Manu Yáñez

Planteada como el anti-making-of de un proceso de investigación (su objetivo final nunca se precisa, el placer intrínseco a la búsqueda prevalece), ¿Cuáles son nuestros años? documenta el trabajo de los alumnos de la Elías Querejeta Zine Eskola en los archivos del Festival de San Sebastián. A partir de momentos capturados al azar, a la manera de un work-in-progress, la directora Clara Rus democratiza una expansiva, y aparentemente desorganizada, colección de instancias dialogadas: el intercambio entre un tutor-guía (Pablo La Parra) y unos alumnos-odiseos; momentos de fulguración mitómana, como la búsqueda de una imagen de Jean-Luc Godard en Google Maps; o la resolución de dudas lingüísticas en un lost in translation a medio camino entre el castellano, el italiano y el euskera. Que el inglés no sea una de las lenguas que manejan los aprendices de archivista invita ya a situar al espectador en una realidad excéntrica, en los límites de lo contemporáneo. De hecho, como pone de manifiesto La Parra en los primeros compases de la película, el ámbito histórico de investigación, que iría de 1976 a 1979 (según el proyecto Zinemaldia 70), pertenece a “un momento pre-link”, a la era analógica, que subsiste como una colección de ruinas pre-digitales (dosieres, bobinas de cortometrajes descartados por el festival, carpesanos) que invitan a la excitación memorística, celebrada por Rus con el mismo entusiasmo que exhibía Jessica Sarah Rinland en las magníficas Black Pond y Those That, At a Distance, Resemble Another. Aunque, más aún que los films de Rinland, ¿Cuáles son nuestros años? invita a preguntarse qué tipo de euforia experimentarán los archivistas del futuro cuando escarben en las “nubes” de datos que almacenan nuestro presente. ¿Será el disco-duro-externo, casi una reliquia de los albores del digital, la bobina de Super-8 del futuro?

Rus navega por este fértil magma de interrogantes sobre la conservación y el archivo –se llega a sopesar la compleja sedimentación de las teorías sobre la memoria– atenta, sobre todo, a los rostros y las palabras de sus compañeros de la Elías Querejeta Zine Eskola. El recuerdo puede reposar en las carpetas de los fondos documentales del Festival de San Sebastián, o en lo más profundo de una cueva que esconde pinturas rupestres, pero es el ejercicio activo de memoria –que aquí surge a medio camino entre el rigor académico y la alegría cinéfila– lo que da valor al testimonio histórico. Cerrando los encuadres sobre un escaparate privilegiado de miradas palpitantes, Rus compone una obra que celebra el éxtasis del descubrimiento (“¡Me cago en mi vida!”, exclama un experimentado archivista-descubridor al encontrar una gema perdida) y la belleza del aprendizaje colectivo. Las imágenes en blanco y negro granulado invitan a recordar, sin riesgo de empacho, hitos post-godardianos como el Boy Meets Girl de Leos Carax o El nacimiento del amor de Philipp Garrel. Todo pasa, pero queda el recuerdo avivado por la curiosidad de quienes rebuscan en la memoria con la mirada puesta en el futuro.

Por su parte, La peli del algoritmo de Claudia Negro García se aferra con una aguda irreverencia al presente futurista de nuestra “nueva normalidad”. En esta “película de ficción” con aspecto de romántico meta-desktop-film, las imágenes, en perpetua pantalla partida, nos muestran a dos alumnos de una clase online que podrían estar flirteando el uno con el otro, aunque el affair virtual tiene muchos visos de ser fruto de la imaginación exaltada de la chica. Ni Claudia ni Fede Coll pronuncian una palabra en los 11 minutos de La peli del algoritmo (de Instagram), pero llegamos a saber lo que ella piensa gracias a unos subtítulos repartidos por toda la pantalla. ¿Estamos ante una genial relectura visual-virtual del análisis proustiano de la psicosis romántica? Como el autor de En busca del tiempo perdido, Negro García demuestra un talento singular para evocar la percepción sobreexcitada del enamorado, aquella que conduce a la sobreinterpretación de los gestos del otro. La diferencia crucial es que aquí la enamorada parece tan interesada en mirar de soslayo a su objeto de deseo como en estudiarse a sí misma, una tara humana que nuestras interacciones vía Zoom han convertido en una lacra insoportable (¿quién puede escapar a la tentación de mirarse a sí mismo en los chats de Google Meet?). En todo caso, más allá de articular una crítica al auge del narcisismo, Negro García consigue componer un romance “secreto” en el que no faltan las invenciones románticas de primer orden, como cuando Claudia y Fede intercambian, más allá de los límites de sus ventanas virtuales, una miradas que se buscan y evitan al mismo tiempo, como en aquella memorable escena de Antes del amanecer de Richard Linklater en la que Jesse y Celine bailaban con sus miradas al son del Come Here de Kath Bloom.

La peli del algoritmo funciona como un tratado sobre el contrapunto audiovisual, que toma forma en el choque entre el sonido (donde se profesa la superioridad del cine experimental sobre la narrativa serial de corte industrial), la imagen (de Fede y Claudia, entregados a la escucha) y el texto (el flujo de consciencia de Claudia). En esta tarea, Negro García está bien acompañada por otros jóvenes cineastas –del Teddy Williams de Parsi a La fiesta del fin del mundo de Andrés Santacruz, Paula González García y Gloria Gutiérrez Álvarez– que defienden que, hoy en día, la única manera de comunicarnos con el otro es a través de un solipsismo radical. Una paradoja, la de un cine tan ensimismado como comprometido con lo real, sobre la que Jean-Luc Godard ha construido la mayor parte de su proyecto fílmico. En este sentido, La peli del algoritmo aúna con sorprendente agilidad registros dispares. Por momentos, el cortometraje parece un ejercicio estructuralista, llegando a emplear la repetición y la ralentización para deconstruir gestos al milímetro, a la manera del clásico experimental Tom, Tom, the Piper’s Son de Ken Jacobs. Mientras que, en paralelo, Negro Garcia construye una oda terrible, aunque nada moralista o nostálgica, sobre la distracción como gran afección contemporánea, sobre la dulce inoperancia del merodeo multiventana, sobre la constatación de nuestra ya irrefrenable caída en el déficit de atención. El cine como fiel espejo (deformado) de nuestra asombrosa realidad.