adolescente que acaba de ser padre. Ya desde la primera escena, en que el joven aparece recogiendo redes de pescar, queda claro que Santi pertenece a una clase social humilde. Poco a poco, su realidad se irá construyendo a partir de una sugerente amalgama de pequeños detalles y conversaciones que dan una idea de la complicada situación que sobrelleva. El hecho de que su novia, Lucía, cuide, además del bebé de ambos, a su suegro inválido, conecta de manera directa con el personaje de Amaia de Cinco lobitos, quien, pese a pertenecer a la clase media-alta, también ha de renunciar a sus prioridades personales (estudiar, una; trabajar, la otra) para dedicarse a los demás.

“Dúo”

El dilema de asumir el rol de cuidadora o, por el contrario, eludirlo y cargar con acusaciones de egoísmo era abordado en Con el viento, de Meritxell Colell Aparicio –ganadora de la sección Zonazine en la edición de 2018–, a través de Mónica, su personaje protagonista. Ella, una bailarina que regresaba a Burgos para resolver un asunto familiar, tenía que enfrentar las miradas y silencios incómodos de sus hermanas, quienes, pese a no verbalizar el reproche, expresaban con sus gestos el rechazo a la decisión que Mónica tomó de no regresar a España cuando su padre cayó enfermo. Ahora, Dúo, la nueva película de Colell Aparicio, presentada también en la sección Zonazine, propone un reencuentro con el personaje de Mónica (interpretado, de nuevo, por Mónica García). De hecho, en las primeras imágenes del film, hallamos al personaje casi en la misma situación en que termina Con el viento. La acción, en este caso, se sitúa en Argentina, tras el periplo de Mónica por España. La película arranca con un monólogo en la que la protagonista evoca la idea del duelo sentimental. En las siguientes escenas, comprendemos que su pareja, Gonzalo (Gonzalo Cunill), es además su compañero artístico. Así, asistimos a los últimos coletazos de una relación que, en principio, no aparenta fisuras, lo que despierta dudas sobre si la historia de amor ha terminado, atraviesa una crisis o si quizá el compañero ha muerto. Este trabajo con una cierta ambigüedad narrativa es, quizá, lo más interesante de Dúo, una película que evoca la dimensión cíclica de las relaciones sentimentales.

Formalmente, el sello de Colell Aparicio puede apreciarse en los planos cerrados, los primerísimos primeros planos y la cámara en mano que ya usaba en su anterior trabajo. Especialmente bellas resultan las escenas en que la cámara se aproxima al dúo de bailarines en las diferentes funciones, siguiendo la coreografía desde dentro. El silencio es otro de los elementos expresivos (valga la contradicción) que más destacan. Si bien es cierto que el punto fuerte de Con el viento residía en el peso de las palabras reprimidas, en Dúo, esa incomunicación, que parece provenir más bien de la desidia que del conflicto –cabría situarla a medio camino entre la alienación del cine de Michelangelo Antonioni y el angst de Philippe Garrel–, no termina de encontrar su raíz en la trama. Es quizá por esto que los silencios, desprovistos de insinuaciones en las que apoyarse, rozan un hermetismo, en ocasiones, incapaz de conectar con alguna emoción. Una escena en la que Mónica parece molesta porque Gonzalo busca la soledad resulta confusa, ya que no sabemos qué ha sucedido exactamente para que una pareja aparentemente madura y compenetrada evite cualquier comunicación. No es tanto, en todo caso, la necesidad de saber por qué esa relación se ha terminado (en la vida misma, en ocasiones, no existe un detonante para estas disoluciones sentimentales) sino más bien la posibilidad de percibir con claridad el sentimiento de desgaste en la historia entre Mónica y Gonzalo.

Como contrapunto a este sombrío paisaje interno, Dúo se desarrolla en el festivo ambiente de un Carnaval, con sus correspondientes escenas de confeti y desfiles. Esta celebración popular, que en muchas culturas representa el paso del invierno a la primavera y la celebración del triunfo de la vida sobre la muerte, actúa como metáfora perfecta de la evolución que experimenta Mónica (en este sentido, resulta difícil no pensar en otras catarsis festivas, a medio camino entre lo privado y lo comunal, del cine de la modernidad, del final de Te querré siempre de Roberto Rossellini al desfile bañado por un aguacero en Shara de Naomi Kawase). A pesar del paisaje nevado y el temporal desapacible, el sol derretirá ese dolor cristalizado y acabará, como la muerte, transformando su paisaje interior.

“Réquiem por la fiesta”

De bailes y celebraciones tratan los nuevos cortometrajes de María Cañas y David Pantaleón. En el futuro… Predicciones para un presente extremo, de la cineasta sevillana, es un llamamiento a la necesidad de no reflexionar ante la inminente amenaza del fin de la humanidad. Como la propia autora describe, el cortometraje, en el que no aparecen personas, es un llamamiento al carpe diem a través de un recopilatorio de animaciones y animalitos recolectados de plataformas como Tik Tok, YouTube o WhatsApp, que funcionan como reflejo, o más bien como traducción, de una narración en off que parece vaticinar el destino de la especie humana. Por su parte, Réquiem por la fiesta, del director canario, representa, de manera breve, una de las situaciones vividas en los últimos meses de la pandemia: el desmantelamiento, por parte de la policía, de una fiesta ilegal. La pieza sublima, casi en tono de humor, el momento previo de tensión en que unos jóvenes esperan el fatal desenlace. Un cortometraje que, sin duda, ganará valor cuando podamos enseñarlo a nuestros nietos.